Josefa Sanz Echeverría y las piedras del oído de los peces

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Fue pionera en la historia de la biología marina española, especializándose en la taxidermia de peces y en el estudio de los otolitos, en una época en la que las mujeres eran invisibles para la ciencia.

Josefa Sanz Echeverría en el Laboratorio de la Estación de Biología Marina de Santander en 1906. Imagen: Archivo MNCN, sig. ACN003/002/07677.

Esta naturalista de formación autodidacta nació en Guetaria en 1889. Sus preferencias estuvieron muy influidas por sus familiares, como los naturalistas Maximino Sanz de Diego y Luis Alaejos Sanz. Entre 1907 y 1915 trabajó en la Estación de Biología Marina de Santander, fundada por el profesor Augusto González de Linares en 1886 y adscrita al Museo en 1901. Fue la primera mujer ayudante técnica de laboratorio, dedicándose a disecar peces y a recolectar y preparar otros animales marinos. En 1916 obtuvo por oposición una plaza de preparadora en la Sección de Vertebrados del MNCN.

Mostró un interés especial por los peces, que había aprendido a naturalizar con su tío Sanz de Diego, director del Laboratorio de Taxidermia del Museo. Durante su carrera se dedicó a ordenar y catalogar las colecciones de ornitología, los primeros años, e ictiología después, ya que el director del Laboratorio de la Sección de Vertebrados Luis Lozano Rey creyó oportuno que Pepita, como se la conocía en el MNCN, se dedicase especialmente a las colecciones de peces de España, Marruecos y la costa del Sahara. Su labor consistía en registrar y etiquetar los ejemplares capturados en las exploraciones y campañas, así como en realizar las  preparaciones esqueléticas (regiones cefálica, escapular y pelviana) y la preservación en formol del aparato branquial. Resulta curiosa la atención que prestaba al pescado que se vendía en el mercado, fijándose principalmente en las especies que estaban mal representadas o en aquellas que no se encontraban en la colección del museo.

También hay que destacar la destreza que adquirió en la preparación de las piezas esqueléticas de los peces, particularmente las del cráneo. Esto le llevó a interesarse por el estudio de las concreciones calizas que se encuentran en el oído interno. Conocidas con el nombre de piedras del oído hasta el siglo XIX, fue el naturalista francés Georges Cuvier quien en 1836 emplearía el nombre de otolitos.

En los teleósteos o peces óseos los otolitos sirven para mantener el equilibrio estático y dinámico, y la audición. Están compuestos de carbonato de calcio en una de sus tres formas minerales: principalmente aragonito, a veces calcita, y rara vez vaterita. Se encuentran en los laberintos membranosos que existen a cada lado del neurocráneo, sumergidos en el líquido endolinfático que hay en las tres cavidades membranosas que forman el órgano auditivo de los peces. Dependiendo de su ubicación, los otolitos adquieren diferentes nombres: la sagita, es el más grande y más estudiado debido a la facilidad con la que se puede colectar y analizar; y el asteriscus y el lapillus, mucho más pequeños. Un pez posee tres pares de otolitos, uno en cada una de las tres cámaras ubicadas en ambos lados del cráneo.

Otolitos de barbo gitano (Luciobarbus sclateri), colección de Ictiología del MNCN. Imagen: José María Cazcarra.

Los otolitos crecen al mismo ritmo que los propios peces: rápido en verano y lentamente en invierno, por lo que su estudio es de gran ayuda para conocer muchos detalles de la biología de estos vertebrados. Los otolitos forman anillos de crecimiento anuales visibles, semejantes a los de los árboles, que permiten determinar la edad del pez y su ritmo de crecimiento a lo largo del año. La forma de los anillos también refleja datos climáticos, incluso registra la estación del año en que murió el pez. El análisis químico de los otolitos revela la temperatura promedio del agua durante la vida de un pez, al igual que las proporciones de estroncio, calcio y zinc que hay en ellos muestran los patrones de migración cuando los peces se mueven de aguas marinas a aguas dulces, e incluso entre diferentes hábitats en grandes ríos como el Amazonas.

