EL DIOS DE LA JUVENTUD

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El Teatro Pavón abre las puertas de su templo, en este tiempo estival, para que haga su aparición El Dios de la juventud. Obra de Alma Vidal, esta creación muestra la realidad generacional de los jóvenes en un mundo en el que, más que nunca, no los entiende nadie. Crisis, humor ácido, drama, fiesta, adicciones y otras cuestiones se mezclan en un cóctel molotov que agita al público de manera brutal y sublime.

El Dios de la juventud nos cuenta la vida y vivencias de Gonzalo, un joven escritor que no consigue triunfar y que se ve preso de la pérdida del amor y de que nadie, ni si quiera su propia madre, le brinde una oportunidad. Así, entre amigos cuestionables, alguna que otra droga y un sinfín de problemas, intenta crear una obra de teatro que rompa con todo y le lleve al éxito.

De esta manera, Alma Vidal, que también dirige el trabajo, abre la caja de pandora y pone sobre las tablas el drama de las personas que están entre los veinte y los cuarenta en estos años veinte tan crueles y duros que estamos viviendo. Esos individuos que estudiaron, se esforzaron y lucharon por sus ideales, con la sombra de sus padres detrás, y que no han conseguido casi nada. Trabajos precarios, la imposibilidad de la emancipación, el no saber qué contar y qué hacemos aquí mientras pensamos que, quizá, sobramos en esta ecuación que es la vida. A la vez que vemos que el tiempo transcurre rápido y que ya no somos tan jóvenes como nos creíamos (lo muestra muy bien el personaje de Gonzalo con su hermana). Todo esto mientras tenemos que aguantar comentarios, como que somos una generación de cristal, que no sabemos qué es el sacrificio y otras aberraciones, mientras nadamos en un mar de ataques de ansiedad, enfermedades autoinmunes y medicación para intentar empezar un nuevo día.

A su vez, esta creación nos muestra en escena la pieza, que tiene el título de la obra real en otro juego espectacular, que está creando el personaje de Gonzalo. Conocemos así la historia de Amalia y su reflexión sobre el paso del tiempo. En su camino, se encontrará con la idea del suicidio pero, también, con la esperanza de un nuevo amor en la figura de Mateo. Mientras que un tren, escenario clásico, es el lugar de encuentro para todo esto.

Teatro dentro del teatro, en el que en muchas ocasiones se sobrepasa el concepto de cuarta pared, que habla de la complejidad y la riqueza de un montaje al que se le puede hacer mil y una lecturas. Todo ello presentado de forma novedosa y con una vuelta de tuerca a temas que ya se habían tratado antes. Y es que es inevitable recordar a la figura del poeta Jaime Gil de Biedma en este trabajo. Poemas como “Himno a la juventud” o “No volveré a ser joven” reflejan todas las cuestiones que vale la pena revisar.

Todo este galimatías tan duro y complicado de trasmitir, se comunica gracias al trabajo de un equipo coral de actrices y actores que consigue ponerlo en pie con gran maestría. Estos son los siguientes: Marta Poveda, Antonio Hernández Fimia, Natalia Llorente y Nacho Almeida. Todos ellos brillan con luz propia en cada escena y se merecen cada aplauso que el público les da. A parte de la dificultad de dar vida a varios personajes en el montaje, su interpretación es muy buena, como se ve en detalles como la manera en la que Antonio Hernández Fimia muestra los ataques de ansiedad que le dan a su personaje o como Nacho Almeida cambia de un acento u otro según pasan las escenas.

En cuanto a los aspectos técnicos, destaca la escenografía y la iluminación de la mano de Iván López-Ortega. Se mueve, como todo este trabajo, en lo sublime. Lo demuestran momentos como el del payaso inflable o el uso de las luces estroboscópicas en sintonía con la música y el movimiento de los actores.

El Dios de la juventud es un viaje duro y poético por los sentimientos y sueños de aquellos que siguen buscando el camino de baldosas amarillas aunque se dejen casi la vida en el intento. Una delicia que no se debe perder nadie y a la que hay que regresar una y otra vez; ya sea en el teatro o leyendo el libreto en la publicación de Ediciones Antígona.

Concluida su obra más perfecta, Amalia se entrega irrevocablemente al suicidio. En ella constata que no tiene sentido seguir viviendo cuando ya solo queda envejecer. Sabe que nunca podrá escribir nada mejor y ha decidido ser consecuente y suicidarse. Antes de que esto ocurra se encuentra con Mateo, un joven idealista que ha caído perdidamente enamorado de ella. Juntos compartirán un viaje en tren. Eso está escribiendo Gonzalo, el verdadero protagonista de esta doble ficción. Un joven soberbio y apasionado que se ha perdido a sí mismo intentando terminar su obra. Obsesionado con la muerte, la juventud y  el amor, se enfrentará a una madre que no lo entiende, a un amigo al que quiere tanto como desprecia, a una hermana que supera su propio talento, a un mundo al que no pertenece y, sobre todo, a sí mismo. Un tránsito dantesco, desde una perspectiva contemporánea llena de humor, por los infiernos que atormentan a las nuevas generaciones.

Sonia López

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