Pere Torres, consejero técnico del Institut Cerdà
A finales de octubre, unas condiciones meteorológicas extremas desencadenaron el caos y la tragedia. Aunque el territorio afectado fue más amplio, el impacto duro se concentró en municipios valencianos, con más de 200 muertos y unos daños materiales incalculables. Sin duda, primero que hay que expresar el pésame por las víctimas y la solidaridad con la gente que ha sufrido y continúa sufriendo los efectos de las lluvias y las riadas. Este profundo sentimiento, pero, no nos tendría que impedir de hacer unas primeras reflexiones sobre el episodio catastrófico.
Es innegable que, por parte de los expertos y de las autoridades, hará falta un análisis en profundidad de todo el acontecimiento. Este examen tendría que desembocar en un amplio conjunto de actuaciones a emprender una vez superada la respuesta a las urgencias existentes. Sin embargo, ya se pueden apuntar algunas ideas de fondos desde una perspectiva de riesgos y de resiliencia:
- El cambio climático avanza; su mitigación, no. La Cumbre del Clima de este mismo mes de noviembre en Bakú no ha aportado ningún adelanto destacable en los compromisos efectivos para reducir las emisiones de los gases invernadero. Por eso, cada vez es más perentorio impulsar estrategias ambiciosas para adaptarnos a los nuevos escenarios térmicos y meteorológicos, con sus consecuencias negativas previsibles en la economía, la salud y la calidad de vida.
- Las lluvias torrenciales no son nuevas en el área mediterránea. Tampoco en otras muchas regiones europeas. Aun así, la frecuencia y la intensidad con que se pueden producir estos fenómenos extremos son inéditas. Por eso, la revisión de las zonas inundables y la reconsideración de los usos que se pueden desarrollar han acontecido una necesidad todavía más urgente. El cambio de determinados criterios urbanísticos, el impulso de medidas preventivas basadas en la natura y la retirada programada de ciertas actividades tienen que formar parte, rápida y permanentemente, de la agenda pública.
- Los métodos de modelización de las precipitaciones han progresado extraordinariamente y permiten hacer previsiones suficientes ajustadas en cuanto a los lugares, a los momentos y a las cantidades en que pueden producirse. Aun así, las capacidades predictivas tienen que ir íntimamente asociadas a disponer de unos protocolos eficaces tanto de alerta en la población como de activación de medidas de respuesta previamente establecidas. Además, hace falta que estas medidas sean conocidas y hayan sido adecuadamente entrenadas, con formación, divulgación y simulacros.
- Tenemos que construir una sociedad y una economía que sean resilientes a los efectos catastróficos del cambio climático. Esto alcanza tanto la preparación y la prevención como la gestión de las emergencias y la reconstrucción después de los episodios sufridos. Para conseguirlo, es imprescindible poner en juego y de manera colaborativa el conocimiento, las capacidades y las energías del sector público y del sector privado. La era de la resiliencia ante el cambio climático tiene que ser la era de la colaboración público-privada; si no es así, el propósito será difícilmente abarcable.
No podemos ignorar, finalmente, otro de los grandes riesgos del presente: que la polarización política y social lo tiña todo y dificulte el entendimiento y el consenso necesarios para hacer frente a los retos más críticos. Ahora es hora de extraer lecciones de la dramática experiencia vivida y, sobre todo, aplicarlas con determinación, cooperación y eficacia. No es solo un signo de inteligencia colectiva sino el mejor tributo que podemos hacer a las víctimas.