«Se necesitan dos años para aprender
a hablar y sesenta para aprender a callar.»
Ernest Hemingway (1899-1961)
Whisky doble o, mejor, ginebra, ron Martinica, daiquiris y martinis suelen asociarse a la figura de Hemingway. Quizás por abusar de ellos, por la hemocromatosis familiar que padecía, por el suicidio de su padre (médico de profesión); o tal vez por sus experiencias como conductor de ambulancia en la 1ª Guerra Mundial y como periodista en nuestra guerra civil y en la 2ª Guerra Mundial (incluido su presencia en el desembarco de Normandía); o por otras razones que desconocemos llegó su triste final. Ni sus cuatro mujeres, ni su amistad con otros escritores como Gertrude Stein, James Joyce, Ezra Pound o Francis Scott Fitzgerald ni el premio Pulitzer o el Nobel de Literatura, evitaron que con una escopeta llevada a su boca decidiera poner fin a su existencia.
Pero una persona es más que el acto egoísta, cobarde y erróneo del suicidio. Quedémonos con lo positivo de su vida. El valor juvenil que le mereció una condecoración en el campo de batalla, la pasión madura que mantenía con nuestro país y, sobre todo, el conjunto de su obra literaria, la cual podemos disfrutar para siempre. En el día de hoy preferimos destacar la sabiduría de la frase del encabezado. Más difícil aún que iniciar algo es saber cómo y cuando contenerlo, pues lo fácil es dejarse llevar antes que volver a tomar el control.
Y si pasamos de la literatura al llamado séptimo arte podemos acordarnos de una película a la que ya nos hemos referido en alguna ocasión y que nuestros lectores más veteranos recordarán. Hablamos de “Un hombre llamado caballo”, un western atípico de 1970 protagonizado por Richard Harris y dirigido por Elliot Silverstein. Es la historia de un lord inglés que va a cazar a Norteamérica y allí es cautivado por los sioux quienes le tratan como a un animal de carga. El se niega a ser considerado como tal y, a lo largo de la narración, surge la oportunidad de ser admitido como miembro de la tribu. Para ello debe pasar una serie de experiencias, entre otras, un “juramento al sol” de 24 horas que debe pasar de pie sin beber ni comer en el desierto; o ser colgado de unos ganchos que le sujetan por el pecho (imagen icónica de la película imposible de olvidar una vez vista). Lo curioso del caso es que uno de los abajo firmantes cuando vio esta película de niño quedó impresionado por la dureza de estas pruebas, pero se le pasó por completo la dificultad mayor que entrañaban. Solo al volverla a disfrutar ya de adulto se dio cuenta del detalle principal. Superar todo lo anterior no basta para ser admitido en la tribu; lo importante y determinante era que pudiera llevarlo a cabo sin hablar ni quejarse en ningún momento. Solo así sería reconocida su madurez adulta.
Y así hemos llegado por una vía diferente a la frase del inicio. Si ya resulta difícil aprender a comunicarse con las palabras, aún lo es más el saber cuándo callar. En la película citada el lord inglés devuelve el favor a los nativos, ya como guerrero sioux, enseñándoles a controlar sus ataques. Les hace esperar hasta que el enemigo esté suficiente cerca para ser más efectivo con la munición. No es fácil. Cuando algo nos asusta tendemos a reaccionar inmediatamente, no decidimos qué hacer, sino que lo actuamos de manera inmediata sin razonarlo. Pero como siempre ocurre en la vida podemos encontrar excepciones.
El pasado mes de febrero todos fuimos testigos de una reunión en la Casa Blanca entre su inquilino actual, Donald Trump, y su invitado ─por llamarlo de alguna forma─ Volodomir Zelenski. El mundo entero contempló con estupor el trato abusivo del anfitrión junto con otros periodistas hacia el ucraniano: Éste tuvo que hacer un esfuerzo notable para no responder como suponemos que le hubiese gustado hacerlo. A pesar de estar solo, fuera de su entorno y tener que expresarse en otro idioma, fue capaz de mantener el tipo frente a la persona más poderosa del planeta. El resultado ha permitido que su figura se acreciente ante el resto del mundo, precisamente por no responderle como se hubiera merecido. Y, sorpresivamente, este pasado 26 de marzo, en el entierro del Papa Francisco (D.E.P.), se ha producido una nueva reunión entre ambos con actitudes muy diferentes, esperemos que también lo sea el resultado. Y todo ha sido posible porque alguien ha mantenido el autocontrol. Recordémoslo mañana en el trabajo y ante la primera situación que nos incomode “traguemos saliva”.
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra