El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Mons. Luis Argüello, ha inaugurado el lunes 31 de marzo de 2025 la 127ª Asamblea Plenaria. Tras el discurso del presidente, Mons. Bernardito Auza ha dirigido su último saludo a la Plenaria antes de incorporarse a su nuevo destino como Nuncio Apostólico ante la Unión Europea. Al finalizar sus palabras, Mons. Argüello le ha entregado, como obsequio de la CEE, los cuatro volúmenes de la Liturgia de las Horas en castellano, personalizado con su nombre.
Discurso Mons. Luis Argüello
Saludo Mons. Bernardito Auza
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Discurso inaugural de Mons. Luis Argüello
(Resumen)
Mons. Luis Argüello ha pronunciado esta mañana el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria en su reunión de primavera. En él ha señalado cuestiones fundamentales para la Iglesia en España y su relación con la sociedad contemporánea. Es un análisis de la misión de la Iglesia y de los desafíos actuales en un contexto de profundos cambios políticos, sociales y culturales.
En este sentido, la Asamblea no es solo un acto administrativo, sino una oportunidad para renovar el compromiso con la fe y con la misión de la Iglesia en el mundo.
La Familia como pilar fundamental de la sociedad
Uno de los temas centrales del discurso de Mons. Argüello es la familia, entendida como la base de la sociedad y de la vida cristiana. La preocupación por las crisis familiares, la disminución de la natalidad y el impacto de ciertos modelos económicos y culturales en la estabilidad familiar deben movilizar la acción de la Iglesia y la de los poderes públicos ya que es necesario apoyar políticas que favorezcan la estabilidad de las familias, el acceso a la vivienda y la conciliación entre el trabajo y la vida personal. La Iglesia reafirma su compromiso con la defensa de la familia, basada en los valores del Evangelio y en la doctrina social de la Iglesia.
Economía, política y bien común
En relación al bien común y al lugar que ocupan para ello la economía y la política, Mons. Argüello señala como elemento imprescindible la creación de un modelo económico más justo y equitativo. De manera especial porque la economía de mercado, en muchas ocasiones, pone el lucro por encima de la dignidad humana, cuando debe estar al servicio del bien común. Los empresarios y los políticos deben adoptar políticas que promuevan el empleo digno, la reducción de la desigualdad y la protección de los más vulnerables. La acción política debe estar orientada al bien común y no a intereses partidistas o ideológicos que, como resulta preocupante para nuestro tiempo, están llevando a una creciente polarización y crispación en la vida pública española.
En el ámbito internacional la situación es equiparable. Es preciso promover la paz en un mundo marcado por conflictos y tensiones geopolíticas. A la cuestión sobre la situación del mundo con una mirada especial a Europa ha dedicado el punto 6.1 de su discurso, citando a Bauman: “Tenemos la sensación de que estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas y viéndonos reducidos a la condición de peones movidos de un lado para otro en una partida librada por jugadores desconocidos e indiferentes a nuestras necesidades”.
Ante ello, la Iglesia, desde su papel pastoral, hace un llamamiento a la unidad y al diálogo, recordando que los cristianos deben ser instrumentos de paz y reconciliación en una sociedad cada vez más fragmentada. Al mismo tiempo, la Iglesia debe ser una voz profética que clama por la paz y la justicia.
Mons. Argüello hace especial énfasis en la necesidad de cuidar el medioambiente, considerado como la “casa común” y recoge la aportación del papa Francisco en Laudato Si’, insistiendo en que la crisis ecológica es también una crisis moral. La Iglesia debe promover estilos de vida sostenibles y una economía respetuosa con la creación.
El Congreso sobre Vocaciones y el sentido de la vida
El reciente congreso de Vocaciones ¿Para quién soy? pone la atención en la vida entendida como vocación y destaca que el verdadero propósito del ser humano no es el éxito individual sino el servicio a los demás, por lo que ha invitado a los jóvenes a descubrir su vocación en la Iglesia y en la sociedad, ya sea en el sacerdocio, la vida religiosa o el laicado comprometido.
Para ello se hace imprescindible, superar la cultura del “empoderamiento” individualista, que en muchas ocasiones lleva al egoísmo y la autosuficiencia, en contraposición con la llamada cristiana a la entrega y al amor al prójimo.
En relación a los desafíos y a las líneas de reflexión y de acción, Mons. Argüello ha señalado la centralidad de la parroquia que es la comunidad cristiana que se reúne el domingo en torno a un altar y a una pila del bautismo que tiene como desafío grande la celebración del día del Señor: “Somos «pueblo del domingo», primer y octavo día de la semana, fuente permanente de alegría, esperanza, comunión y misión”.
