Una ventana a Pucho Escalante

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Aquella tarde paseaba sin rumbo por el alto Manhattan. Al cruzar la calle 175 se detuvo un instante; recordó las palabras del trombonista simpático con el que había conversado en un evento reciente: Mi ventana es la primera que miras al salir del tren. Cruzó la avenida Fort Washington. Caminó hacia la estación de metro y ubicó la ventana. Esa misma era, pensó; la que estaba un poco abierta, un poco rota, en la esquina pegadita a las escaleras del subterráneo. ¡Puchooooo!, gritó Orlando Godoy desde la calle muy fuerte. ¿Qué paaaasa?, contestó Pucho Escalante desde su habitación, sin saber a quién.

Desde entonces sería un rito: la manera en la que el documentalista Orlando Godoy le anunciaba a Pucho su llegada, con un grito desde la ventana. Ahí y así, hace casi tres décadas, comenzó esa complicidad que llegó a extenderse hasta el pasado 17 de octubre, cuando una neumonía puso fin a la vida del músico cubano Leopoldo Pucho Escalante, quien estaba a punto de completar 102 años. Cuando Orlando Godoy empezó a visitarlo en su apartamento de Washington Heights, Pucho ya no tocaba con frecuencia el trombón pero seguía dando clases y escribiendo arreglos musicales; especialmente para el saxofonista Paquito D’Rivera, a quien decía querer como a un hijo.

Y es que Paquito había conocido a Pucho desde que era un niño. Me dijo el saxofonista que a mediados de la década de los años 60, en la Habana, su padre lo llevaba a ver los ensayos de la orquesta fabulosa y aún desconocida que Pucho Escalante dirigía —el Noneto Cubano de Jazz—, y a que Pucho le diera sus primeras clases de improvisación y composición. Años después, justo antes que Pucho Escalante dejara La Habana para vivir en Venezuela, trabajarían juntos en la Orquesta Cubana de Música Moderna. Más tarde se reencontrarían en la ciudad a la que Pucho llegaría en 1992: Nueva York.

Además de entender a fondo la música tradicional cubana, el jazz y eso a lo que optamos por llamar música clásica, Pucho Escalante escribió y arregló números para una larga lista de orquestas venezolanas, panameñas y cubanas —como la Orquesta Bellamar y la Billo’s Caracas Boys— y acompañó a una todavía más larga lista de solistas de ópera, de jazz, de son, salsa y pop; digamos que Count Basie, Nancy Wilson y Benny Moré son sólo unos de los pocos nombres brillantes con quienes compartió el mismo escenario.

En el 2004, Paquito D’Rivera publicó una novela de la que Orlando Godoy me habló con mucha emoción: Trata de las aventuras del Pucho en la noche habanera, es muy divertido imaginárselo haciendo todas esas pilatunas. Recién me enteraba de que Paquito D’Rivera escribía novelas. Y en efecto, uno de los personajes de ¡Oh, La Habana! se llama Pucho, es trombonista guantanamero y está inspirado en Pucho Escalante, aunque Paquito dice que casi todo es ficción. Leí varios capítulos del libro antes de conocer a Pucho Escalante. Corría el 2019 y yo conducía una serie de entrevistas con Godoy que terminaron por descubrirme, entre tantas maravillas más, a un amorosísimo y lúcido Pucho de 99 años. Para su centenario, que sería en diciembre 14 del 2019, Godoy tenía pensada una gran fiesta con música en vivo y muchos invitados, pero a Pucho le pareció un exceso innecesario. Pensaba que cuando los amigos siguen celebrándole a uno los cumpleaños, sólo lo están condenando a vivir. Creía que ya había vivido suficiente.

