La Real Expedición Botánica a Nueva España (1787-1803) fue una de las exploraciones más importantes que organizó la Corona para conocer bien los recursos vegetales de sus posesiones de ultramar. Entre sus logros más interesantes hay que destacar la formación de una colección de más de 400 aves, la redacción de un importante manuscrito con la descripción de las mismas y varios cientos de dibujos que ofrecen una visión sorprendente de la historia de la ornitología de México.
Esta expedición se llevó a cabo de manera contemporánea a la de Alessandro Malaspina y finalizó coincidiendo con la llegada de Humboldt a México. Doscientos años antes el médico y naturalista toledano Francisco Hernández (1514-1578), nombrado protomédico general de las Indias por Felipe II, recorrió Nueva España en la que sería la primera gran expedición científica al Nuevo Mundo (1570-1577), para realizar el estudio mas completo de las plantas medicinales de la época.
Durante su viaje investigó la flora y fauna que encontraba, con especial interés en las aves. Su trabajo ejerció gran influencia en los naturalistas de los siglos XVII y XVIII, y muchas de sus descripciones sirvieron de base para la descripción formal de algunas especies como los cuervos y los zopilotes. Lamentablemente, la mayor parte de su obra se perdió durante un incendio en los archivos de El Escorial en 1641.
En cierto modo, la Expedición Botánica a Nueva España dirigida por el botánico Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808), y a la que se incorporó el científico mexicano José Mariano Moziño (1757-1820) en 1790, se inspiró en la expedición de Hernández, ya que uno de sus propósitos era ilustrar y completar los escritos del naturalista, además de establecer en Nueva España un Jardín Botánico y una Cátedra de Botánica.
El cirujano José Longinos Martínez (1756-1802) fue nombrado naturalista de la expedición, por su habilidad en disecar y preparar aves, peces y todo tipo de animales. El fue el encargado de seleccionar, colectar, conservar, describir y clasificar las colecciones de animales destinadas al Real Gabinete. Como era muy difícil mantener vivos a los animales, así como disecarlos en condiciones óptimas, los dibujos permitían reproducir su figura y así completar la información de los manuscritos.
Si bien al principio se pensó en llevar a los pintores de España, finalmente se incorporaron dos jóvenes recién salidos de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de México: Juan de Dios Vicente de la Cerda (1787-1803) y Atanasio Echeverría (1766-1811). La prioridad en los dibujos era conseguir la mayor exactitud posible en tamaños y proporciones. Inicialmente, para describir y clasificar las distintas especies de animales, solo se tenían en cuenta sus caracteres externos, como la forma, el color y las dimensiones relativas; con el tiempo, fueron cobrando mayor importancia los caracteres de morfología interna o anatómicos.
Como el objetivo era reunir especímenes diversos, procedentes de distintas regiones, los expedicionarios replicaron el método que se utilizaba en Europa, que consistía en la intervención de correspondientes o redes de personas interesadas en la historia natural, establecidas en diferentes lugares del territorio para recolectar ejemplares valiosos.
Un factor a tener en cuenta en los envíos era el riesgo de pérdida de las producciones por motivos variopintos: deficiente conservación, mal transporte, naufragios, saqueos, etc., por lo que debían enviarse varios especímenes, piezas o dibujos, para asegurar la llegada de, al menos, un ejemplar. Según consta en el archivo se enviaron a Madrid alrededor de siete remesas de la expedición en 1789, 1791, 1792, 1793, 1794, 1796 y 1802 con distintas aves, peces, cuadrúpedos, anfibios, insectos, minerales, plantas y los dibujos que de casi cada uno de ellos se habían hecho. La pérdida de especímenes no fue un hecho menor. Sirvan de ejemplo, los dos cajones con sesenta aves recolectadas por José Longinos para el Real Gabinete que Martín de Sessé remitió el 16 de marzo de 1793, cuyo final fue desastroso. El envío llegó a su destino nueve meses después, con los 60 pájaros totalmente deteriorados.
A pesar del arduo trabajo que requirió la formación y envío de las colecciones de Nueva España, para su estudio hubo que esperar a que Martín de Sessé y José Mociño llegaran a España en 1803. Las colecciones estuvieron en el domicilio de Sessé durante cuatro años, donde comenzó a pasar a limpio la obra para imprimirla. Mociño vivió y trabajó en la casa de Sessé hasta su muerte en 1808.
Se sabe que en 1809 las colecciones constaban de más de 4.000 plantas, cerca de 200 peces, varias serpientes, moluscos e insectos y 412 aves. En cuanto a los hallazgos ornitológicos hay que resaltar que los manuscritos de la expedición son bastante completos, ya que se tratan en detalle cientos de especies de aves mexicanas; en cuanto a las pinturas, son muy importantes ya que ayudan a confirmar las identificaciones que figuran en el texto. Aunque las aves colectadas se perdieron, no cabe duda de que las descripciones que se hicieron están basadas en los ejemplares que recolectaron, como refleja el detalle en los manuscritos.
