Tema
La inversión en factores intangibles como I+D+i y el capital humano es clave para aumentar la productividad y la competitividad.
Resumen
Uno de los grandes desafíos que afronta Europa es el de la competitividad de su economía y sus empresas, especialmente en un contexto internacional de una globalización en transformación y de carrera tecnológica. En el caso de España, el país tiene particularidades específicas que le hacen más vulnerable; como el problema estructural de productividad o un mejorable nivel de sofisticación de nuestro tejido productivo y de diferenciación de su oferta. En este contexto, la inversión en activos intangibles se presenta como una solución clave para mejorar la competitividad internacional de España. Al aumentar la inversión en áreas como investigación y desarrollo, formación de capital humano, innovación y tecnología o diseño y marcas, nuestro país puede diversificar su economía y desarrollar productos y servicios más sofisticados y competitivos.
Análisis
Uno de los grandes retos de presente y futuro que afronta la Unión Europea (UE) y sus Estados miembros es el de la competitividad de sus economías. El diagnóstico, analizado en detalle en el reciente Informe Draghi, es que Europa pierde competitividad a pasos acelerados. Esto es especialmente cierto en el contexto de una batalla por la supremacía tecnológica entre Estados Unidos (EEUU) y China, pero también frente a la pujanza de países emergentes. Aunque hay todo un debate sobre si se vive mejor en Europa o en EEUU, o si la productividad por hora es más alta en Europa, sobre todo en el norte, que al otro lado del Atlántico, lo cierto es que hace 15 años, el tamaño de la economía europea superaba en un 10% a la de EEUU, sin embargo, en 2022, era un 23% inferior. De hecho, el PIB de la UE (incluyendo el Reino Unido antes del Brexit) ha crecido en este periodo un 21% (medido en dólares), frente al 72% de EEUU y el 290% de China. Es más, el Fondo Monetario Internacional (FMI), destaca que la participación de la UE en el PIB mundial, en términos de paridad de poder adquisitivo, ha caído significativamente, pasando del 23% al 14% en apenas tres décadas.
Una de las razones de esa pérdida de competitividad, sobre la que luego incidiremos, es el crecimiento más lento de la productividad de las empresas europeas, pero hay también otros indicadores. La European Round Table lo analiza en su último “Competitiveness and Industry Benchmark Report”, que subraya la pérdida de cuota de mercado de las compañías europeas, la menor inversión en I+D o su escasa relevancia en nuevas tecnologías, entre otros.
Figura 1. Gasto en I+D como % del PIB
La competitividad es, de hecho, una de las prioridades de la UE. Así, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, encargó sendos informes para afrontar este desafío tanto a Enrico Letta (sobre el Mercado Único, pero en el que el reto de la competitividad está omnipresente) y a Mario Draghi (que ha publicado un excelente trabajo, que podría ser perfectamente el plan de gobierno de la próxima Comisión Europea). De hecho, la hoja de ruta que ha presentado von der Leyen para la nueva Comisión se basa en los siguientes ejes: competitividad, defensa, modelo social, calidad de vida, valores europeos, política exterior y ampliación. Además, ha anunciado la creación de un Fondo Europeo de Competitividad como parte de la propuesta de un presupuesto nuevo y reforzado en el próximo marco financiero plurianual. En un documento previo, la Comisión calificaba esa competitividad de “sostenible” y basada en “el crecimiento de la productividad, la sostenibilidad medioambiental, la estabilidad macroeconómica y la equidad”. A mayores, se especificaba que “la seguridad económica es la capacidad de la economía de la UE para resistir a las crisis y proteger sus propios intereses, gracias a unas cadenas de suministro resilientes y diversificadas y al buen funcionamiento de sus empresas”.
Si la mejora de la competitividad es un desafío para la UE, lo es de manera especial para España, que ocupa el puesto 40 sobre un total de 67 economías en el último “Ranking de Competitividad Mundial” de la escuela de negocios IMD. En el caso español, debemos poner el acento en el bajo nivel de sofisticación de nuestra economía (el país ocupa también posiciones modestas en el “Indice de Complejidad Económica” que elabora el Harvard Growth Lab) y, sobre todo, en el problema de la productividad. De hecho, este es el gran reto de la economía española, ya que la productividad no sólo sigue lejos de la media europea, sino que ha retrocedido en lo que va de siglo. Con el fin de estudiar este fenómeno, la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) han creado recientemente el Observatorio de la Productividad y la Competitividad en España con el fin de tener datos y análisis que nos hace entender mejor las características específicas de dicho desafío en el caso español. Al mismo tiempo, el gobierno de España ha creado recientemente un Consejo para la Productividad, presidido por Juan Francisco Jimeno Serrano.
