La sustancia o estar obligado a la “belleza” - Instituto Ángeles Wolder

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Si no has visto La sustancia, esta nota contiene spoilers desde las primeras frases, por lo que, si lo prefieres, detente, mira la peli y regresa a este punto.

Hacia finales del 2024 se estrenó la película La sustancia (The substance) dirigida por Coralie Fargeat, protagonizada por Demi Moore y coprotagonizada por Margaret Qualley. Es una especie de sátira despiadada que cuenta una historia que resuena en la actualidad y trata sobre el cuerpo femenino, la obsesión enfermiza por la belleza y esa caducidad social que parece acechar a las mujeres con la edad y se hace eco de que la belleza va unida a éxito y prosperidad.

Imagino que tenía un propósito: servirnos de espejo e incomodarnos y creo que, al menos en mi caso, lo consigue. Pienso que es una película que nos invita a la reflexión en muchos aspectos de lo cotidiano. La imagen, el edadismo, la futilidad, el apego a lo superficial, la soledad, pero también destaca la forma ingeniosa de caricaturizar el despiadado mundo del espectáculo y las turbias entrañas de la industria farmacéutica.

Toca bastantes temas, pero aquí quiero centrarme en lo que contiene el título, el sentirse obligado a mantener un canon de belleza para poder estar en un mercado que desecha lo “viejo” y se queda fascinado con lo “nuevo y lo joven”. Algunas de las cuestiones que se ven son la percepción del cuerpo, la identidad, el control del físico, la dependencia de la belleza, el poder de lo estético, la cultura de las soluciones rápidas y el efecto que todo esto tiene sobre la salud mental.

Imagen corporal, autoconcepto e identidad en La sustancia

Demi Moore es, en La sustancia, Elisabeth Sparkle, una mujer espléndida de 50 años que fue una gran estrella de Hollywood y ahora cuenta con un espacio en televisión donde muestra su lado más feliz cuando hace de instructora de fitness. Sin embargo, en el fragmentado mundo interior del personaje, solo persiste una aplastante sensación de vacío, soledad y pérdida: ya no queda rastro de aquella versión joven, impecable y firme de sí misma que solo está en una foto en su casa.

Esto es un relato que nos resulta dolorosamente familiar. Muchas personas, con mayor frecuencia mujeres, construyen su autoestima a partir de las miradas ajenas. Su identidad se moldea en función del contexto, que puede otorgarles valor o arrebatarlo sin piedad. La mirada externa dicta su valía, eclipsando un yo que no logra sobreponerse a una cultura que desfigura la identidad femenina y para la que envejecer es un fallo biológico que la protagonista decide reparar a través de la “sustancia”, el elixir mágico con el que obtendrá una “mejor versión de sí misma” y podrá recuperar su poder mediático. Esa mejor versión se condensa en el cuerpo de Sue, una jovencita que la reemplazará en la tele y que hará de voz interna de la eterna juventud.

Para Elisabeth, una mejor versión de sí misma pasa por lo físico, lo externo, lo que salta la obsolescencia de su madurez. Para ella, eso se consigue con una droga con reglas estrictas para que funcione y nada tiene que ver con el autoconocimiento, el trabajo personal, la aceptación del principio de realidad o la adultez emocional.

La droga no solo afecta su apariencia, sino también su sentido de sí misma. Funciona mediante un pacto Fáustico que deben cumplir ambas, Elisabeth y Sue, y en la que cada una gozará de una semana de vida y luego deberá reposar una semana mientras la otra parte vive en el exterior. Es decir, cada 7 días deberán intercambiarse las versiones y solo una puede hacerse visible. Sue rompe el pacto cuando tiene éxito, es admirada, elogiada y siente que quiere disfrutar al máximo de la vida, lo que tiene consecuencias sobre la protagonista. Todo vale si de perseguir el éxito se trata.

La imagen corporal sobre la que se construye la identidad es, en La sustancia, el espacio de combate dónde se libran las peores batallas internas, en el que el yo real es aplastado por el yo ideal, algo que tiene un efecto grave sobre la salud mental. Ninguna persona nace odiando su cuerpo. Es la sociedad o la familia la que nos enseña a despreciar nuestro “yo real” cuando no encaja en los cánones de belleza y juventud impuestos, o en los modelos que cada uno se ha hecho en la cabeza.

El abuso de poder en La sustancia

Harvey, el director del canal dónde trabaja Elisabeth, decide despedirla sin tener ninguna consideración a la hora de hacerlo y alegando que ya “no es digna de ser vista”. Él espera contratar a una jovencita que la reemplace, sea digna para el placer visual de los espectadores y atraiga más audiencia.

