Mensajes clave
- Este análisis estudia las referencias teóricas, definición y caracterización de la Política Exterior Feminista (PEF), tras algo más de una década de existencia en la que se han producido abandonos y nuevas incorporaciones.
- Asimismo, señala algunas de sus fortalezas y debilidades en un contexto de erosión del orden internacional basado en normas y estrategias “antigénero”. A pesar de que ningún país del mundo ha logrado la igualdad real y efectiva y sólo unos pocos garantizan la igualdad jurídica, la fractura en torno al género en el ámbito de la política global se ha ampliado y profundizado.
- Este análisis identifica algunas palancas que podrían contribuir a la continuidad de esta política. En particular, su capacidad de ofrecer mejores respuestas a los desafíos globales –amenazas a la seguridad nacional y global, incluyendo la radicalización violenta y el terrorismo, el cambio climático y la transición energética, la digitalización, la polarización y la resiliencia de las democracias– que requieren atención a la dimensión de género, así como el papel esencial de la sociedad civil en términos de conocimiento, acompañamiento, alianzas y capacidad de movilización.
- Subraya la visión de que la igualdad de género no es una idea aislada, sino que forma parte de las normas integradas de género, democracia y modernidad liberal, insertándose en el compromiso con el derecho internacional, la defensa de los derechos humanos y la preservación, reforma y fortalecimiento del sistema multilateral actualmente en crisis.
- Destaca que queda pendiente una extensa labor pedagógica sobre el significado del feminismo –“principio de igualdad de derechos de la mujer y del hombre”, cuyo antónimo es “antifeminismo”, de acuerdo con la Real Academia Española– y su aportación sustantiva a la política exterior y las relaciones internacionales.
Análisis[1]
Suecia fue el primer país del mundo en adoptar una Política Exterior Feminista (PEF) en 2014. Le siguió Canadá, con una política de cooperación internacional al desarrollo feminista en 2017, situando los derechos sexuales y reproductivos, el comercio y la paz como prioridades. Francia acuñó como feminista a su diplomacia en 2019, coincidiendo con su presidencia del G7. México adoptó en 2020 una política exterior feminista, mientras que en 2021 lo hicieron España, Alemania y Libia; los Países Bajos, Chile y Colombia en 2022; y Argentina y Eslovenia en 2023.[2]
Con algo más de una década de existencia y cambios (incorporaciones y abandonos) en la lista de países comprometidos con esta denominación, y en un momento caracterizado por un entorno geopolítico fragmentado y de vuelta al realismo o visión neorrealista de las relaciones internacionales, resulta particularmente oportuno analizar el estado actual y las perspectivas de la PEF, coincidiendo con el 30 aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, aprobada en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer. Este ARI estudiará las fortalezas y debilidadesde la PEF en un contexto internacional caracterizado por la fragmentación geopolítica, la crisis del sistema multilateral y las tendencias globales contrarias a las agendas de igualdad de género. Teniendo todo esto en cuenta, se tratarán de señalar las palancas de sostenibilidad de esta política, que aún está en construcción y en proceso de institucionalización en las estructuras de acción exterior y de diplomacia de los países que la han adoptado a lo largo de estos 10 años.
La teoría feminista de las relaciones internacionales
Las relaciones internacionales han sido el campo de estudio más renuente a adoptar un enfoque de género dentro de la ciencia política.[3] Esto explica también que, como disciplina, las relaciones internacionales hayan llegado mucho más tarde al feminismo que la sociología, la antropología o la historia, entre otras. En 1988 la teórica de relaciones internacionales J. Ann Tickner cuestionó el marco de análisis del realismo político, desafiando los seis principios formulados por Hans J. Morgenthau en 1948 en su obra Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz, en un artículo publicado en el número especial de la revista Millennium y titulado “Mujeres y relaciones internacionales”.
A partir de ese momento, la teoría feminista ha ido tomando cada vez más relevancia en el debate y análisis del contexto internacional, ofreciendo una mirada crítica[4] y una visión del mundo distinta, así como nuevos conceptos de análisis para explicar la realidad internacional. Se trata de un pensamiento crítico (y un movimiento social) que ofrece una perspectiva distinta sobre la sociedad. Jean Bethke Elshtain (Mujeres y guerra, 1987), Cynthia Enloe (Bananas, playas y bases: comprendiendo la política internacional desde el feminismo, 1990) y la citada J. Ann Tickner (Género en las relaciones internacionales: perspectivas feministas para el logro de la seguridad internacional, 1992) son las autoras más destacadas. Por un lado, señalarán la ausencia de las mujeres (y de sus visiones del mundo) de la diplomacia y la conformación de la política exterior. Por otro, introducirán el género como nueva categoría analítica para explicar la realidad y el sistema internacional, reinterpretando así y de manera crítica conceptos como el poder, la seguridad, la guerra y la paz, y las desigualdades.
