Crítica de "El pato salvaje" de Henrik Ibsen - Masteatro

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EN EL LODO SE ESTÁ MEJOR. O NO por Carlos Herrera Carmona

Podría aplicarse la letra alterada del bolero a las distintas pulsiones de cada uno de los personajes de “la obra maestra del maestro Ibsen“ como así la calificaba Niels Kjaer. O incluso la cancioncilla infantil “vamos a contar mentiras, tralalá“, articulándose como motete maligno y maldito. ¿Por qué no? A fin de cuentas es una niña la que rubrica el drama con su acción fatídica. Porque esta obra va sobre la verdad infecta –la mentira es lo que mostramos- que todos escondemos bajo la alfombra –en ese desván particular al que se hace referencia durante toda la representación donde está el pato o el símbolo por excelencia. Es más conveniente tener a Tartufo en casa que nos dore la píldora más que al misántropo que nos lea la cartilla, ya que a este monsieur Molière, a éste último lo expulsa. Ibsen convierte a su alter ego, enemigo de la Mentira, en francotirador. Hoy en día El pato salvaje es un bomba que sigue estallándonos en la cara y nos pulveriza, siempre y cuando seamos capaces de comprender qué tipo de basura esconde una familia feliz, es decir, todas. El cuento de nunca acabar. Tendría la humanidad que extinguirse para que este cuento terminara. Ibsen fue un visionario. Propulsó su pieza desde su presente como hizo con otras suyas, tales como Casa de muñecas, Un enemigo del pueblo, por citar. La proyección de su teoría aún nos da lleno. Puede que sea éste el motivo que ha llevado a Aladro, su director, a colocárnosla delante de nuestra narices. Lástima que no nos cambie al 100%, sencillamente porque. hoy en día, ni guerras ni pandemias nos está conmoviendo. Ir al teatro es un acto social o pose. Aunque está bien lo de no rendirse. Ni Sófocles nos traspasa hasta la transformación. Aristóteles prefería la tragedia porque el dolor conseguía esta mutación. Hoy exponemos e intentarmos lucirnos. Tal vez necesitamos otro Werle que destape todo esto. Lo interesante sería entrevistar a cada espectador al final y preguntarle qué secreto atroz oculta su familia y por qué le hace tan feliz mantenerlo en el escondite. Voy más allá, ¿cómo se sentiría usted si alguien de su familia, o el mejor amigo de su familia, un día se personase en una reunión y aireara absolutamente todo y una vez dinamitada la falsa felicidad hogareña les dijese que lo ha hecho por su bien? Sobre estos ejes oscila el drama. Ibsen, cómo no, juega con sus ironías, su sí pero no, su ambivalencia que nos deja fuera de juego pero sin poder abandonar la partido. De él han y hemos bebido todos. La familia es el mejor caldo de cultivo para que la tragedia se viralice. Los complejos de Edipo y Electra husmean por la escena. La familia es lo más cercano a nuestros tuétanos. La sangre es la sangre. Y la sangre tira. Y lo morboso a punto de airearse siempre es motivo de escándalo y sublimación.

El montaje de Aladro destila lo que arriba he contado. No es exactamente el texto. Es más bien el sumario. Una adaptación sin duda donde el mensaje del noruego queda claro. La esencia está ahí. Incomprensibles me quedan las explicaciones con micro en mano al público del quién es quién y el por qué, así como los laterales fuera de la escenografía. ¿Es la prolongación de ese desván donde todo se arrumba? La interacción con el público no aporta. Ya está la acción a sus anchas por el escenario. Me gusta ser voyeur. Habría agradecido otro título para este montaje y que se hubiese acompañado del subtítulo de a partir de. Evidentemente los tiempos cambian, nosotros con ellos – o no- y tal vez la versión de Buero pueda oler hoy un poco a alcanfor, incluso aquella de cuando se representó en España por primera vez este pato, también llamado silvestre (año 1982, Teatro Lope de Vega de Sevilla). Ni qué decir tiene el dinamismo y la intensidad que el elenco impregna a cada paso que da. Sin embargo, quebrar la cuarta pared de cuando en cuando mientras el ritmo se precipita y entretiene, me detiene. Es tan cercana la versión que se difumina lo plúmbeo, lo enigmático, el tenebrismo ibseniano. Una atmósfera propia de un Caravaggio habría dotado al montaje de todo lo anterior. Es altamente doméstico y coloquial. Para nada habría preferido yo ver la versión de Estudio 1 de TVE, sin embargo lo inquietante de esta es, cuanto menos, de agradecer. Aun así, vayan y descubran si la mentira vital  hace mella en sus vidas. Como entretenimiento durante la representación, asocien la imagen del pato a cada uno de los personajes. Jueguen con el zoomorfismo. No tiene desperdicio. De alguna manera u otra, todos los personajes hunden su pico en el lodo con tal de no afrontar la vuelta a la superficie, como el pato cuando es herido de muerte. Porque en el lodo se está mejor, para los cobardes, claro está. Aunque puede que de repente aparezca un perro -un Werle- y te rescate, si tú quieres…

Carlos Herrera Carmona es autor, director y crítico de teatro. Trabaja igualmente como docente en la Comunidad de Madrid. Su última obra publicada en coautoría con Pilar Manzanares En la tierra desnuda: muerte y resurrección de Antonio Machado  @carlosherrerateatro (Instagram) @cherrerateatro (Twitter).

Elenco: Juan Ceacero Pilar Gómez Nora Hernández Ricardo Joven Javier Lara Jesús Noguero Eva Rufo Dirección: Carlos Aladro Versión Pablo Rosal A partir de la traducción de: Cristina Gómez-Baggethun Ayudante de dirección: Paula Castellano
Espacio escénico: Eduardo Moreno Vestuario: Almudena Bautista Iluminación: Pau Fullana Espacio sonoro: JUMI Realización escenografía: Scnik Móvil S.A. Una producción del Teatro de La Abadía.
Teatro de la Abadía. Madrid, 25 de mayo de 2022.

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Carlos Herrera