Pero no se lamentaba. En los ojos medio grises medio azulados de Pucho Escalante brillaba siempre una alegría luminosa. Cuando lo vi por primera vez no pude relacionarlo con el pícaro simpático y descarriado al que Paquito D’Rivera llamaba Pucho en su libro. Todo en él parecía sensatez y ternura. Poco a poco, sin embargo, Pucho Escalante nos iría abriendo una ventana para mirar su vida y descubriendo al pillo y carismático hombre que era y fue. Al sabio. Al rebelde. Al enamorado. Al necio. Al chismoso. Nos recibía en su habitación, sentado junto a un escritorio de metal repleto de casetes, papeles y medicinas. Siempre vestido con un suéter verde o rojo descoloridos, en chancletas y pantalones grises de algodón. La dominicana María Magdalena Reyes trabajaba asintiéndolo casi a diario para ayudarle a darse baños y preparar comidas. Pucho usaba un caminador metálico para desplazarse y andaba lento con pasos firmes. Le gustaba beber vodka barato y no entendía inglés. Tenía dificultad para ver y para oír y debíamos hablarle en voz muy alta. Aunque lo cierto es que no importaba que tan alto y claro y cerca le preguntara yo las cosas: parecía que sólo oía y entendía muy claro la voz y el acento de su amigo Orlando Godoy.

De modo que Godoy, además de interlocutor fue también, digamos, nuestro intérprete y traductor durante el transcurso de estas entrevistas que hicimos en conjunto con el también documentalista Richie Briñez, y de donde provienen las memorias que siguen a continuación. Son memorias musicales e íntimas en las propias palabras del desenfadado Pucho Escalante, organizadas por efectos de claridad y, en algunos casos, concisión. Son también retratos de una época, lecciones de música, fragmentos de la vida de un hombre que hizo parte de la formación de muchas orquestas que hoy seguimos celebrando. Postales para leer con el oído y mirar con la imaginación.

Orlando Godoy: aquí le traje veneno Pucho, ¿le sirvo uno?

Pucho Escalante: ¡Ajá!, gracias chico. Claro.

(Godoy saca una botella de Vodka Georgi —el que le gusta a Pucho— y le sirve un trago doble, puro, en un vasito de plástico).

Yo soy Leopoldo Jorge Escalante Preval. Sí, chico, Jorge. Nombre feo.

Nací en Yateras, en el poblado de Jamaica, en Guantánamo, Cuba. 14 de diciembre de 1919. Chico sí, es un abuso vivir tantos años, no sé cómo se puede abusar de la vida tanto.

¿Que por qué Pucho? Pues porque mi media hermana mayor, Luisa, que le decíamos la Nena, me puso Pucho. Nunca dijo por qué. Pero así me quedé como desde los cinco años. Y fíjate que no me gustaba ser Pucho, pero me lo trataba de quitar y aparecía alguien y me llamaba así y no había forma. Terminé acostumbrándome a ese nombre feo.

Mi padre fue Gonzalo Escalante, que era pintor y músico y carpintero y fotógrafo. Un sabio. Yo admiraba mucho a mi padre, un mexicano que se enamoró de Cuba. Mi mamá era de Yateras, fue costurera y esposa y se llamaba Carmen Preval. En esa época las mujeres vivían muy apegadas a las cosas del hogar y ella aprendió a cocinar platos azteco-cubanos sabrosos. Y a malcriarnos.

¿Lo que mejor recuerdo de mi infancia? … Las Tetas de Juana Mena. No no, no eran exactamente tetas. Era un lugar muy respetado por los campesinos en Yateras y la finca de mi abuela quedaba ahí cerca. Era un paisaje montañoso que al admirarse de lejos parecía el cuerpo de una mujer desnuda. Un espectáculo. Y Juana Mena fue una dominicana que luchó por los derechos de Cuba y cuidó víctimas de la guerra. Entre esas montañas se ponía el sol y todos mis tíos campesinos se sentaban a esperar la belleza. Yo los acompañaba solo en mis vacaciones y fíjate, hoy, si cierro los ojos, todavía puedo ver esa luz en las tetas.

Me fui a La Habana siendo un niño. Un día llegó una compañía de teatro dirigida por Lolita Berrio, que era una argentina que parecía cubana, muy buena actriz. Ella escuchó a mi hermano Luis Escalante tocar la trompeta y quiso contratarlo, así que le ofreció trabajo en La Habana. Mi hermano casi se desmaya. Eso era la gloria, chico, si ir de Guantánamo a la Habana no era nada fácil. Para nosotros eso era casi como salir al exterior, un sueño. Pero al comienzo mi papá no lo creyó. A los seis meses fue que mi hermano recibió la carta de invitación. Ella le había conseguido un puesto con la orquesta de los Hermanos Palau. ¡Ni más ni menos! Así que mi papá se fue para la Habana con mi hermano. Le tomó unos meses conseguir una casa para todos. Luego nos mandó a buscar y con mi hermano menor y madre los seguimos. Yo tenía 12 años y ese fue el viaje más triste que hice en mi vida.

