Hablemos del Franco intelectual, del Franco lector que tenía una Biblioteca personal de más de 7.000 volúmenes - F.N. Francisco Franco

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                                                                                                 El Correo de España

                                                                                  Julio Merino      

LAS «OPINIONES» Y LOS «HECHOS»

«Franco fue un asesino» (esto es una opinión), «Franco ha sido el mejor gobernante que ha tenido España en toda su historia» (esto es otra opinión) … «Franco fue jefe del Estado desde 1939 a 1975» (esto es un hecho).

«Azaña fue un loco que llevó a España al desastre» (esto es una opinión), «Azaña fue el mejor político de su tiempo» (esto es otra opinión) … «Azaña fue el segundo presidente de la II República» (esto es un hecho).

«Alfonso XIII fue el mejor rey que ha tenido España» (esto es una opinión), «Alfonso XIII se cargó la monarquía» (esto es otra opinión)… «Alfonso XIII fue declarado culpable de alta traición y fuera de la ley por la República» (esto es un hecho). Y para que no queden dudas de que esto fue un hecho, reproduzco el texto final que las Cortes Constituyentes aprobaron por mayoría absoluta la noche del 19 al 20 de noviembre (a las 3,30 de la madrugada) y que publicó el Diario de Sesiones al día siguiente: 

***

“Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue Rey de España, quien ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado ha cometido la más criminal violación del orden jurídico de su país, y, en consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la Ley a don Alfonso de Barbón Habsburgo y Lorena. Privado de la paz política, cualquier ciudadano español podrá aprehender a su persona, si penetrase en el territorio nacional.

Don Alfonso de Borbón será degradado de todas las dignidades, derechos y títulos que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado, le declaran decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás para él ni para sus sucesores.

De todos los bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en el territorio nacional se incautará en su beneficio el Estado, que dispondrá del uso más conveniente que deba dárseles.

Esta sentencia se aprueba en las Cortes soberanas Constituyentes. Después de sancionadas por el Gobierno provisional de la República será impresa y fijada en todos los Ayuntamientos de España y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de Naciones.”

Curiosamente, este texto ha sido silenciado por la mayoría de los historiadores «profesionales».

Pero volviendo al principio, los ejemplos de diferencias entre opiniones y hechos son infinitos y podríamos remontarnos hasta los tiempos de Viriato. Pero, no se trata de eso. Se trata de puntualizar que para entrar en la historia, para escribir de acontecimientos o personajes históricos, hay que hacerlo sabiendo distinguir y separando con bisturí las «opiniones» y los «hechos», porque las primeras, aunque sean honestas, no dejan de ser opiniones, y los segundos, aunque nos duelan, están ahí.

Es verdad que la historia la han escrito siempre los vencedores y que los vencedores también han manipulado los hechos, pero así como las opiniones son versátiles y pueden cambiar de un día para otro, los «hechos» son tercos y tan resistentes como el hierro. Se disfrazan, se embellecen, se blanquean, se ocultan… todo lo que se quiera y, sin embargo, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda».

Napoleón llegó al poder por un Golpe de Estado (el 18 Brumario de 1799) y por más que él mismo y sus allegados y ser­ viles forofos quisieron revestir el acto de fuerza de «legalidad» la historia lo ha puesto en su sitio: aquello fue un Golpe de Estado. Se dice que la Segunda República española llegó en 1931 sin disparar un tiro y democráticamente, pero la historia no olvida que las elecciones municipales del 12 de abril las ganaron los monárquicos y que, por tanto, la República llegó ilegalmente.

Los resultados reales y oficiales de las elecciones celebradas el 12 de abril fueron estos:

Concejales monárquicos: 22.150

Concejales republicanos: 5.755

Antes, el día 5, habían sido proclamados por el artículo 29, es decir, sin confrontación electoral, por listas únicas, los siguientes concejales:

Concejales monárquicos: 14.018

Concejales republicanos: 1.832

Lo que demuestra claramente que los republicanos no ganaron las elecciones, aunque triunfaran en casi todas las ciudades y que, por tanto, el cambio de régimen fue antidemocrático e ilegal.

