En la Amazonía ecuatoriana, las mujeres indígenas Kichwa revitalizan el sistema agrícola ancestral de las chakras para combatir la desnutrición infantil, promover el desarrollo sostenible y empoderarse económicamente.
«Trabajar nuestras chakras ancestrales nos ha ayudado bastante porque estamos reviviendo nuestra identidad, nuestra cultura, nuestros mitos y ritos», explica con orgullo Teresa Nelida Shuiguango Aguinda, presidenta de la organización Ñukanchi Kawsay en la comunidad de Ilipi. Para ella y muchas otras mujeres del pueblo indígena Kichwa de Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana, la recuperación de este sistema de cultivo simboliza una lucha por la supervivencia cultural, la soberanía alimentaria y la salud de sus comunidades.
Las chakras, una práctica agrícola ancestral que combina conocimientos ecológicos con la tradición, son un microcosmos de biodiversidad donde las mujeres Kichwa cultivan alimentos esenciales como plátano, maíz, yuca y sacha inchi. Estas prácticas, heredadas de generaciones pasadas, están siendo revitalizadas gracias al proyecto liderado por Farmamundi y el Instituto Quichua de Biotecnología Sacha Supai (IQBSS), con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID).
Estrategias contra la vulnerabilidad nutricional
El proyecto, que beneficia a 37 comunidades de los pueblos Kichwa de Canelos, Curaray, Kawsay Sacha, Río Anzu y Teresa Mama, tiene un objetivo claro: mejorar las capacidades de estas comunidades para desarrollar estrategias productivas equitativas y sostenibles que reduzcan la vulnerabilidad nutricional, que fue agravada por la pandemia de COVID-19. Más de 3.700 personas, incluidas 1.807 mujeres, están participando activamente en actividades que abarcan desde la gestión sostenible de cultivos hasta la producción piscícola.
Betsy Beatriz Tapuy Aguinda, tesorera de la organización Yutsu Warmi, describe cómo este proyecto ha cambiado su día a día: «Hemos podido rescatar costumbres y tradiciones, como la recuperación de plantas medicinales y maderables, y fomentar la creación de chakras. Gracias a las capacitaciones, ahora obtenemos una ganancia económica por la venta de nuestros productos, y hemos mejorado la alimentación en nuestros hogares».
El proyecto, que culminará en febrero de 2025 tras 18 meses de intervención, fue objeto de una visita de monitoreo entre el 22 y el 25 de octubre de 2024. En ella participó Elena Cuevas, responsable de proyectos de la AECID, que tuvo la oportunidad de conocer junto al IQBSS y Farmamundi los resultados del proyecto, y entrevistarse con personas clave del mismo: liderazgos comunitarios, asociaciones de mujeres productoras y directivas de los pueblos ancestrales de Pastaza.
Empoderamiento y liderazgo de las mujeres kichwa
El impacto del proyecto no se limita a los cultivos. También ha fortalecido el empoderamiento de las mujeres que ocupan roles de liderazgo en sus comunidades. Nathalia Leonor Piruchkun Gualinda, presidenta de Yutsu Warmi, también de la comunidad Ilipi, subraya los cambios que ha observado: «Las mujeres estamos más empoderadas, con conocimientos gracias a los talleres educativos. Ahora sabemos cómo liderar, cómo sembrar técnicamente y cómo llevar nuestros productos al mercado local».
Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Nathalia también menciona los desafíos, como el machismo que persiste en algunas áreas y las dificultades logísticas para transportar los productos a mercados más amplios. A pesar de ello, las mujeres están trabajando en soluciones creativas, como la implementación de estanques piscícolas que aseguran el acceso constante a pescado, tanto para el consumo como para la venta local.
Soberanía alimentaria y salud integral
Uno de los aspectos más destacados del proyecto es su enfoque integral hacia la soberanía alimentaria. Los conocimientos tradicionales sobre cultivos se complementan con técnicas modernas, como la producción de derivados del sacha inchi, una planta endémica de la selva amazónica, que tiene beneficios nutricionales significativos. «Hemos aprendido a preparar productos como salsas y aceites, que tienen Omega 3, 6 y 9. Esto ha mejorado la dieta de nuestras familias y ha generado nuevas oportunidades económicas», comenta Teresa.
Además, el proyecto aborda problemas críticos como la desnutrición infantil y la falta de acceso a alimentos nutritivos. En total, 290 niños y niñas menores de cinco años ahora tienen acceso a una dieta adecuada, mientras que 760 mujeres y 728 hombres han adoptado prácticas clave en alimentación desde un enfoque de corresponsabilidad. Estas acciones no solo mejoran la salud individual, sino que fortalecen el tejido comunitario y la resiliencia frente a futuras crisis.
Un modelo para el desarrollo sostenible
El éxito de este proyecto radica en su capacidad para integrar diferentes enfoques: la preservación de conocimientos ancestrales, el empoderamiento de las mujeres, y la implementación de soluciones sostenibles para problemas contemporáneos. Este modelo, basado en el Sumak Kawsay o «buen vivir», demuestra que las soluciones locales pueden tener un impacto global.
El impacto de esta iniciativa no se limita a los resultados tangibles. También está creando un legado que inspira a las nuevas generaciones. «Estamos transmitiendo nuestros saberes y nuestra cultura a nuestros hijos», dice Teresa. «Y también somos ejemplo para que las jóvenes lideren y surjan independientes, no dependan del esposo», apunta Nathalia.
Este enfoque intergeneracional garantiza que los logros alcanzados no se pierdan con el tiempo y que las comunidades Kichwa sigan siendo guardianas de la biodiversidad y la cultura.