Dos propuestas y un compromiso
Mons. Argüello ha lanzado en su discurso dos propuestas y un compromiso. La primera es impulsar una alianza con padres y educadores, empresarios y políticos, con medios de comunicación, artistas y creadores para promover una «cultura de la vida» reflexionando y proponiendo medidas sobre los diversos ámbitos implicados por la crisis demográfica: económicos, políticos, culturales y espirituales.
La segunda, la propuesta de una reunión de los dos grupos políticos mayoritarios en las Cortes para afrontar el problema de las migraciones e impulsar la iniciativa legislativa popular que reunió más de 600.000 firmas para la regularización de los migrantes. La CEE siempre ha reconocido el derecho del Estado de regular los flujos migratorios, la necesidad de abordar las causas con los países de origen y de combatir a las mafias. Ahora desde la perspectiva de la dignidad humana se trata de abordar la situación de los que ya residen en nuestra nación: ¿Qué hacer, expulsarlos a todos o abordar la manera de regularizar su situación?
El compromiso se refiere a seguir intensificando la reparación integral de las víctimas de abusos y la prevención de estos. Mons. Argüello señala que “hemos puesto en marcha un plan de prevención y reparación, asumimos una obligación moral donde no haya obligación jurídica, en los casos verosímiles del pasado; incluso estamos dispuestos a estudiar una posible supervisión del Defensor del Pueblo en este proceso ya en marcha”.
Saludo de Mons. Bernardito C. Auza
Excmo. Señor Presidente,
Emmos. Señores Cardenales,
Excmos. Señores Arzobispos y Obispos,
Hermanos y hermanas:
El saludo que nos ha dirigido el Sr. Arzobispo Presidente, acompañado del servicio de su magnífica reflexión, me obliga a dirigir de corazón a todo el episcopado español una palabra:
Gracias. Gracias de corazón.
En primer lugar, cumplo el gratísimo deber de expresar, en nombre de Su Santidad, un vivo agradecimiento por las oraciones ofrecidas al Señor por su salud en este tiempo de convalecencia. El Sr. Arzobispo Presidente ha expresado la seguridad de las plegarias elevadas al Señor por ustedes, en las cuales están también las de los fieles en sus diócesis.
Aprecio la apretada síntesis de la aportación a la Iglesia del Pontificado del Papa Francisco que “en las dificultades actuales… invita a la alegría como fuerza movilizadora de una Iglesia en salida, que pide la conversión pastoral para vivir una comunión misionera que acoja a todos… para ofrecerles la misericordia del Señor”.
Especialmente me congratulo por la alegría que este episcopado ofrece al corazón del Papa, expresando la comunión con él “unidos… en la peregrinación de esperanza que descifra el misterioso significado de nuestra vida”, podemos decir, su itinerario interior, “el amor de Jesús y la solicitud por anunciar el evangelio a los pobres en cada palabra y en cada gesto”.
En este Año Jubilar, el Santo Padre nos invita a ser peregrinos de esperanza. La sinodalidad en la perspectiva de la santidad, que ocupará la atención en la Reunión que inauguran – “Recordar la santidad en la Iglesia particular” – pondrá a la vista la perspectiva de una sincera y profunda conversión como tiempo de un nuevo Adviento que abarca la responsabilidad de todo el pueblo de Dios. Les animo en su labor, y que la apertura a recibir la gracia del Jubileo cristalice en iniciativas con la densidad de lo concreto, y alienten la peregrinación interior en la esperanza.
Sentida y muy vivamente agradecido, acojo las palabras con las que, en nombre de esta Conferencia Episcopal, y en el suyo propio, me ha dirigido S.E. Mons. Luis Javier Argüello.
Por lo que se refiere al desempeño de mi misión aquí, durante cinco años y medio, su palabra, Mons. Argüello, me ha tocado al decir que he “compartido alegrías y penas de la sociedad y de la Iglesia española”. Como cada uno de ustedes en sus Diócesis, a pesar de los desafíos, que jamás faltan, también yo tengo por muy seguro que la esperanza es la mejor semilla, estoy convencido. El desafío de los impedimentos, merece siempre el esfuerzo y la fatiga que se les dedica con la seguridad puesta en el Señor. Ahí está la mayor satisfacción.