La teoría feminista cuestiona la organización de la sociedad basada en las relaciones de poder y en el mantenimiento de las mujeres en un papel de subordinación, otorgando a los hombres una “autoridad superior”. La violencia de género,[5] una de las manifestaciones de esta desigualdad, es también un mecanismo fundamental por el que se refuerza la subordinación de las mujeres. Esta organización de la sociedad se articula en torno a la construcción social y cultural del género, que concibe “lo que debe ser” masculino y femenino, así como “lo que se espera” de hombres y de mujeres, y les atribuye determinados roles y capacidades basados en estereotipos. Lo masculino se identifica con la fuerza, la razón, lo objetivo y lo de mayor valor; frente a lo femenino, que se asocia a la debilidad, la emoción, la subjetividad y la ausencia de valía. Las mujeres comparten desigualdades en todas las esferas (política, económica y social) respecto de los hombres: violencia machista, brecha y segregación salarial, segregación laboral, ausencia de los puestos de poder y toma de decisiones políticas y económicas, y desigual reparto de las tareas domésticas y de cuidados, entre otras. La teoría feminista plantea un imprescindible cambio estructural que revierta esta desigualdad –que no pertenece al ámbito privado–, cuya naturaleza es social.
Al incorporar nuevas categorías para explicar el mundo,[6] el feminismo capturó fenómenos de las relaciones internacionales que las miradas clásicas (realismo y liberalismo) de la disciplina ignoraban o despreciaban. Otras corrientes teóricas críticas han interpretado el mundo incorporando conceptos como la cultura, el lenguaje, las normas, el contexto histórico, y las ideas y los valores, otorgando a los individuos la capacidad de transformar el entorno –también el internacional–. El feminismo incorpora como categorías analíticas conceptos que tratan de explicar las relaciones de poder de nuestras sociedades: género (construcción cultural y social), patriarcado (dominio del orden social por parte de los varones), sexismo (discriminación legal basada en el sexo y en la construcción social del género) y androcentrismo (visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino, único posible).
Una década de PEF
Han transcurrido algo más de 10 años desde que la entonces ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, Margot Walström, respondiera públicamente a la pregunta sobre cómo sería la política exterior sueca, afirmando que esta sería feminista. Desde 2014 hasta hoy, un total de 12 países del norte y del sur global han nombrado a su política, su diplomacia o su cooperación internacional como feminista.
En este breve espacio de tiempo también se ha producido el abandono de dos de estos países: el país pionero, Suecia, y uno de los más recientes, Argentina, tras procesos electorales que dieron como resultado la victoria de fuerzas políticas distintas –y en ambos casos, de corte ultraderechista o de extrema derecha– a las que habían adoptado dicha política en sus países.
La política exterior feminista surge en un contexto en el que se combinan tres factores: (a) la vitalidad de los movimientos feministas; (b) la constatación de la prevalencia de la desigualdad estructural de género; y (c) la visión por parte de algunos países de la necesidad de intensificar los esfuerzos para lograr la igualdad tras décadas de avance de las normas globales de género en los marcos multilaterales que, no obstante, no habían logrado progresos suficientes.
La PEF fue adoptada por primera vez con esta denominación en 2014, aunque sus referentes y las raíces en las que se fundamenta se encuentran algunas décadas atrás, en la teoría feminista de las relaciones internacionales y en los marcos normativos que, con el impulso de la sociedad civil y, en particular, de organizaciones de mujeres y feministas, se fueron aprobando en las organizaciones multilaterales desde mediados del siglo XX. El surgimiento de la PEF no puede entenderse sin este conjunto de referencias, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de 1979, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing de 1995 y la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del año 2000 sobre Mujeres, Paz y Seguridad, entre otras.
No existe una definición única de política exterior feminista y tampoco es homogénea en sus prioridades y en la interpretación que cada uno de los países que la adopta hacen de ella, si bien se observan líneas y objetivos comunes. De hecho, los países que la han puesto en marcha lo hacen según sus respectivos contextos, prioridades y estrategias, aunque existen temas esenciales compartidos, como la Agenda Mujeres, Paz y Seguridad, el apoyo al empoderamiento económico de las mujeres y la prevención y lucha contra la violencia de género. La adopción de esta política se considera por parte de la mayoría de los países que la han adoptado un avance necesario que responde a la necesidad de elevar la ambición para lograr la igualdad, no sólo jurídica (de la que disfrutan apenas 14 países, todos de ingresos altos),[7] sino real y efectiva (que ningún país del mundo ha alcanzado aún).
Suecia, el primer país que adoptó esta política, la operativizó en torno a “cuatro erres”: rights (derechos), resources (recursos financieros y humanos), representation (representación sustantiva) y reality (realidad en el terreno). Canadá afirmó situar los derechos sexuales y reproductivos, el comercio y la paz en el centro de las acciones de su política de cooperación al desarrollo feminista con el objetivo de reducir y erradicar la pobreza.