Por aquel entonces, Mociño, que era el único superviviente de la expedición, temía que la importante colección que habían reunido sufriera la misma mala suerte que había padecido la de Francisco Hernández dos siglos antes. Por ello, Mociño solicitó la cesión de los materiales no estrictamente botánicos para el Real Gabinete de Historia Natural. Lamentablemente, la Guerra de la Independencia entorpeció esta iniciativa, ya que su adscripción al bando afrancesado propició su partida al exilio francés.
En 1818 se autorizó a Mociño la vuelta a España para poder continuar sus trabajos de publicación de la “Flora Mexicana”. Ante esta perspectiva, Mociño pidió al botánico ginebrino Augustin Pyrame de Candolle (1778-1841) la devolución de los fondos americanos que éste tenía en depósito. El suizo los devolvió después de ocho o diez días, durante los cuales, y con un trabajo intensísimo en el que intervinieron unas doscientas personas, fueron totalmente copiados los dibujos de la expedición.
Finalmente, Mociño salió para Barcelona, desde donde comenzó a preparar su regreso a Madrid, pero una grave enfermedad se lo impidió. Cuando falleció en 1820 los dibujos de la expedición junto con algunos manuscritos y ejemplares de herbario, quedaron en poder del médico que le atendió. Aunque se sabía que el Real Jardín Botánico conservaba 119 láminas, el Museo 28, el Museo Botánico de Ginebra 309 (regalo de Mociño al botánico de Candolle) y el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores 5 dibujos no iluminados y algunos mapas, se desconocía dónde estaba el resto del la colección.
Ahora sabemos que el grueso de la misma, que permaneció en paradero desconocido durante casi 200 años, estuvo en manos de los hermanos Torner-Pannochia en Barcelona hasta 1979. En 1981, sorteando todos los Permisos permitentes de Salida, la vendieron al Hunt Institute for Botanical Documentation de Pittsburgh, Pensilvania (EE.UU), donde se conserva bajo la denominación de “Torner Collection”. Y así, es como esta colección con un valor científico y artístico incalculable, salió del país, sin pasar por el Real Gabinete.
Algunos años después, en 1997, en la biblioteca del Museo se encontró el manuscrito inédito Descripción de distintas especies de aves del Reino de Nueva España, según sus órdenes y familias. El manuscrito en latín consta de 2 volúmenes y contiene la descripción de 290 especies de aves. El primer volumen incluye: 4 órdenes, 35 géneros y 179 especies y el segundo: 2 órdenes, 15 géneros y 117 especies. Ambos detallan sistemáticamente cada una de las especies, empezando por el nombre científico y una breve descripción. En algunas mencionan el nombre local registrado en la obra de Francisco Hernández, así como las citas de las obras y autores que fueron consultados para su clasificación taxonómica. También se describe la morfología de cada una de las estructuras, siguiendo las normas de la disciplina y las obras de referencia.
Llama la atención que los manuscritos y láminas de la Real Expedición Botánica formen un trabajo sorprendentemente completo, ya que igualan o superan las contribuciones de importantes ornitólogos que se publicaron décadas después. Hay que tener en cuenta que muchas de las especies que figuran en los manuscritos aún no se habían descrito. Por diversos motivos, probablemente más relacionados con la historia y la política que con la ciencia, los hallazgos ornitológicos de la Real Expedición Botánica nunca fueron publicados, razón por la cual Mociño ha sido un científico bastante olvidado, y no reconocido como la persona más brillante de los primeros períodos de la ornitología mexicana.
El valor de las pinturas es indiscutible. Por ejemplo, las láminas que muestran un macho y una hembra de zanate de pico fino (Quiscalus palustris), un pájaro de la familia Icteridae endémico de la cuenca del Lerma y los antiguos lagos del Valle de México, cuyo espécimen tipo fue recolectado en 1827. Esta especie fue registrada por última vez en 1910 y hoy se considera extinta, por la pérdida de su hábitat. Las láminas que conserva el Museo pueden ser las únicas de la especie hechas directamente sobre aves vivas.
Y esta es la triste historia de la Expedición Botánica de Nueva España de la que han quedado numerosos manuscritos, herbarios e ilustraciones como testimonio de los resultados de un gran trabajo, que no pudo ver la luz pública en su día. También resulta amargo que las acuarelas de contenido zoológico de la Expedición a Nueva España conservadas en el Archivo del MNCN (veintiocho láminas: cuatro de lepidópteros, una de un murciélago y veintitrés de aves), conocidas por los investigadores de la ciencia, no estén incluidas en la magna obra en doce volúmenes La Real Expedición Botánica a Nueva España, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 2010, ya que sólo los dibujos zoológicos de la Colección Torner aparecen en ella.
Referencias bibliográficas:
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