«El verdadero espíritu de la conversación consiste en
apoyarse en las observaciones del interlocutor, no en refutarlas.»
Edward G. BULWER-LYTTON (1803-1873)
“¡Será posible!, ¿por qué no me entiende?”, repetimos con referencia al cónyuge o ante quienes parece obligado que nos entiendan y entendamos. Y es llamativo que suceda entre mujeres y hombres, jóvenes y mayores, cultos o menos cultivados, extrovertidos o introvertidos, en personas con vida espiritual profunda o escasos de fe. Así es y así lo expresamos, sobre todo, si surge la ocasión para abrir el corazón con confianza en la intimidad.
Por consiguiente, podemos considerar que la discomunicación ─comunicación anormal o enferma─es una epidemia psicosocial de nuestra época, acrecentada por la prisa, el exceso de medios de comunicación audiovisuales, las pantallas invasoras del habitual diálogo, la hiperinformación, los conflictos generacionales y un cierto desamor que, como el frío invernal, cala los huesos de nuestra civilización si carecemos de buenas “prendas de abrigo”.
¿Cómo propiciar, mantener o recomponer una buena comunicación en el matrimonio, en la familia y en la sociedad? Pues aprendiendo. Percibimos las posibles réplicas de los lectores: “El amor todo lo puede”; “Con sólo el amor ya basta”; “Contigo pan y cebolla”,etc. Y hemos de añadir que conforme, pero con matices, puesto que en la comunicación entran en juego un emisor, un receptor, un código, un canal de comunicación y el mensaje. Además, por si fuera poco, está siempre el factor humano: la libertad de cada persona.
Fijémonos personalmente en nuestra comunicación por teléfono, e-mail o correo y lo entenderemos. En cada uno de los cinco factores ─seis si incluimos la libertad─ caben pequeñas o grandes averías. Es preciso detectarlas, reconocerlas y remediarlas. Y si ya estamos convencidos, vayamos manos a la obra para abordar las posibilidades que se dan centrándonos hoy en los dos agentes implicados.
En cuanto al emisor cabe, como defecto, expresarse con demasiada rapidez o pensar que el otro/a entiende lo que decimos, y resulta que estamos omitiendo datos esenciales para llegar a ser comprendidos. Timidez, introversión, explosividad, ansiedad, “nervios” y otros rasgos defectuosos de nuestra personalidad pueden traicionarnos y ─sin saberlo ni quererlo─ modificar el mensaje que deseamos enviar a nuestro interlocutor. El mensaje es importante y por eso resulta necesario cuidar cómo se dice, pero también lo que se dice. Si conocemos bien a nuestro interlocutor, evitaremos tocar temas que pueden “levantar ampollas” y agravar la discomunicación. Parece mentira que lo olvidemos con tanta frecuencia y tengan lugar esos “diálogos de sordos” más propios de un chiste que de la vida misma. ¡Que diferente resulta el significado de lo dicho según la utilización del modo verbal ─indicativo o enunciativo, vocativo e imperativo─ al expresarnos!
Y al receptor le sucede frecuentemente que interpreta lo recibido como distinto de lo que querían decirle. Ocurre así cuando sufrimos de susceptibilidad, narcisismo, tendencia a la paranoia, etc. Recordemos que, como dijo el filósofo, lo que se recibe se recibe al modo del recipiente.
Por último y para ambos agentes, hay que valorar las anomalías derivadas del propio del concepto que queremos hacer llegar. Aquí entran de lleno las llamadas atribuciones o significados derivados de lo que para cada persona significa una palabra concreta, un concepto, un gesto o una conducta según lo vivido y aprendido a lo largo de la vida. Considerando estos factores, mejoraremos la comunicación intelectual y afectiva. A veces bastará el propio empeño personal para bien entender y ser entendido. En otras ocasiones se precisará acudir a un experto en la materia (psicólogo, psiquiatra, médico, orientador, etc.) que ponga sentido común, tiempo y cariño al ayudarnos.
Mucho anima saber que una buena comunicación es principio y expresión de respeto, de caridad, que lleva a vivir mejor y más amorosamente en la medida en que sea más correcta, realista y generosa. Y no digamos ya en el ejercicio profesional… ¡Pongamos empeño, nos va mucho en ello!
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra