Calendario de Adviento 2024. Día 2: la palabra - Noelia Jiménez

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ADVIENTO 2024 | DÍA 2. LUNES

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 2, 1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén». Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.

Salmo responsorial Sal 121, 1-2.4-5.6-7.8-9 

R/. Vamos alegres a la casa del Señor. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R/. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. R/. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R/. Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios». R/. Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La paz contigo». Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien. R/.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo».

Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

***

No me imagino lo que debía de ser llegar a dejar admirado a Jesús. ¿Qué podría asombrar a un hombre que es Dios, un enviado del cielo, hijo mismo del Altísimo?

A Jesús lo admira la fe del centurión. El Señor hace milagros allá donde va. Le ponen delante enfermos, endemoniados, incluso muertos, para que infunda sobre ellos el don de la vida. Y, sin embargo, se encuentra ante él con un hombre socialmente poderoso que reconoce tal poder en Jesús que ni siquiera precisa que imponga las manos sobre su criado ni que lo mire a los ojos: sabe bien que el Gran Poder del Señor está más allá de lo físico, mucho más allá de este mundo. Sabe que con su palabra puede sanar.

Imagino que este centurión podría tener a su alcance a los galenos de Cafarnaúm para sanar a su criado. Seguramente por dinero no sería. Pero apuesta por la sanación auténtica, la que va más allá de lo físico, de lo que se puede tocar y pagar con dinero: la sanación de la fe.

Este pasaje del evangelio de san Mateo me suscita varias reflexiones.

La primera, acerca del cuidado que merecen las personas que nos rodean. Incluso con aquellos que supuestamente están ahí para ‘cuidarnos’ a nosotros. No estamos en el siglo XXI: en el siglo I no podíamos hablar de nada parecido a los derechos sociales y no imagino a muchos centuriones –insisto, hombres poderosos– preocupándose por la salud de sus criados. Y, sin embargo, este centurión lo hace. Quiere sanar a aquel que le ha servido. Se preocupa porque «sufre mucho». ¿Tengo los ojos abiertos y estoy dispuesta a hacer algo para paliar el sufrimiento de las personas que me rodean?

La segunda reflexión aparece en torno al poder de la palabra: «Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sanado». ¿Soy consciente de que mis palabras causan efectos sobre las personas a quien las dirijo? Las palabras crean realidades, para bien y para mal. Y a veces –muchas veces– me descubro clavada en discursos negativos, viendo todo aquello que no me gusta en lo que me rodea, en lugar de buscar la belleza y la bondad, que siempre están ahí, incluso cuando parece que todo es sordidez y devastación.

La tercera reflexión surge en torno a la disciplina de la que habla el centurión. Los cristianos somos ‘soldados’ de Cristo –y perdón por el lenguaje bélico cuando hablamos del Reino del Amor–: ¿estoy verdaderamente comprometida con esta batalla por la Luz del mundo? ¿A quién sirvo con mis actos del día a día? ¿Cuáles son mis armas cotidianas para hacer que en la vida venzan el amor y la esperanza?

Obra: Adoración de los Magos, Leonardo da Vinci (1481-1482). Galeria degli Uffizi, Florencia (Italia).

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Noelia Jiménez