OLMEDO CLÁSICO. EL ALCALDE DE ZALAMEA

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El 19 de julio ha comenzado a andar la nueva edición, y ya van 18, del Festival Olmedo Clásico. La villa del caballero se convierte en un gran escenario en el que varias propuestas dan vida a las tablas que lo forman. Así, creadores como Lope, Juan Ruíz de Alarcón, Álvaro Tato o Calderón (este con mayor protagonismo en esta ocasión) vuelven gracias a unos textos que son cita clásica en los festivales teatrales de todos los veranos.

En esta ocasión, el estreno ha sido para El alcalde de Zalamea. Una propuesta de Teatro Corsario perfecta para una inauguración que abre el camino a todo lo que queda por llegar.

Esta versión, creada y dirigida por Jesús Peña, de la conocida obra del dramaturgo madrileño cuenta la historia de la familia Crespo. Esta vive en Zalamea, un pueblo que se ve agitado por la necesidad de alojar a unos militares que vienen de paso debido a una campaña. Ellos, como personas de posibles, se ven obligado a alojar a Álvaro de Ataide y, en ese momento, se acrecientan sus problemas. A pesar de la precaución, Isabel, la hija de la familia, se convierte en una presa para este capitán, primario que solo se deja llevar por sus bajas pasiones, que no ceja en su empeño hasta que destruye lo más importante para ella y su gente: el honor. Una vez cruzado el umbral de la desolación, el cabeza de familia, que termina siendo alcalde del pueblo, no duda en intentar solucionar lo agraviado. Primero con soluciones menos dramáticas en el Barroco, aunque desde nuestros actuales ojos son deleznables, y después con la violencia como la mejor de las armas.

En definitiva, un enredo clásico bien cuidado en su ejecución y que sigue la estela de otras creaciones de la época.

En este trabajo se apuesta por pulcritud y fidelidad extrema al texto original con unas declamaciones perfectas. Tanto es así que, aunque sea un valor positivo, se echa de menos algo de innovación frente a la memoria colectiva de esta obra tan conocida. Cierto es que los temas tratados siguen siendo actuales, de aquí su calificación de clásico, pero se necesitaría un soplo de aire fresco para que todo funcionara a la perfección que se merece la producción calderoniana.

Ocho actrices y actores ponen su piel para que el montaje funcione. Todos cumplen con su cometido aunque ninguno brilla en exceso en este trabajo. Sus nombres son los siguientes: Carlos Pinedo (como Pedro Crespo), Blanca Izquierdo (en la piel de Isabel), Javier Bermejo (como Juan), Pablo Rodríguez (encarnando a Rebolledo), Luis Heras (como el sargento), Raúl Escudero (en la piel de Álvaro de Ataide), Alfonso Mendiguchía (como Lope de Figueroa) y Teresa Lázaro (dando vida a Inés).

En cuanto a las cuestiones técnicas, se puede mantener lo mismo que estoy exponiendo sobre el montaje y las actuaciones. El vestuario, creado por Lupe Estévez, es acertado y correcto con lo que se expone en escena. En cambio, la escenografía brilla por su ausencia dejando bastante huérfano al espectador. Trabajo realizado por el ya citado Jesús Peña, no aporta nada y decepciona. Expongo esto porque, si la idea es rescatar un Calderón original, esto hace que no se consiga. En el Barroco, la escenografía juega un papel tan importante que era una pieza más del trabajo y aquí eso no se ve. Contrariedades a caballo en entre la fidelidad al original y el mundo contemporáneo.

El alcalde de Zalamea es una propuesta correcta a la que le faltan algunos elementos para brillar como se merece.

Tras haber puesto en escena seis obras de Calderón, la compañía Teatro Corsario estrena El alcalde de Zalamea, una de las más grandes, afrontándola desde el estudio riguroso de su esencia, así como de la forma precisa de decir el verso, una de sus señas de identidad. El alcalde de Zalamea es mucho más que un drama de honor. Posee la capacidad de involucrar al espectador en las escabrosas andanzas de sus personajes en clave de comedia para llevarle después a las puertas del horror. Aquí se cuenta la historia de una violación y su difícil castigo. Desde nuestra perspectiva, en la que solo cabe la condena de los hechos y el escándalo por la conducta de los autores, hemos de prestar atención a la manera de comportarse del alcalde, que no duda en negociar con el violador de su hija e invitarle a ser su yerno; o de Isabel, la víctima, que entiende que es ella misma quien debe ser castigada. En fin, circunstancias, creencias y despropósitos de un tiempo pasado que, representadas en un escenario y sin alejarnos de la certera mirada de Calderón, nos ayudan a entender el presente; un presente en el que necesariamente tendremos que cuestionar aquello que fuimos y descubrir que quizás las cosas han cambiado mucho. O quizás no.

Sonia López

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