Hoy, 20 de noviembre, celebramos el Día Universal de la Infancia. Tal día como hoy, hace 36 años, se firmó la Convención sobre los Derechos del Niño con un objetivo muy claro y una verdad con la que todos estamos de acuerdo. Tal y como dice el Secretario General de la ONU: “cuando protegemos a los miembros más jóvenes de la familia humana, construimos un mundo mejor”.
Sin embargo, después de 36 años seguimos viendo niños y niñas masacrados por la guerra, pisoteados en sus derechos básicos como la educación, la seguridad de un hogar, la tranquilidad de vivir jugando y creciendo en un entorno que les permita desarrollarse plenamente como seres humanos.
Quizás, si pienso en mí como padre y en el lugar donde vivo y me desarrollo, estas situaciones tan dramáticas como las que describo no se dan, y solo las leo en los periódicos o las veo en las noticias. Da la impresión de que en mi entorno inmediato se “respira” tranquilidad, o al menos así quiero verlo.
Pero resulta que en medio de este “confort” del primer mundo se ha generado un tipo de peligro que hace 36 años no existía. Yo los llamo peligros que acechan en línea.
En mi infancia había problemas, sin duda, pero mis problemas no viajaban más allá de mi entorno inmediato: mi casa, el patio del colegio, la clase del instituto, el grupo de colegas del barrio. En la mayoría de las ocasiones se hablaba de ellos y se resolvían —unas veces de una manera, otras de otra— y si no se resolvían, pues entonces dejaban de ser un problema.
Hoy los problemas de nuestros niños y adolescentes, que seguramente serán los mismos o casi los mismos, se han viralizado: se amplifican, se aceleran, se multiplican por mil en cuestión de segundos. Un comentario cruel ya no lo escuchan tres compañeros, lo leen trescientos en un stories. Una inseguridad no viene de una revista, viene de cinco mil imágenes retocadas al día. Y ahí está el problema: no es que los adolescentes sean más débiles, es que su vida emocional está amplificada, expuesta y sin protección alguna. Lo que antes quedaba en el patio del colegio ahora les persigue hasta la cama, hasta el desayuno, hasta cada momento de soledad. Y esa realidad de vivir emocionalmente expuestos sin refugio es lo que muchos adultos no entendemos.
Los datos sobre la realidad de nuestros silenciosos adolescentes nos gritan a nosotros como madres, padres, educadores en lo implícito y explícito.
Uno de cada siete adolescentes entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental. En España, el 41% de los adolescentes considera que ha tenido un problema de salud mental en el último año. El suicidio es la tercera causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años. Pero estos números no son solo estadísticas. Son Marta, que tiene 12 años y se hace cortes en los brazos porque así “al menos siento algo y además todas mis amigas lo hacen”. Carlos tiene 14, y que pasa más de 8 horas diarias en TikTok porque “ahí al menos alguien me ve”. Lucía tiene 15 años y ya no come delante de su familia porque Instagram le ha enseñado que su cuerpo “no está bien”.
Demos otros datos, sólo el 28% de los padres usa control parental en los dispositivos de sus hijos. Muchos ni siquiera saben qué es. Pero quizás habría que cuestionarse ¿por qué le damos un teléfono móvil a un menor, si educarlo sobre su uso?¿daríamos las llaves de un coche a alguien que no ha aprendido las normas de circulación?
En la era digital, aunque el 53,5% de los padres habla con sus hijos sobre los riesgos de Internet, solo el 30,7% establece límites sobre los contenidos que publican. La mayoría de los padres no contamos con las competencias necesarias para educar y supervisar a nuestros hijos e hijas en este ámbito digital. No tenemos siquiera un modelo de referencia sobre lo que yo denomino “la paternidad digital”: ser responsable de los contenidos digitales de mi hijo o hija menor de edad.
En general el teléfono es para nosotros una herramienta de comunicación constantemente abierta con nuestros hijos que nos sirve para saber: cómo está, dónde está, si le falta mucho para llegar a casa; y de esa manera no estar preocupados por él o ella. Pero estamos omitiendo —¿o ignorando?— que ese teléfono es una ventana abierta al mundo por la que nuestro hijo o hija recibe miles de mensajes cada día sobre cómo es y cómo debería ser, lo que le falta y debería tener, lo que jamás será porque le ha tocado ser así.
Ese mundo que entra por la pantalla no es nuestro mundo, nuestros niños, niñas y adolescentes consumen fuentes de información, canales de vídeo e IAs generativas que los adultos ni siquiera conocemos. Hay una brecha digital enorme: quien piense que recibe el mismo contenido que sus hijos se equivoca. Los algoritmos detectan quién está detrás de esos móviles. Ellos saben si es un adulto de 45 años o un adolescente de 13. Y adaptan el contenido en consecuencia. Hablando de consecuencias…
La UNESCO advierte que el 32% de las adolescentes que se sienten mal con sus cuerpos se sienten peor a causa de Instagram. El 12% de las chicas de 15 años han sufrido ciberacoso, frente al 8% de los chicos. En España, el 33% de los pre-adolescentes entre 12 y 16 años están en riesgo elevado de hacer un uso compulsivo de servicios digitales. Según la OMS Europa, uno de cada diez adolescentes presenta un uso problemático de redes sociales, con síntomas similares a una adicción: irritabilidad, falta de sueño, deterioro del bienestar psicológico.
Pero no todo está perdido. De hecho, tenemos más herramientas de las que creemos.
La investigación científica de décadas nos ha dado respuestas concretas sobre qué funciona realmente en la parentalidad. Y lo mejor: son estrategias sencillas, aplicables desde hoy mismo.
