El acompañamiento terapéutico va mucho más allá de observar cambios visibles en las personas que llegan a consulta. Es un viaje hacia lo profundo, donde los movimientos internos comienzan a reflejarse en la manera en que alguien se comunica, en las historias que elige compartir y en cómo esas historias empiezan a transformarse. Es ahí donde se percibe la apertura a una nueva forma de vivir.
Cuando alguien a quien has acompañado decide regalarte un testimonio, ese gesto se convierte en uno de los mayores regalos para un terapeuta. No solo porque confirma el sentido de esta profesión, sino porque simboliza la confianza depositada en el proceso y el valor de transitarlo.
Hoy quiero compartir contigo un testimonio que me ha regalado Leire, quien cumple un año en su proceso terapéutico. Durante este tiempo, he tenido el privilegio de acompañarla y de ser testigo de los cambios que han transformado su vida. Este relato, escrito con una honestidad y profundidad conmovedoras, es una muestra de lo que significa darse el permiso de vivir desde un lugar distinto. Espero que su historia también te inspire en tu propio camino. Gracias, Leire, por tu apertura y generosidad al compartir.
El testimonio del acompañamiento terapéutico de Leire
[El texto que te comparto es extraído textualmente y sin modificar. Para proteger la privacidad de la consultante, se han modificado algunos datos].
Me llamo Leire, tengo 44 años y estoy diagnosticada de TLP (Trastorno Límite de la Personalidad). Después de dos intentos de suicidio muy fuertes, consecuencia de no saber cómo gestionar el dolor que estaba sintiendo, el psiquiatra me insistió en que necesitaba ayuda. Yo no creía demasiado en la ayuda psicológica pues había probado diferentes terapeutas y no acababa de ver en qué me estaban ayudando.
Un día, una amiga psicóloga me habló de las Constelaciones Familiares. Ella no lo trabajaba pero tenía mucha curiosidad por hacer una sesión y decidimos ir juntas. Como no teníamos ninguna referencia, empecé a buscar por internet y ¡Eureka! Me saltó un video de Youtube protagonizado por Ángeles Wolder. No puede ser verdad, pensé. ¡Yo había sido su peluquera quince años atrás! No lo dudé ni un segundo, guardaba tan buen recuerdo de ella… Me puse en contacto con el Instituto Wolder y me atendió Christian. ¡A él también le cortaba el pelo! Entonces era un niño pero claro, habían pasado quince años, de niño nada. Que rápido pasa el tiempo y que recuerdos aquellos… Christian me informó de que el taller de las Constelaciones solo se hacía los viernes que justo era el día que yo más trabajo tenía. Sintiéndolo mucho le dije que tendría que mirar otro sitio porque los viernes me resultaba imposible.
Seguí buscando información sobre lugares donde hicieran esto de las Constelaciones Familiares pero no me convencía ninguno. Algo dentro de mí me decía que si había dado con Ángeles después de tantos años era por algo. Así que me decidí, cancelé todo lo que tenía agendado para ese día, le pregunté a mi amiga si quería venir, me dijo que no le iba bien, me dio absolutamente igual y me fui yo sola al Instituto Wolder. Me presenté ahí: sin haber rellenado siquiera el cuestionario previo; con la ansiedad por las nubes (pese a los ansiolíticos); sin entender qué sentido tenía la vida (pese al antidepresivo) y diciendo que yo no me sentía de mi familia. Supongo que debería hacer una pinta de “loca de manual” digna de ser grabada. Lo primero que recuerdo de ese día fue la serenidad que Aran me transmitió. Desprendía amor, dulzura, delicadeza pero a la vez seguridad y firmeza (un poco más y le pido que me adopte). Ese día Aran se convirtió en un referente para mí.
Primero observé la Constelación de una compañera, luego participé en otra y al final constelé yo. Mientras era solo observadora, tenía la sensación de estar viendo una obra de teatro e intentaba descubrir la trama pero creo que no se trataba de eso. Al actuar como participante, intenté dejarme llevar y empezaron a aflorar emociones y sentimientos que no se por qué razón coincidían con la historia de la persona que constelaba, que a la vez resonaba con la mía. Decir que estaba flipando es poco, menudo viaje. Llegué a pensar que le ponían algo al agua o pulverizaban el ambiente con alguna droga desconocida para mí. O hay truco o es magia pero esto no es normal, pensaba yo.
Esa tarde, yo fui la última en constelar. Empezamos por mi nacimiento, bueno por lo que me habían dicho de él porque yo no lo recuerdo: Que a mi madre se le paró el corazón durante el parto; que a mí se me llenaron los pulmones del líquido de la placenta o algo así; que me dejaron de lado sin atención para poder salvar a mi madre; que cuando a mi padre le avisaron de que yo no viviría repartió cheques bancarios por todo el hospital hasta que me salvaron la vida; Vamos que sobrevivir al parto fue todo un reto. Aún así, no lograba entender que tenía que ver cómo había nacido con mi trastorno pero bueno, yo iba respondiendo a las preguntas de Aran y las compañeras representantes (ese día éramos todo mujeres) se iban moviendo y diciendo lo que sentían. Yo miraba con curiosidad sin entender prácticamente nada pero recuerdo que me gustó cuando vi que la representante de la muerte se alejaba.
Después empezamos a armar el árbol familiar, vaya lío de familia. Me resultaba bastante difícil, nunca pienso en mis ancestros. No conocí a ninguno de mis abuelos. Sé que al abuelo paterno lo fusilaron en la Guerra Civil, que mi abuela fue a la cárcel por ser su mujer, que mi padre nació en la cárcel y poco más. El abuelo materno murió de un cáncer de pulmón cuando yo tenía un año, así que es como si no le hubiera conocido. Después ubicamos a las abuelas y bisabuelas, también a los bisabuelos, incluso a los bebés que habían muerto. De pronto, había mucha gente de pie y la imagen general era bastante caótica. Recuerdo que Aran iba pronunciando “frases sanadoras” y las representantes se iban “moviendo”. Esto duró un buen rato, hasta conseguir armar una imagen que me gustara: Todos unidos y felices mirándome a mí ¡Ole mi ego! Ahora cuando lo pienso me hace mucha gracia. Ese día me fui “feliz” de ver a la familia unida que nunca había tenido. Y, ese mismo día, Aran me dio hora para una consulta privada.
El primer día de terapia a solas con Aran, le conté la situación en la que me encontraba, una situación familiar realmente complicada. Yo se lo contaba tan pancha. Le hablaba de muertes, alcoholismo y adicciones, violencia de género, separaciones traumáticas, amenazas de muerte y un sinfín de dramas familiares que yo le contaba como si fuera lo más normal del mundo. Peor aún, como si le hablara de una tragicomedia malísima que había visto la noche anterior. Aran tenía los ojos muy abiertos y me preguntaba si era consciente de que le había contado un dramón de la hostia, sin emoción alguna y encima cachondeándome de la historia como si el tema no fuera conmigo. Yo le decía que no sentía que fuera conmigo, que yo quería hacer mi vida, que de las historias de la familia estaba harta, que en esa casa me sentía como en una prisión y que lo que quería era que me dejaran en paz.
Entonces Aran me dio a escoger entre unos fieltros de diferentes formas y colores y me dijo que los colocara en el suelo como yo quisiera. Ahí empecé a darme cuenta de que para conseguir la libertad que yo quería, tenía que transitar por la historia familiar.
Durante los días siguientes a la sesión, “traté de ponerme en la piel de mi madre”. Recordé su historia, que su primer marido era un maltratador, que las pegaba a ella y a mi hermana, que perdió a un bebé de seis mesecitos y no pudo elaborar el duelo, que ese duelo lo vivió mi hermana en primera persona dado que nació un año después, en la misma fecha que habían enterrado a la bebé de seis meses. Que mi hermana no pudo celebrar su cumpleaños hasta que tuvo ocho años porque ese día mi madre se lo pasaba llorando. Que para poder hacer frente a ese dolor empezó a creer que era clarividente y contactaba con los difuntos. Que idealizó a aquel bebé y lo proyectó en mí dieciséis años después, cuando yo nací. Que por eso quería que yo fuera perfecta y nunca era suficiente. Que me pegaba por frustración. En definitiva que mi madre siempre ha tenido una depresión sin diagnosticar ni tratar porque en aquellos tiempos ir al psiquiatra significaba estar loco y nadie quería ese estigma social. Entendí su historia, le encendí una vela al bebé que había muerto, mi primera hermana mayor y sentí que seguía con nosotras.
De la primera sesión a la segunda ya hubo en mí un cambio importante. Las siguientes sesiones las hicimos más seguidas para poder sostener todo eso que estaba empezando a sentir. A veces utilizábamos Playmobils en las sesiones, eso me gustaba mucho. Me recomendaba escribir y dibujar que son dos de mis aficiones. Yo se lo mandaba por e-mail o Whatsapp y lo comentábamos en la siguiente sesión. Cada vez que “abríamos un melón nuevo” me iba dando cuenta de lo desconectada que estaba de mí misma, de ahí venía la sensación de vacío; me di cuenta de los miedos y bloqueos, de ahí la inestabilidad emocional. En pocos meses fui rearmando mi vida, conectando con lo más profundo de mis entrañas, dándole espacio por primera vez a todos esos sentimientos dolorosos. Entendí que la solución no estaba fuera sino dentro y que todo eso tenía que salir.
Después de otra sesión grupal de Constelaciones a la que asistí sólo como representante, volví a flipar en colores. Al ser algo que me ha fascinado y ver que había la posibilidad de hacer un curso de introducción on-line, me apunté. Lo estoy disfrutando muchísimo, ahora entiendo tantas cosas… No me canso de aprender, es como si cada día fuera encajando una pieza nueva al puzle.
Ahora me siento fuerte para aterrizar, para tocar de pies al suelo, para tomar las riendas de mi vida. A día de hoy, puedo conectarme humanamente con todos los miembros de mi familia y siento que estoy en el lugar que me corresponde. Respeto y me hago respetar poniendo límites.
En cuanto a cómo se evidencia todo esto de forma tangible, el cambio es increíble: Me he ganado el respeto de mi hermana quince años mayor que yo que me seguía tratando como a una niña pequeña; he aprendido a no intentar solucionar lo que no va conmigo; a disfrutar de una paz interior que no conocía; a tener ilusión por la vida. Ahora, haciendo exactamente lo mismo que hacía gano más dinero; la salud me ha mejorado, no fumo marihuana, no tomo ansiolíticos ni pastillas para dormir y cuento con más recursos para hacer frente a situaciones difíciles. ¡Ah! Se me olvidaba, todo el mundo me dice que estoy guapísima.
¿Quieres conocer más sobre las Constelaciones Familiares? Hemos preparado un artículo para que descubras todo sobre los beneficios de las Constelaciones Familiares.