Harvey quiere cumplir con los estándares de la industria: mujeres jóvenes, sexuales, que sean apetecibles para los hombres, inmaculadas estéticamente, sin arrugas, granos, manchas, celulitis o cualquier “defecto” real que pueda menoscabar la posición de diva ante las cámaras, y especialmente que le haga ganar millones con la audiencia.

De entrada, la peli nos muestra el poder tiránico de la imagen, de la juventud como fetiche del éxito, del uso de las personas como objetos sexuales para la diversión de algunos y la manipulación del poder en manos de los que tienen posibilidad práctica y moral de maltratar si tener consecuencias.

Por otro lado, La sustancia plantea que la relación con el cuerpo no es solo una cuestión de apariencia, sino también de poder. Sin embargo, ese supuesto empoderamiento es una ilusión. La transformación física, que al principio parece otorgar control y reconocimiento en la televisión, las revistas de moda y la mirada ajena, pronto se convierte en una trampa. La sustancia empieza a dominar, alterando por completo su psique y desencadenando una crisis de identidad, agravada por la pérdida de su estrellato y sin poder evitar el rechazo hacia sí misma.

Una historia ficticia un tanto real

Podría ser que “la sustancia” sea una metáfora de un producto para la diabetes que muchos usarían para bajar de peso: Ozempic. Cuando la angustia por conseguir un resultado rápido acecha, se hacen verdaderas locuras, y ni profesionales y/o usuarios miran los efectos secundarios con tal de alcanzar el yo ideal corporal. El riesgo, como en este caso, es muy grande.

Podría “la sustancia” mostrar la adicción a productos externos, cirugías y todo tipo de tratamiento cuando sentimos un vacío interno y no lo podemos transformar con trabajo personal. La necesidad angustiosa de escapar de la realidad cotidiana.

Es real también que la obsesión patológica con la apariencia física, viendo defectos o imperfecciones dónde no los hay, puede tener graves efectos psicológicos, refuerza la desconexión y perpetúa la insatisfacción, y puede desembocar en ciertas patologías mentales.

Es real que el rechazo a sí mismo/a puede llegar hasta ir en contra de su propio cuerpo con tal de lograr el éxito.

Es real que en este y en muchos otros, el éxito en la vida se presenta desde la óptica del ego: “Solo existo si soy vista”. “Solo triunfo si los demás me admiran”. No hay cabida para una noción de éxito que no dependa de la validación externa.

Es real que los medios han contribuido enormemente a la hipersexualización del cuerpo femenino y su reducción a un mero objeto de deseo o adorno. A lo largo de décadas, la industria del entretenimiento, la publicidad y la moda han promovido imágenes de mujeres cuya valía parecía depender exclusivamente de su atractivo físico, perpetuando la idea de que su propósito es complacer o embellecer el entorno.

Además, esta representación suele ir acompañada de una degradación progresiva: mientras son jóvenes, se les exalta por su belleza, pero con el paso del tiempo, su valor mediático disminuye, reforzando la idea de que la juventud es su único capital. Este enfoque no solo distorsiona la percepción de las mujeres sobre sí mismas, sino que también afecta su papel en la sociedad, limitando las posibilidades de ser vistas y apreciadas por algo más que su apariencia.

Es real que ser atractivo per se tiene ciertos beneficios durante un tiempo y que luego desaparecen como se esfuma la perfección física.

Es real que La sustancia es mezcla de horror, sátira y crítica social y pone en evidencia algo que está en pleno auge en redes sociales, que es la cultura de la comparación y la fantasía de que podemos estar fantásticos eternamente.

Volviendo a la realidad, ¿ser atractiva te hace la vida más fácil?

Es la pregunta que se hace Tina Fey, una comediante americana durante una entrevista a la que responde: tratamos diferente a las personas bonitas, y no podemos evitarlo. Les atribuimos virtudes automáticamente y les abrimos puertas que otros deben ganarse con esfuerzo. Pero ¿qué pasa cuando la belleza desaparece? ¿Crees que quienes no crecen bajo ese estándar desarrollan otras fortalezas?

¿Qué fortalezas ha desarrollado Elisabeth más allá de su físico? ¿Con qué recursos cuenta? ¿Cómo podría pasar a la aceptación en cada etapa de su vida?

La pregunta que me haría es: ¿Qué equilibrio se necesita entre la inevitabilidad de la pérdida y el deseo de controlar la biología? No existe droga ni sustancia capaz de detener a la biología, ni de solucionar los conflictos más profundos que llevamos dentro.

Cada día tenemos un firme recordatorio de los límites humanos, los que podemos vivir con sabiduría o con desesperación. Tienes el poder de elegir cómo lo quieres vivir. 

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