Fíjate que me había enamorado de una niña a la que nunca le dije nada de lo que sentía. Se llamaba Ligia y yo creo que ella también me quería y tampoco me lo dijo. Nos buscábamos, pero ninguno de los dos sabíamos cómo expresarnos. Cuando le dije que me iba nos pusimos muy tristes y ella me invitó a dormir a su casa. Su papá le dio permiso para que yo fuera a dormir y me dieron mi propia habitación. No no, chico, no dormimos juntos, ¡Ya quisiera! Cuando desperté, ya ella no estaba, la habían mandado al colegio y supe que no la volvería a ver. Ese día, como a las once de la mañana, embarcamos la guagua con mi familia. Yo iba llore que llore. En la guagua me sentaron al lado de una prostituta. Casi toda la guagua iba llena de prostitutas que salían de Guantánamo a trabajar en La Habana. Antes de conocerla pensaba que las putas eran mujeres malas y crueles. Pero ella, que fue muy buena y me escuchó y me consoló, me mostró lo equivocado que estaba. Yo lloraba por Ligia. Traté de olvidarme de ella, pero como Ligia era deportista y jugaba voleibol, un día su retrato apareció en la prensa. Y yo sentí unas ganas de verla… pero pensé, ¿y si voy y me dice que tiene novio, qué voy yo a hacer? Chico, si vi todo nebuloso. Sentí miedo y decidí no buscarla jamás. Mejor guardaba la esperanza de que me quisiera, que matarla sabiendo que ya quería a otro, ¿no? Mira que a veces es mejor así. Como hizo Arsenio. ¿Sabes que me dijo Miguelito Valdés que le dijo Arsenio Rodríguez?

Ay chico, es que cuando ustedes los periodistas puedan, tienen que escribir libros sobre Miguelito Valdés. Nadie me pone la piel como él. De las mejores voces de Cuba. Y un hombre excepcional de bueno. Imagínate que se ofreció a hacer quién sabe qué cosas para pagarle la operación de los ojos a Arsenio. Pero Arsenio le dijo que ya había decidido que no quería operarse. Le dijo a Miguelito que así ciego por lo menos conservaba la esperanza de volver a ver. Mientras que si la operación le fallaba, ¿qué le quedaba? Fíjate esa manera de entender las cosas. Y creo que tenía razón. Yo no toqué con Arsenio, pero lo veía todo el tiempo en esa época en la que mi grupo alternaba con el de él en el Sans Souci. Sí, él iba primero y luego nosotros. Arsenio entonces era el telonero de Armando Romeu y la Orquesta Bellamar, fíjate, y yo tocaba con la Bellamar.

Pero como siempre he sido muy chismoso yo me metía en el camerino a mirar lo que hacía Arsenio y era fascinante como les daba instrucciones a los músicos, pautas y todo; hasta que un día me dijeron que Arsenio necesitaba reunirse ahí mismo con sus músicos y no quería intrusos. Era muy meticuloso y por eso me tuve que salir. Arsenio cambió el son, sí, pero para mí el son fue creado por dos mujeres haitianas en Guantánamo. ¿Qué mujeres? Ya no recuerdo fíjate… nombres perdidos en algún lugar de esta computadora vieja que es mi memoria, pero sé que el son viene de la mujer, de eso no te quede duda.

¡Ah, Ligia! Ajá, sí, mi primer amor. Pero no, no el amor de mi vida. El amor de mi vida sería mi esposa Helena, que era peruana y fue con su familia a Panamá. Nos conocimos caminando en la calle, imagínate eso. Nos tropezamos y ella me preguntó el nombre. Teníamos veinte años tal vez. Su familia se fue y me la dejó a mí. Los músicos teníamos mala fama y nunca entendí por qué confiaron. Figúrate que duré 51 años con ella; ah… fíjate qué voluntad hay que tener para dormir tantos años con la misma mujer.

(Godoy se ataca a reír)

OG: más que voluntad, capacidad de sacrificio, Pucho…

PE: Ajá, sí.