Con el deseo de conocerles y servirles siempre en nombre del Santo Padre, me he esforzado en acudir donde se me ha llamado, por lo que de madrugada y de noche me hallaba en aeropuertos o estaciones de tren, o en coche. Conozco las diócesis y muchas de sus instituciones gracias a la invitación y la hospitalidad ofrecidas por parte de cada uno de ustedes. Durante mis viajes he podido de hecho disfrutar de la habitación y del despacho llamados “del Nuncio” en vuestras residencias episcopales.
Los numerosos actos y ceremonias en vuestras diócesis también me han dado la oportunidad y el placer de saludar y conversar con las autoridades autonómicas y locales, ocasiones que me han procurado muchas amistades. En tal manera, creo poder afirmar con modestia que, en el desarrollo de mis responsabilidades ante esta Iglesia local, simultáneamente he podido cumplir también las responsabilidades de promover y fomentar las relaciones entre la Sede Apostólica y las Autoridades en todos los niveles.
Al acercarme a cada espacio de la Iglesia y de la sociedad, he comprobado el sentir del Papa Francisco, comprendiendo en cada caso concreto, con admiración y alegría, la alta estima y puesta en valor que Sumo Pontífice tiene por la devoción popular, cultivada por tantas hermandades y cofradías tan vivas por la geografía española y que me recuerdan… ¡cuánto es de andaluza la Iglesia en Filipinas, especialmente durante la Semana Santa! Y por muchos órganos diocesanos, movimientos laicales y asociaciones eclesiales que, con alegría, son las manos y los pies de la solicitud de la Iglesia para con todos, sean católicos 0 no, españoles y extranjeros. No dejo esta oportunidad sin dar aliento a los fieles laicos a participar activamente en la vida pública de la Nación, como actuación de ciudadanos responsables y de testimonio de la propia vida cristiana.
Me complace pensar que no solo les he acompañado en este tiempo en su tarea, sino que he compartido. Ha sido, por supuesto, la misión que el Papa me confió, pero también ha sido algo connatural por razón de mi origen, de una evangelización de mi pueblo llevada a cabo con el sudor y el sacrificio de muchísimos misioneros de esta tierra. De aquí partieron los misioneros que llevaron el Evangelio a Filipinas ya en el siglo XVI.
Pero no solo. De forma muy particular, doy gracias a los misioneros españoles que fueron mis profesores de Universidad. Ellos fueron los que me dieron a conocer a España a través de estudios y muchos viajes al País como joven sacerdote, visitando muchos lugares que fueron las fuentes de la evangelización de mi tierra, como Conventos, Santuarios y Monasterios. De Covadonga a Granada, pasando por los Agustinos filipinos de Valladolid y los dominicos del Monasterio Real de Santo Tomás de Ávila, los benedictinos de Montserrat y los Recoletos de Monteagudo, entre otros muchos lugares: visitas que me han “seducido” en la reflexión de que, en mi tierra, no hay nada más que la Iglesia que encarna y refleja las huellas de España.
Pero jamás había pensado, ni en sueños, la oportunidad de que un día sería enviado como Nuncio Apostólico en España. Para mí, en cierta manera, ser Nuncio aquí ha sido como un aportar en correspondencia. Celebrar la fiesta del Santo Niño de Cebú en muchas localidades en España, donde muchos de mis compatriotas han hallado una acogida, ha sido siempre para mí una ocasión para recordar los primeros bautismos en Filipinas en 1521, por el hecho de que, la imagen del Santo Niño, fue el recuerdo que Fernando de Magallanes regaló a la Reina de Cebú en el día de su bautismo. Comprenderán pues que España no me será un mero recuerdo.
Les agradezco profundamente por la felicitación por mi nuevo nombramiento como Nuncio Apostólico ante la Unión Europea. Gracias a los veintitrés años de estudios y de misión en varios Países en Europa y los siete años y medio de labor en el campo multilateral en Nueva York y Washington, D.C., la nueva misión que el Santo Padre me confía ante la Unión Europea no me será completamente nueva, si bien tengo que reconocer que la Unión Europea – tan nueva como entidad, pero tan antigua en sus componentes -, me será un nuevo desafío, aún con muchas incógnitas y problemáticas propias. Pero tengo confianza que me acompañarán con sus oraciones.
Les aseguro, también de mi parte, mis oraciones y perennes recuerdos. Por intercesión de la Santísima Madre de Dios y Madre de la Iglesia, tan amada en esta tierra de María, encomiendo sus tareas y trabajos y el fruto de esta Asamblea.
Por todo, gracias de corazón, Señores Obispos. Que el Señor les bendiga siempre.
31/03/2025