Yo me abraso de amores

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La voz de Lope de Vega se sigue oyendo en teatros y otros muchos lugares de nuestras ciudades y pueblos. Bien es sabido que su sombra fue, es y será siempre alargada pero todavía guarda más de un enigma por descubrir. Y es que mucha gente no conoce que tuvo una hija, llamada Marcela, que fue una escritora excepcional. En Yo me abraso de amores (la hija de Lope) nos acercan a su figura conociendo su obra y su trayectoria vital en una propuesta, novedosa y bella, que le devuelve a la vida en una reivindicación muy necesaria.

Esta obra, bajo la dirección de José María Esbec y Alicia Lázaro con dramaturgia de Javier Huerta Calvo, nos lleva a conocer a este personaje a fondo desde su propia voz. Así, descubrimos que fue hija ilegítima de Lope junto con la comedianta Micaela Luján, además de otras cuestiones como la unión especial que tuvo con su padre durante su vida.

Desde las estancias del Convento de las Trinitarias en Madrid en el que procesó, el público se adentra en la intrahistoria de una mujer que vivió en nuestro siglo más laureado y perfecto de la Literatura española.

De su mano conocemos sus triunfos y desdichas, y eso que ella misma quemó su autobiografía antes de morir, pero, también nos da la llave para saber más de las mujeres que protagonizaron la vida de su padre (desde sus amantes a sus hijas como Antonia Clara) y de otros personajes, como la propia familia Cervantes, que le dieron forma como la misma figura del Teatro.

Sor Marcela de San Félix, nombre que utilizó como religiosa consagrada, no tiene reparo en contar sus sentimientos y emociones además de mostrar la vida en un convento en fiestas tan emotivas como estas en las que estamos inmersos en este mes. Se nota su fuerza y buen hacer en cada una de sus intervenciones y es curioso pensar que, en cierta manera, la libertad está presente en ella al igual que en el personaje de la pastora del mismo nombre que aparece en el Quijote. Lope y Cervantes siempre condenados a entenderse a pesar de todo lo vivido y aunque sea de manera metafórica.

Para mostrar todo esto, se ha utilizado los textos de la propia Marcela conservados en dicha entidad religiosa en un volumen de más de 500 páginas. Todo ello acompañado de música en directo, en este caso el arpa, y canciones que hacen de la pieza, producida por el ITEM, algo especial que navega entre el recital y el monólogo de manera magistral.

Todo esto se consigue mediante el trabajo de tres intérpretes en escena. Tres mujeres que destacan en tres campos distintos que hacen un todo sobre el escenario. Pepa Pedroche, es el alma de la parte actoral en un monólogo realizado con mucha calidad, Clara Serrano, dando vida al canto de la obra, y Sara Águeda forma la música con el arpa. Las tres crean todas las esferas necesarias para devolver a la vida a la hija del fénix de los ingenios.

En cuanto a la parte técnica del montaje, la escenografía se mueve en las corrientes habituales de lo minimalista. Aún así, es acertada en esta creación y, con pocas piezas, se recrea un ambiente perfecto lleno de símbolos como la llama de una vela o el uso de papel flash. La iluminación también sigue la misma senda, mención especial para los efectos de transición que nos presentan a las tres artífices sobre el escenario y que abren y cierran la obra de una manera muy visual y elegante.

Yo me abraso de amores es un bello homenaje a esta escritora y religiosa que tiene mucho que decir. Espero que, en lo que queda de esta temporada, se pueda volver a ver este bello cuento sobre la historia de una mujer que fue más que ser la hija del gran Lope de Vega.

Marcela del Carpio (Toledo, 1605 – Madrid, 1688) fue hija de Félix Lope de Vega y Carpio y de la comedianta Micaela de Luján, uno de los muchos amores del poeta, que en sus versos la nombró Camila Lucinda. A los dieciséis años, Marcela, hija dilecta de Lope, ingresó en el madrileño monasterio de San Ildefonso y San Juan de Mata, más conocido como convento de las Trinitarias Descalzas, el lugar que escogió Miguel de Cervantes para su descanso eterno. A pesar de una vida consagrada a su vocación religiosa, sor Marcela de San Félix llevaba en sus venas sangre de poeta y artista, de modo que escribió numerosos poemas y obritas teatrales para ser representadas por ella misma y sus hermanas religiosas, especialmente en tiempo de Navidad.

Sonia López

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