(Suena una alarma)

OG: es la alarma que pone Pucho para ver las noticias. ¡Apáguela, Pucho!

Ajá, volvamos a La Habana. Pues en La Habana fue que empecé a tocar el trombón. Mi hermano Luis Escalante, que era un genio y llegaría a ser primera trompeta de la Sinfónica Nacional de Cuba, cada vez tenía más trabajo. Y mi padre, que había tocado la trompeta clandestinamente de joven porque se creía que soplar daba tuberculosis, fue el que me ánimo a tocar el trombón. Pero fíjate que Luis no me dejó tocarlo en público hasta que creyó que yo podía hacerlo muy bien. Pensaba que iban a empezar a hablar mal del hermanito de Luis Escalante y no se lo podía permitir. Mi papá en cambio pensaba que el trombón era un instrumento que daba mucho dinero. No sé de dónde sacó esa idea rara. Fíjate que mi papá a veces tenía cosas raras. Tenía un escritorio privado con un cajón bajo llave. Y una vez vi que en ese cajón guardaba un revólver. Había un tipo interesado en mi hermana mayor que a él no le gustaba. A mi hermana le gustaba el baile y mi mamá, de alcahueta, le decía a mi papá que la acompañaba. Entonces en uno de esos bailes un tipo se enamoró de mi hermana. Era un tipo como vago y mi papá quería a alguien importante para ella, muy importante, y mira que lo consiguió porque finalmente la unió con el dueño de la panadería. ¿Cómo lo ves?

Dame otro veneno pequeño, chico. sí.

Ajá, pues empecé trabajando con una orquesta bailable no muy importante cuando ya tenía como 17 años y mi hermano me había dado permiso. Creo que el director de la orquesta se llamaba Edy algo… lo que sí me acuerdo es que era la orquesta de los Red Devils. Y fue cuando estaba tocando con ellos que René Touzet me vio y me pidió que me fuera a tocar con él. Imagina eso. Entonces yo fui a renunciar a la de los diablos, pero el líder se encojonó y antes de dejarme renunciar prefirió botarme, cómo ves tú eso, fui a renunciar y me botaron. Después también renuncié a la de René, que también se encojonó, para tocar con Armando Romeu, y con René Cabel después, uno de los boleristas más enormes, que era un loco lunático chico. Fíjate que con él grabamos composiciones de Rafael Hernández, pero yo nunca llegué a escuchar esas grabaciones porque las perdió, qué pena.

Empezaba la guerra y me tropecé con que alguien habló de mí en Panamá y quería contratarme. ¿Año? Creo que 1941. Un tipo quería ayudarme con los papeles y me dijo que tenía que levantarme temprano para ir a no sé dónde, pero yo odiaba madrugar, chico. Siempre he sido muy dormilón. Yo hacía entrar a mis amigos a que me visitaran en mi cuarto. Me gusta estar en la cama, todo lo contrario a mi hermano Luis, que era hiperactivo. Fíjate que él había estudiado matemáticas y luego hacía mecánica automotriz y arreglaba gratis los carros de sus amigos, y también era carpintero y tocaba la trompeta así de maravilloso porque siempre tenía que aprender algo distinto. Yo en cambio quería dormir mucho. Pero fíjate, dio por resultado que finalmente el tipo se encargó de todos mis papeles y me los fue a entregar a mi habitación.

Viajé a través del canal de La Taca. Salí en un avión que parecía de hojalata, un susto chico, para Camaguey. ¡Con el miedo que le tenía a los aviones! Ay, chico, tenía que esperar el avión que pasaba de Miami, Nicaragua, el Salvador, Panamá, Camaguey. Y estuve esperando como un mes antes de que me dejaran entrar a la avión, porque los soldados tenían prioridad. Cuando al fin llegué a Panamá, me quedé esperando la guagua y alguien me dijo que no podía coger la chiva ahí, pero como para mí eso de la chiva era tener sexo, me sentí ofendido. Pensé que Panamá era hostil. Recuerdo eso clarísimo. Tenía que hacer ese viaje largo cada año para visitar a mi mamá. Pasaba el tiempo de vacaciones en la Habana. Fueron seis años con la agrupación de Armando Boza, que era el líder de una orquesta qu

Recapiti
Jose Arteaga