En el caso de España, la Guía de Política Exterior Feminista[8] del Ministerio de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación (2021) considera que la decisión de “avanzar hacia una política exterior feminista” es coherente con la prevalencia de la desigualdad entre mujeres y hombres y que esta pone de relieve la necesidad de “intensificar esfuerzos para lograr la igualdad”. La Guía destaca que esta política promueve tanto “la defensa de los intereses como los valores de la sociedad española” y representa, al mismo tiempo, “la necesaria coherencia entre la política nacional y la acción exterior del Estado”. Se señalan cinco líneas de acción prioritaria: (a) mujeres, paz y seguridad; (b) violencia contra las mujeres y las niñas; (c) derechos humanos de mujeres y niñas, en particular, la lucha contra la trata y la promoción de los derechos sexuales y reproductivos; (d) participación sustantiva de mujeres en espacios de toma de decisión; y (e) justicia económica y empoderamiento de las mujeres.
¿Qué diferencia a una PEF de una política exterior convencional que promueve la igualdad de género? Teniendo en cuenta los diversos enfoques que han destacado los trabajos de Alwan y Weldon[9] (2017), Thomson y Clement (2019),[10] Aggestam y True (2020)[11] y Thomson (2020),[12] junto con algunos de los documentos que intentan operativizar la política exterior feminista, como las guías de PEF de Suecia, España y Alemania, se podría decir que la PEF es aquella que aspira a contribuir a la transformación de las estructuras que perpetúan la desigualdad de género e impiden la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres. Es la que se opone y trata de erradicar la propia estructura masculinizante y, por lo tanto, generalizante, de las relaciones internacionales y las desigualdades arraigadas en las organizaciones y el sistema internacional. La que sitúa la perspectiva de género en el centro de la conformación de la política exterior como eje distintivo que la vertebra y la que aspira, a través de acciones concretas, a transformar la situación de desigualdad de las mujeres en todo el mundo, implicando un cambio de la cultura institucional en las estructuras burocráticas de la acción y el servicio exterior.[13]
La reconfiguración del orden internacional y el surgimiento de un orden multipolar, aunque con polos desiguales, ha alterado las alianzas tradicionales. El debilitamiento del sistema multilateral ha quebrado los marcos normativos relativamente coherentes que caracterizaron las décadas anteriores de gobernanza global. Los derechos de las mujeres, durante mucho tiempo considerados signos de progreso democrático, ahora son politizados y cuestionados. En varios contextos, la igualdad de género ya no se percibe como una aspiración universal, sino como una línea de fractura en luchas ideológicas.[14] La erosión del orden liberal basado en reglas ha aumentado el riesgo de reacción en contra de una política exterior feminista y de regresión hacia una política exterior tradicional. Ejerce presión sobre los países que la han adoptado y dificulta su despliegue, su alcance y sus objetivos transformadores. El género, en particular, las diferencias en valores y actitudes con relación al género en el interior de los países y entre los países, constituye una de las mayores fracturas en la política global contemporánea.[15] Todo ello impacta en la adopción y/o abandono de una política exterior que se califica como feminista, alentándola, en algunos casos, y desincentivándola, en otros. El abandono de Suecia y de Argentina tras cambios de gobierno como resultado de procesos electorales son dos ejemplos claros.
Junto con la fragilidad y/o ruptura de los consensos logrados en décadas pasadas –como la Declaración Política de la 69 Conferencia sobre la Condición Jurídica y Social de las Mujeres (CSW, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas, que fue aprobada con el voto particular de algunos países–, también han surgido coaliciones de países afines que comparten, tengan o no una política exterior feminista, el compromiso con la igualdad de género. El grupo Política Exterior Feminista Plus (FFP+, por sus siglas en inglés), creado en 2021 por iniciativa de España y Suecia, reúne desde 2022 a un grupo compuesto tanto por países que han declarado tener una PEF como por otros cuyas políticas de igualdad de género se alinean en el mismo sentido. Uno de sus objetivos es tener un papel movilizador en acuerdos relevantes, como en el caso del Pacto para el Futuro de Naciones Unidas, en cuyo marco actuó para mantener la igualdad de género en el núcleo de la declaración final. El grupo opera en la sede de Naciones Unidas de Nueva York y en estrecho contacto con la sociedad civil. La presidencia es rotatoria y anual –en 2024, España y México asumieron la co-presidencia, recogiendo el testigo de Alemania y Chile– y la adhesión está abierta a todos aquellos Estados que compartan la misión y los principios del grupo.
También cabe destacar las conferencias ministeriales de Política Exterior Feminista que se han venido celebrando en Berlín[16] (2022), La Haya (2023), Ciudad de México[17] (2024) y París[18] (2025), con asistencia de participantes provenientes de Estados que cuentan con políticas exteriores feministas, Estados que no han adoptado dicha política, sociedad civil, organismos del ámbito de Naciones Unidas, instituciones académicas y el sector privado. Con el objetivo de “abordar los retos y las oportunidades para seguir avanzando en la implementación de políticas feministas en los ámbitos nacionales e internacionales”, se trata de una reunión de carácter ministerial cuya organización corre a cargo del país anfitrión. La V Conferencia tendrá lugar en Madrid en 2026, según anunció el ministro de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación el pasado mes de octubre.
Estos mecanismos de coordinación contribuyen, sin duda, a dar relevancia a las agendas de igualdad, cuestionadas en algunos contextos multilaterales, y subrayan la voluntad de continuidad de la PEF. La eventual elección de