Figura 2. Productividad total de los factores (PTF); tasa de variación acumulada
En realidad, estamos hablando de dos desafíos diferentes (el de la competitividad y el de la productividad), pero directamente relacionados. Son casi dos caras del mismo reto. No en vano, podemos decir que la competitividad está determinada, en primer lugar, por la productividad. Sin mejoras en productividad, no hay posibilidad de inversión en capital humano u otras fuentes de ventaja competitiva. De hecho, el modelo de Michael Porter, que ya hace más de 25 años analizó “La ventaja competitiva de las naciones” se basa, en primer lugar, en la productividad (“la competitividad está determinada con la productividad con la que un país o una región utiliza su talento, su capital y sus recursos naturales para crear valor”), y aporta una definición muy útil: “una nación o región es competitiva en la medida que las empresas que operan en ella son capaces de competir de forma exitosa en la economía global y local, a la vez que mantienen o incrementan los salarios y el nivel de vida de los ciudadanos, generando un espacio integrado y debidamente alineado en torno a una estrategia única y diferenciada”. Abundando en esa relación entre competitividad y productividad, podemos decir que la competitividad depende de la mejora continua de la productividad a largo plazo. Así, los países se vuelven más competitivos cuando mejoran e incrementan su capacidad para lograr niveles crecientes de productividad.
1. La economía intangible
¿Y cuál es la respuesta ante tamaño desafío? Evidentemente no hay soluciones fáciles, ya que se trata de una transformación estructural, pero en parte pasa por un ejercicio de racionalización y audacia del marco regulatorio europeo y, por otra, precisa avanzar en lo que podríamos denominar “la transición olvidada” (frente a las transiciones verde y digital), que no es otra que la evolución hacia una economía más intangible.
¿Qué son los intangibles? Para definirlos mejor, vamos a utilizar la aproximación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), por la cual:
“Los activos intangibles comprenden investigación y desarrollo (I+D), conocimientos técnicos, programas informáticos y datos, diseños, marcas y conocimientos especializados sobre la organización o la cadena de suministro, así como capacidades del más alto nivel, todo lo cual deriva en propiedad industrial e intelectual, o interactúa con ella de alguna manera. A pesar de su carácter intangible, estos activos tienen la capacidad de crear un enorme valor para las empresas, las economías, las sociedades y las personas”.
Para entender mejor el auge de esa economía intangible la obra de referencia es, sin duda, Capitalism without capital. The rise of the intangible economy, de Jonathan Haskel y Stian Westlake, en la que agrupan los activos intangibles en tres categorías: (a) aquellos relacionados con los equipamientos informáticos (sea software o bases de datos); (b) los relacionados con la innovación (como patentes o diseños, derechos de exploración y evaluación de recursos mineros, creaciones artísticas y de entretenimiento y la inversión en diseño y desarrollo de nuevos productos); y (c) las competencias económicas (formación, investigación de mercados, estrategia de marca o reingeniería de procesos de negocio).
Figura 3. Categorías de activos intangibles según NIIF 3
A nivel global, cerca del 50% del valor de las empresas cotizadas corresponde ya a los activos intangibles, porcentaje que llega al 73% en países como EEUU. De hecho, la inversión en activos intangibles no para de aumentar y en los últimos 15 años ha crecido tres veces más que la inversión en activos físicos, crecimiento liderado fundamentalmente (pero no sólo) por economías desarrolladas como EEUU, Francia, Alemania y el Reino Unido y, en términos porcentuales (relación sobre el PIB), también por Suecia, los Países Bajos y Dinamarca. En palabras de Daren Tang, director general de la OMPI:
“El aumento de los activos intangibles, que crean y revisten valor en la economía mundial, es una tendencia invisible que, sin embargo, puede cambiar las reglas del juego. Incluso en el período actual de incertidumbre, la inversión en activos intangibles está progresando y superando de forma sistemática la inversión total en activos tangibles, pues se ha disparado en las economías de ingresos altos como las de los EEUU y Europa y en las economías que emergen con rapidez, como la de la India”.
De hecho, hace unos años la propia OMPI analizó el peso de los intangibles en el comercio internacional (“Capital intangible en las cadenas globales de valor”), concluyendo que cerca de un tercio del valor de los productos manufacturados vendidos den todo el mundo se deriva del capital intangible. De hecho, durante el periodo analizado por la OMPI, los ingresos atribuibles al capital intangible representaron de promedio un 30,4%, casi el doble del capital tangible.
Figura 4. Inversión total intangible y tangible, 1995-2023 (1995=100)