Y digo todo esto porque estoy cansado de leer «libros de historia» en los que las opiniones se superponen a los hechos hasta, en muchos casos, hacerlos desaparecer. La imparcialidad y la objetividad ya no se llevan, hoy se escribe, incluso, la historia desde posiciones ideológicas y partidistas. Si el que escribe es comunista, Stalin fue un gran gobernante. Si el que escribe es socialista, el GAL no existió. Si el que escribe es de derechas, Aznar tuvo razón en lo de la guerra de Irak… y lo mismo pasa con los medios de comunicación, donde a veces un mismo hecho se presenta de forma totalmente diferente: Rafael Vera fue un gran servidor del Estado o Rafael Vera se aprovechó del Estado para hacerse rico (como finalmente la Justicia así ha determinado).

A eso le llaman, para justificarse, pluralismo, sin darse cuenta de que el pluralismo es bueno en materia de opiniones pero nunca cuando se entra en el campo de los hechos. Los hechos tienen que ser sagrados para todos… y lo que está pasando ahora mismo en España es justo lo contrario. Quizá porque dar una opinión no necesita esfuerzo y, además, confirmar o ratificar un hecho exige una gran labor de investigación. Las opiniones no cuestan nada y se reparten gratuitas por las calles o en los bares. Los hechos cuestan tiempo y dinero.

Pues bien, éste ha sido mi norte al escribir siempre sobre Franco. Ni fui, ni soy franquista ni antifranquista, eso sí, 35 años de mi vida las pasé bajo el Régimen de Franco, porque yo como tantos españoles más, no pudimos marcharnos al extranjero y menos estudiar en la Sorbona, en Oxford, en Harvard o en Yale. Franco es para mí un personaje más de la Historia y como tal pienso que hay que tratarlo. Naturalmente, tengo mi opinión sobre Franco, pero acepto y aplaudo, incluso, que haya otras opiniones, pero no que se desfiguren los hechos contrastados… y un hecho contrastado es que Franco fue uno de los militares más brillantes de la Guerra de Marruecos y un intelectual que, además, en tres ocasiones salvó a la República. Otra cosa sería si se hablase de su participación en el llamado Alzamiento Nacional, en la dirección militar de los denominados «nacionales» durante la Guerra Civil o sus casi cuarenta años como jefe del Estado español.

Para un lector imparcial las cosas deben estar muy claras: las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados.

EL PERSONAJE FRANCO

Pero, antes de entrar en el tema central de este mini-informe, me parece fundamental dedicar unas palabras al «personaje Franco» y al marco histórico en que se desarrolló su vida, pues de lo contrario corremos el riesgo de dislocar las cosas -a favor o en contra- como les ha sucedido a tantos de sus biógrafos y a gran parte de los historiadores, quienes por una previa orientación ideológica, por rutina o por comodidad han centrado sus comentarios y su trabajo sólo en su persona y en sus bondades o maldades naturales. No, Franco no puede estudiarse aislado del contexto histórico que marca su vida y sin aceptar que para bien o para mal fue y será para siempre un «personaje», uno de los grandes personajes mundiales del siglo XX. Intentar ambas cosas -sacarle del marco histórico en el que se desarrolla su vida y no reconocerle su importancia de «personaje»- sólo puede conducir adonde han desembocado muchos de sus biógrafos panegiristas o sus enemigos declarados: al desconocimiento integral del personaje.

Francisco Franco nació a la vida pública cuando España se lamía aún las heridas del «desastre del 98» y los intelectuales hablaban y escribían de «regeneración», «renovación», «nueva política» y «revolución» (desde arriba o desde abajo)… cuando los males de la nación estaban tocando fondo y los españoles más jóvenes pensaban que había que hacer «borrón y cuenta nueva», renovarse o morir. Son los años críticos de don Miguel de Unamuno, de Ramiro de Maeztu, de José Martínez Ruiz Azorín, de Antonio Machado, de Pío Baroja, de Ortega y Gasset, de Marañón, de Pérez de Ayala, etc., y los de Antonio Maura, Canalejas, Pablo Iglesias, Melquíades Álvarez, Azaña, Azcarate, Lerroux y tantos más. O sea, el primer período de la difícil última centuria de la historia de España.