¿Qué podemos hacer como padres y madres (y funciona de verdad)?
Aquí viene la buena noticia: la investigación en psicología científica de décadas nos ha dado respuestas concretas. Aquí van algunas ideas:
1. Verles cuando hacen algo BIEN (no solo cuando se portan mal)
Entusiasmo genuino cuando recogen su cuarto sin que se lo pidas.
“Me he dado cuenta de que has ayudado a tu hermano, gracias”.
No solo corrección: también reconocimiento.
2. Comunicación emocional real
Escucha activa (guarda el móvil).
Menos “estás exagerando”, más “veo que estás enfadado, ¿qué pasó?”.
Valida primero, aconseja después.
3. Disciplina consistente, NO violenta
“Tiempo fuera” es mejor que gritarle.
La consistencia de la norma es mucho mejor que la severidad.
Los niños necesitan saber qué esperar.
4. PRACTICAR juntos (no solo “hablar de”)
No basta con decirles “usa bien las redes”.
Siéntate con ellos y navega juntos.
Pregunta: “¿Qué te gusta de este vídeo? ¿Por qué crees que te lo recomienda?”.
La ciencia es clara: los menores cuyos padres usan el móvil durante las comidas o lo mantienen en el dormitorio presentan mayores tasas de uso problemático de redes sociales y alteraciones del sueño. El modelado importa.
Qué podemos hacer HOY (¡de verdad, ahora mismo!)
Como madres y padres:
Habla. Pregunta sin juzgar. El reto de las autolesiones no es una leyenda urbana. Si ves marcas, no entres en pánico. Di: “He visto esto y me preocupa. ¿Podemos hablar? No estoy enfadado o enfadada, estoy aquí”.
Establece “normas digitales claras” en familia: La ciencia recomienda combinar mediación habilitante (diálogo, confianza, acompañamiento) con mediación restrictiva (normas y límites claros). Por ejemplo:
Comidas sin pantallas (incluida la tuya, sí, la tuya también)
Móviles fuera del dormitorio a partir de las 22h
Una hora al día de “tiempo de conexión real” entre padres e hijos
Fórmate en educación digital. Quien piense que recibe el mismo contenido que sus hijos se equivoca. Los algoritmos saben quién eres y qué buscas. Pregunta: ¿Qué ves en TikTok? ¿Me enseñas? Interésate de verdad, no para controlar, sino para entender su mundo.
Crea espacios de conversación seguros.
No preguntes “¿qué tal el día?” (respuesta: “bien”)
Pregunta: “¿Qué ha sido lo más difícil hoy?” o “¿Algo te ha hecho reír?”
Valida sus emociones: La sensibilidad no es debilidad, es una característica valiosa
Si crees que lo necesitas, pide ayuda profesional. No hay vergüenza en pedir ayuda. Al contrario: es el acto más valiente y responsable que puedes hacer por tu hijo.
Como educadores:
Los centros educativos con programas de convivencia sólidos presentan índices significativamente menores de violencia y malestar emocional.
Estar atentos a cambios de comportamiento, aislamiento, señales de malestar
Educar en alfabetización digital crítica, no solo en “uso de tecnología”.
Integrar la educación emocional de forma transversal en el aula, no es sólo una asignatura es una forma de vida…
Crear espacios donde la diversidad temperamental sea respetada. Diferentes pero iguales en respeto.
Si la relación centro educativo-familia está “bien engrasada”, los adolescentes muestran mayor capacidad de autorregulación y menor vulnerabilidad frente a riesgos digitales.
Como Municipio:
Es necesario tratar el uso problemático de la tecnología como un asunto de salud municipal.
Formar a las familias en educación digital.
Invertir en campañas de salud mental a nuestros adolescentes, contando con profesionales formados para ello.
Normalizar hablar de salud mental sin estigma entre familias, adolescentes, niños y niñas.
El mensaje para este Día de la Infancia: “.. Te veo. Te escucho. No estás solo.”
Este es el mensaje para este Día de la Infancia. No necesitas miles de seguidores para importar. No necesitas likes para ser valioso. Necesitas que al menos una persona —tu padre, tu madre, tu profesor, tu vecino— te vea de verdad. Sin filtros, sin pantallas, sin algoritmos de por medio. Querido adolescente: No eres “débil” ni “exagerado”. Sé que estás creciendo en un mundo más complejo, más expuesto, más acelerado que cualquier generación anterior. Y muchas veces, los adultos no tenemos las respuestas. Pero estamos aquí, aprendiendo, intentándolo.
Queridas familias: Los adolescentes son conscientes de los riesgos, pero necesitan acompañamiento, educación y herramientas para afrontarlos. Y nosotros necesitamos formarnos para poder acompañarlos. No es demasiado tarde.
No podemos mirar hacia otro lado cuando una niña de 11 años participa en un reto de autolesiones. No podemos normalizar que un tercio de nuestros preadolescentes tenga un uso problemático de las tecnologías. No podemos seguir pensando que “ya se les pasará”.
La salud mental de nuestros jóvenes es responsabilidad de todos. De las familias, de los educadores, de las instituciones, de las plataformas digitales, de cada uno de nosotros.
Porque entender la sensibilidad es proteger la salud mental.
Porque educar en lo digital es prevenir tragedias.
Y proteger la salud mental es salvar vidas.
Ver a nuestros hijos. De verdad. Sin pantallas de por medio.
Si quieres saber más sobre el proyecto ASSMA o cómo colaborar como centro educativo:
moibemo@ull.edu.es