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La nueva propuesta de Trump de imponer aranceles del 10% o 20% a todas las importaciones afectaría a todos los países por igual

Donald Trump vuelve al poder con una estrategia económica que desafía las reglas del comercio global. Aunque tiene fama de “empresario práctico”, su experiencia real se limita a sectores como el inmobiliario y el entretenimiento, sin verdadera exposición al comercio internacional. Junto a su vicepresidente, J.D. Vance, apuesta por una política proteccionista bajo los lemas de “Hacer a América grande de nuevo” y “América primero”. Este enfoque, lejos de revitalizar la economía de Estados Unidos, amenaza también a sus socios comerciales, entre ellos España.

J.D. Vance, una figura emergente en la política estadounidense, impulsa una corriente llamada “postliberalismo”, que propone una intervención estatal para proteger a los trabajadores y promover la industria nacional. Vance y Trump justifican el proteccionismo como un medio para preservar empleos y reducir la dependencia de otros países. Sin embargo, en lugar de proteger al ciudadano común, esta política podría terminar beneficiando a las grandes corporaciones, afectando a las pequeñas empresas y limitando la competencia, que es la base de una economía sana.

Para entender las críticas al proteccionismo, vale la pena recordar el ejemplo del economista vasco-francés del siglo XIX, Frédéric Bastiat. En uno de sus casos más célebres, planteó que los comerciantes de París, al no poder producir naranjas debido al clima, solicitaron un impuesto sobre las naranjas importadas de Portugal para vender las locales a un precio competitivo. Aunque este arancel permitía a las naranjas francesas competir en precio, el consumidor terminaba pagando más, sin que la producción local mejorara. Esta lógica de “protección” generaba pérdidas económicas sin beneficios para la sociedad en su conjunto.

Este ejemplo teórico cobra vida con el caso reciente de las aceitunas negras españolas. En 2018, Trump impuso aranceles del 30% a estas aceitunas con la justificación de proteger a los productores de California. ¿El resultado? Las exportaciones españolas a EEUU cayeron un 70%. Pero esta reducción no impulsó la producción estadounidense; en cambio, aumentaron las importaciones de aceitunas desde Marruecos y Egipto. Como en el ejemplo de Bastiat, los aranceles no lograron fortalecer la producción local, sino que afectaron a los agricultores españoles y a los consumidores estadounidenses, que acabaron pagando más.

Diversos estudios confirman que los aranceles impuestos por Trump en 2018 tuvieron efectos negativos para la economía estadounidense: encarecieron productos importados y redujeron el poder adquisitivo de los consumidores. En lugar de reducir el déficit comercial, el proteccionismo solo lo incrementó, funcionando como un “impuesto oculto” que costó a las familias estadounidenses 80.000 millones de dólares.

La nueva propuesta de Trump de imponer aranceles del 10% o 20% a todas las importaciones afectaría a todos los países por igual, incluida España. Por lo que a diferencia del caso de las aceitunas, aquí la competitividad de las exportaciones españolas no se vería comprometida frente a las de terceros países, ya que todos estarían sujetos al mismo arancel. En este caso, la forma en que disminuirían las exportaciones españolas hacia EE UU sería que aumentaran su producción doméstica o que su economía se contrajera, reduciendo la demanda de productos extranjeros.

Aquí surgen las contradicciones con las ideas de J.D. Vance. Su postura postliberal defiende el apoyo a la clase trabajadora y a las comunidades locales, pero en la práctica, el proteccionismo favorece a las grandes empresas y no a las pequeñas, debilitando el tejido de pymes que es esencial para una economía diversa y competitiva.

En cuanto a los trabajadores, la realidad es que el regreso a una era dorada de empleos en manufactura es casi imposible. Con el avance de la tecnología y la automatización, la necesidad de mano de obra en fábricas ha disminuido drásticamente. La economía estadounidense ha evolucionado hacia el sector servicios, que hoy ocupa el 91% del empleo, y estos intentos de revertir la tendencia solo encarecen los productos importados, reducen el poder adquisitivo de los consumidores y afecta negativamente la economía interna. Incluso en los propios países asiáticos a los que acusan de haber robado sus empleos, se está produciendo esta misma tendencia con descenso relativo del número de trabajadores industriales.

Para muchos economistas, el libre comercio sigue siendo la mejor vía para una economía estable y próspera. Como advirtió Bastiat, el proteccionismo, aunque pretende proteger la economía nacional, termina perjudicando tanto a los consumidores como a los socios comerciales. En el caso de España, más de 28.000 empresas dependen del mercado estadounidense, y el aumento de barreras comerciales pondría en riesgo muchas de ellas. Si el objetivo es lograr una economía saludable, dinámica e inclusiva, la solución pasa por construir un modelo fortaleza abierta y no de país amurallado. Europa, España y Navarra pueden proteger el empleo y fomentar su tejido empresarial sin recurrir a aranceles, apostando por incentivos fiscales para empresas locales, programas de capacitación laboral, inversión en infraestructuras, y el fomento de la innovación y tecnología. Además, el desarrollo de clústeres industriales, políticas de compras públicas orientadas a productos nacionales y el impulso a la economía circular son alternativas eficaces para promover la economía local. Estas medidas permiten alcanzar los objetivos de crecimiento y protección laboral sin perjudicar la competitividad ni afectar las relaciones comerciales internacionales y preparándonos mejor para los desafíos del futuro.

Eduardo Kaibide Díez. Ingeniero, economista y miembro del ‘think tank’ Institución Futuro

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Isabel Larrión