Pero es también la etapa crucial de Europa, la encrucijada donde se encuentran y chocan todos los «ismos» habidos y por haber, desde el capitalismo al marxismo pasando por el modernismo, el cubismo, el expresionismo o el aeromodelismo, el expansionismo y el fascismo… amén del comunismo, que va a ser la «bestia negra» a partir de la Revolución Rusa de 1917. Son los años que preceden y siguen a la Primera Gran Guerra, aquella que puso fin a la belle époque y, aunque con retraso, al siglo XIX. Un cuarto de siglo que conmociona y revoluciona el mundo de las artes, las ideologías, la técnica, la industria, la agricultura, la navegación, el arte de la guerra, las costumbres, la geografía y, ¡cómo no!, la política.

Pues bien, en ese marco histórico, sin duda uno de los más revolucionarios de la historia de la humanidad, es donde hay que situar a Francisco Franco para entenderle como «personaje», sin olvidar, claro está, que ese marco se ampliaría después hasta abarcar una guerra colonial, dos guerras mundiales, una guerra civil y el choque a muerte entre los fascismos y el capitalismo y el comunismo. Como tampoco hay que obviar, por supuesto, los nombres que suenan durante los años de su primera juventud y los posteriores de sus etapas de gestación y gestión, es decir, los de Lenin, Trosky, Stalin, Churchill, Mussolini, Hitler, Roosvelt, Petain, Mao, De Gaulle, etc. Es curioso pensar, por ejemplo, que el ascenso de Franco a comandante coincide en el tiempo con el acontecimiento más importante, quizá, de este siglo: la Revolución Rusa del mes de febrero de 1917, la que destrona al zar Nicolás y al sistema monárquico (la otra revolución, la de los comunistas de Lenin, la de la matanza de Ekaterimburgo, sería, como se sabe, en el mes de octubre).

Franco es, además, protagonista destacado en la guerra de África, siendo el general más joven de Europa en 1926, el salvador de la República en 1934, el Generalísimo en 1936 y el jefe del Estado entre 1936 y 1975 (uno de los mandatos más largos de la historia de España, incluidos los Reyes de la Casa de Austria y los Borbones), es decir, sesenta años de ininterrumpido protagonismo histórico. Por tanto, ¿quién puede negarle a Franco su categoría de «personaje histórico» sin caer en el ridículo?

Por lo que se refiere a lo personal, el personaje Francisco Franco no puede entenderse sin tener presente las líneas maestras de su conducta y su pensamiento (un pensamiento modelado y sostenido, como se demostrará en este libro, en las intensas lecturas de sus mejores años) como hombre, como padre de familia, como creyente, como militar, como político y como español. Porque no hay que olvidar lo que Franco opina sobre la libertad, la familia, la religión, el deber y la disciplina militares, el gobierno de la nación y el ser español. Veamos.

Sobre lo primero dirá un día: «Nosotros no negamos la democracia; nosotros queremos ser fieles a la democracia. ¡Ah!, pero no queremos que las libertades se pierdan en la anarquía; amamos la libertad, pero una libertad compatible con el orden, porque en el desorden naufragan todas las libertades…»

Respecto de la familia dice: «Para nosotros la familia constituye la piedra básica de la Nación. En los umbrales del hogar quedan las aficiones y las hipocresías del mundo, para entrar en el templo de la verdad y de la sinceridad. No en vano sobre la fortaleza de los hogares se ha levantado nuestra mejor historia. Al correr los años, nuestra Nación ha sido, más que una suma de individuos, una suma de hogares, de familias con un apellido común, con sus generaciones y jerarquías naturales y sagradas, con la solidaridad que mueve a unos en servicio y ayuda de los otros y que hace sentir con más fuerza que si fueran propias las desgracias o los sufrimientos de los demás…»

Como creyente opinará siempre que España y el catolicismo son dos cosas consustanciales: «La Iglesia Católica ha sido crisol de nuestra propia nacionalidad… la historia de España está íntimamente ligada a su fidelidad a Nuestra Santa Iglesia. Cuando España fue fiel a su fe y su credo, alcanzó las más grandes alturas de su historia; en cambio, cuando olvidando o negando su fe, se divorció del verdadero camino, España cosechó decadencia y desastres.»

