Sabía yo que este año no.
Este año estoy bajándome de muchos retos.
De muchas metas autoimpuestas.
O quizá es que sean metas volantes. O sea, que vuelan.
Y que el objetivo final es otro y se puede llegar por diferentes caminos.
Quería escribir todos los días. Aquí, digo. Todos los días escribo. En otras partes. Para otras personas.
Pero quería escribir este calendario todos los días durante veinticuatro.
No era tan difícil.
No requería tanto tiempo.
Requería ritmo, eso sí.
Voy por la vida pidiendo tiempo, pero empiezo a pensar que no me entero de que mis días, mis meses, mi camino, se mueven con un ritmo propio.
Y quizá no necesite más horas.
Quizá no sea cuestión de organizarme mejor.
Quizá sólo sea aprender a dejarme llevar por el ritmo.
Sea cual sea.
Y eso es lo difícil.
El ritmo suave, a un compás de tres por cuatro, tipo vals, es pura belleza. Aunque no te hayan enseñado los pasos puedes dejarte llevar. Y sientes que fluyes.
Es el ritmo con el que se abre el baile –no siempre, tampoco–… y lo difícil es mantener la cabeza alta en la segunda canción. Y en la tercera. Y en todos los cambios de ritmo que vienen detrás.
La cosa se complica con un 5/4. Un Take Five de Dave Brubeck. Todo parece en orden, tiene un aire elegante… pero ay, hay piezas que no encajan.
Cuando entra en juego la caja registradora el compás se vuelve loco. Ejemplo: Pink Floyd y su Money. Imprevisible. Caótico. Magnético, de todos modos.
Y el triple salto mortal lo encontramos cuando la improvisación y el duende de la bulería se vuelven jaleosos y el tiempo se convierte en leyenda. Camarón dixit. Joyas prestadas de Lorca.
Pues así ando yo. Que no sé a qué ritmo bailar.
Que a veces tengo ganas de sentarme en las sillas que dejan junto a la pared para que reposen la sobredosis de azúcar las señoras de cierta edad. Y, desde ahí, ver bailar a la multitud.
Pero no.
Hay que echarle valor.
Y si te duelen los pies te quitas los zapatos.
Y sales.
Y bailas.
Aunque no te hayan explicado los pasos.
Aunque no exista ensayo posible.
Aunque tengas que improvisar.
El ritmo no es uniforme.
No tiene por qué serlo.
Y no deja de serlo. Ritmo, digo.
El reto es no dejar que te contagien los compases ajenos.
Baila.
Bajo la lluvia.
Bajo la tormenta de la agenda.
Alguien escribió una melodía para ti.
Aunque no la entiendas.
La pregunta del día
¿Qué estás dejando de hacer porque no entiendes la partitura que tienes delante?
¿A qué baile estás renunciando por no saber los pasos?
P. D.: Gracias, Cris, por dejarme bailar a mi propio ritmo cada vez que eliges mi mirada.