Uno de los aspectos más interesantes de estas diminutas estructuras es como su forma y tamaño varían entre especies. Así, los peces que viven en arrecifes o fondos rocosos (pargos, meros y corvinas) tienen otolitos más grandes que los que pasan la mayor parte del tiempo nadando a gran velocidad en el océano abierto (atunes o caballas). Igualmente, los peces voladores tienen otolitos grandes, posiblemente debido a la necesidad que tienen de mantener el equilibrio, cuando se lanzan fuera del agua.

Es precisamente esta forma peculiar, lo que permite que incluso cuando se encuentran otolitos aislados, ya sea en el contenido digestivo o en las heces de aves y mamíferos piscívoros, se pueda identificar el pez del que provienen. De hecho, se utilizan para determinar los peces consumidos, pues ni los ácidos, ni la mecánica del estómago del depredador logran destruirlos con facilidad. También se ha recurrido a ellos en los estudios de paleontología para la identificación de especies, ya que pueden soportar largos años las alteraciones del medio ambiente. Se han utilizado otolitos de peces de hasta 172 millones de años para estudiar el entorno en el que vivían.

Lámina con otolitos de salmonete (Mullus barbatus). Sagitta: 1,2,3,6,7,8,11,12; Lapillus: 4,5 y Asteriscus: 9,10. Imagen: Bol. Soc. Esp. Hist. Nat., Madrid.

Su forma también nos proporciona información sobre algunos aspectos de su ecología, ya que su variación está íntimamente ligada a factores ambientales como la profundidad, temperatura y salinidad del agua, además de el tipo de sustrato y la disponibilidad de alimento. Los otolitos son como pequeñas enciclopedias, que también arrojan mucha luz en investigaciones arqueológicas. Por ejemplo, los acopios de otolitos de bacalao recolectados en un asentamiento pesquero vasco del siglo XVI en la península del Labrador. Gracias a ellos se obtuvo mucha información sobre las poblaciones de bacalao del Atlántico antes de que la pesca se intensificase. Al poder datar los otolitos por radiocarbono, se pudo saber cuándo se utilizó el asentamiento. Asimismo, el análisis de los cambios en la composición química y en la estructura de los otolitos, pudo incluso proporcionar información sobre cómo se cocinaba el pescado.

La habilidad de la ictióloga vasca le permitió extraer los otolitos, incluso los más pequeños, sin dañarlos, lo cual no resulta fácil ya que se trata de estructuras muy frágiles y poco accesibles. De este modo inició una colección, guardándolos en tubos y pequeñas cajas, al tiempo que consultaba obras de anatomía en las que se hablaba de estas piezas, para descubrir sus rasgos distintivos. Formó una colección de miles de otolitos, en la que cada especie estaba representada por varios ejemplares, en los que distinguía los caracteres específicos debido a las diferencias en el sexo y la edad que había observado en los ejemplares de los que había extraído los otolitos.

Conforme Josefa Sanz reunía los otolitos de las especies que formaban parte de un género o familia concreta, realizaba un estudio metódico, descriptivo y comparativo, con el que llegaba a conclusiones, que reforzaban el valor de las diferencias que se conocían estudiando la morfología y anatomía de esas especies. Finalmente, decidió publicar los resultados de sus investigaciones, con la ayuda de la excelente dibujante y acuarelista del Museo, Carmen Simón.

Entre 1926 y 1950 publicó numerosos estudios en el Boletín de la Real Sociedad de Historia Natural  sobre los otolitos de los peces marinos de España y norte de África, principalmente de especies actuales y, más tarde, de especies fósiles. Además, entre 1943 y 1950 colaboró ocasionalmente con el Instituto Español de Oceanografía en estudios sobre especies de peces del Sahara, artículos que se publicarían en sus revistas. En 1952 falleció en Madrid, víctima de una grave enfermedad incapacitante.

De su entusiasmo científico y excelente capacidad para el trabajo da buena cuenta Luis Lozano, con el que trabajó en sus estudios de ictiología, quien destaca los elogios y el reconocimiento de científicos extranjeros. 

Referencias bibliográficas:

Lozano Rey, L. 1952. Nota necrológica de Dª. Josefa Sanz y Echeverría. Boletín de la Real Sociedad de Historia Natural, 50: 181-187.

Sanz Echeverría, J. 1936. Otolitos del género Mullus. Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural, 36: 345-361.
 

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Martínez López Carmen