Como militar fijará su posición exacta en dos delicadas circunstancias. Cuando le cesan como general director de la Academia de Zaragoza, y ante la encrucijada vital de 1936. En la primera ocasión dice: «¡Disciplina!… nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!… que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Ésta es la disciplina que os inculcamos. Ésta es la disciplina que practicamos.»

Y durante la celebración en Sevilla del primer aniversario del 18 de julio dirá:

«Al ejército no le es lícito sublevarse contra un partido ni contra una Constitución porque no le gusten; pero tiene el deber de levantarse en armas para defender a la Patria cuando esté en peligro de muerte.»

 

Como político, Franco tendrá dos obsesiones: el comunismo y la ingobernabilidad del Estado. «El comunismo -diría un día­ es un peligro universal y evitar que triunfe en España es el mejor servicio que podemos prestar al mundo occidental…» «Ocurrirá lo que tiene que ocurrir, señor presidente -le dirá a don Niceto Alcalá Zamora en 1936, el día que va a despedirse de él para incorporarse a su nuevo destino en Canarias, como comandante general- pero, desde luego, donde yo esté no habrá comunismo.»

La otra obsesión queda enmarcada en estas palabras: «Nunca nos han preocupado las palabras, sino los hechos. En política, las palabras son fáciles: libertad, autoridad, fraternidad, derecho, progreso, justicia, y así, sucesivamente se pueden combinar de muchas maneras en discursos elocuentes. Nuestros archivos parlamentarios están llenos de ellas; pero hay que leer al mismo tiempo el resto de la crónica de aquellos años. Se puede hablar de democracia y luego interpretarla cada uno a su manera: democracia liberal, parlamentaria, popular, socialista, dirigida, gobernada, etc. Lo que es difícil es darle a un pueblo en un momento dado, la realidad de una mejor economía, de una más auténtica justicia social, de una más efectiva participación, de una mayor cultura, de una verdadera libertad… los hechos, y no las palabras, son los que avalan para bien o para mal el sistema democrático.»

Y sobre el ser español y sobre los españoles dice: «El Cid es el espíritu de España… aquel espíritu que no se hinca de rodillas y exige el juramento de Santa Gadea o aquel que se pone en pie de guerra para expulsar al invasor Napoleón…»

O también: «Los españoles somos solidarios en el destino y no podemos hurtamos a los dictados de la geografía y de la historia; a golpe de invasiones se forjó nuestra nacionalidad. Mucho antes que otros pueblos, España ya era nación, y al templarse nuestro carácter en la lucha fuimos fieros de nuestra independencia y proyectamos nuestro ingenio por el mundo, hasta que la invasión de doctrinas extrañas acabó sumiéndonos en la decadencia. El secreto para anulamos o vencemos fue siempre el mismo: el dividirnos interiormente; así perdimos los mejores años en que el mundo se transformaba, con un siglo de constantes luchas intestinas.»

Éste es Franco. Éste fue Francisco Franco. Un hombre de ideas muy claras y de pocos pero firmes principios. Lo demás, todo aquello que quieran poner en su «haber» los adictos o cuanto pongan en el «debe» de su biografía los enemigos, sólo será fruto o consecuencia de la circunstancia histórica que vivió y de los graves acontecimientos con que hubo de enfrentarse. De ahí que tan error sería subirle a los altares como borrarle de la historia.

Franco fue simplemente un hombre… el hombre que protagonizó los destinos de España durante gran parte del siglo XX y «personaje» que en la vida y en la muerte convivirá ya para siempre con los grandes personajes de nuestra última centuria.

Pero, insisto, el personaje Franco sigue siendo, a pesar de todo, un gran desconocido, pa

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Pituca Perez