Hace un tiempo conversaba con un coach empresarial dedicado a la ventas. Es un profesional de renombre cuyos cursos son muy solicitados por organizaciones de alto nivel. Hablaba con él acerca de su último libro y de cómo había pasado el verano (prácticamente en aislamiento) escribiéndolo. En el libro narraba las nuevas fórmulas (venidas del mundo anglosajón) con las que iba a entrenar a l@s emplead@s de sus clientes empresari@s para lograr que la productividad y las ventas aumentaran en la organización. Todo muy en la línea del campo en cuestión.
Me hablaba de estrategias, de fórmulas, de cómo para cada planteamiento de un cliente hay una réplica (la mejor suele ser quedarse callado mirándolo con cara de curiosidad -las personas no soportan el silencio-) y una de mis favoritas… Repetir todo lo que la otra persona planteaba pero en tono de pregunta. Parece ser que eso desarma al interlocutor. Ya tenía hechas las presentaciones con gráficas y estadísticas para convencer al público sobre estas nuevas técnicas de ventas. Y sobre todo, ya tenía ensayadas las anécdotas, chascarrillos y frases de famosos a las que iba asirse para dar ambientillo al curso. En este interín me comenta que la queja más frecuente de l@s asistentes, suele ser: “sí, pero esa técnica la he usado no siempre funciona. Cada cabeza es un mundo”. El coach en cuestión me comentaba que le “reventaba” esa frase y que obviamente también tenía entrenada una respuesta para desarmar a la queja de marras. A fin de cuentas, todas las estadísticas hablaban a favor de tal o cual estrategia y si funcionaba en la mayoría, pues era válida y que la frase de que cada persona es diferente es solo una excusa para “no ir a por más”.
En ese momento no pude evitar sonreír para mis adentros (de cara a la galería mi seriedad era palpable y mi asentir con la cabeza era de “tienes toda la razón”). Sin embargo, al abandonar el encuentro y marchar cada uno por su lado… Esa pequeña sonrisa que se había esbozado en mi mente, iba cada vez a más…, y a más…, y a más… Y me encontré a mí misma soltando una carcajada sonora en mitad de la calle (en fín, no fue la primera -ni la última- vez que la gente se me queda viendo de manera que piensan que el único tornillo que aún me quedaba en la cabeza, se terminó por aflojar).
Mi risa venía porque tras esa conversación varias ideas invadieron mi cabeza (en el llamado pensamiento arbóreo). No voy a explicar todos los entresijos en los que mi mente me llevó a ellos pero si voy a hablaros de los dos conceptos que cobraron fuerza en mi cabeza:
– La frase: “Según las estadísticas”
– La expresión: “Cada cabeza es un mundo”
Empecemos con la frase: “según las estadísticas”. Imagina que las estadísticas son como esos moldes de galletas que tienes en casa. Están diseñados para hacer que todas las galletas salgan más o menos iguales, ¿no? Redonditas, con los bordes bien marcados y sus estrías en el lugar exacto.
Pero…, ¿a que no todas las galletas salen igual de perfectas? Aunque sigas la receta al pie de la letra, las galletas nunca te salen igual. A veces se deforman, otras quedan más planas, algunas hasta se queman por un ladito… ¡Y eso que son solo galletas!
Pues con las personas pasa algo parecido. Las estadísticas son como esos moldes que intentanencajar a todo el mundo en un mismo patrón. Frases como: “El español medio gana X”; “La persona promedio duerme horas”; “El 31% de los adultos y el 80% de los adolescentes no cumplen con los niveles recomendados de actividad física”. Pero, ¿quién es ese “español medio” o “esa persona promedio”? ¿Y quién te dice que tú tienes que ganar el mismo sueldo, dormir las mismas horas que ella o correr los mismos kilómetros que el adulto tal o cual “Pascual”?
Y esto es algo a lo que cada vez estamos más y más predispuestos a escuchar. Las estadísticas y los números basados en tal o cual estudio y la famosa frase “según la ciencia”. Todos esos números están bien y son una guía para que podamos “medir el mundo que nos rodea” y prepararnos para interactuar con el mismo. Las estadísticas son una herramienta, una guía, un soporte a la hora de establecer planes en los que encajan la mayoría. Sin embargo, no son la verdad absoluta y ahí es donde suele fallar el ser humano moderno (y he puesto la palabra suele, con toda intención, porque no sé cuántos fallan y cuántos no jajajaja. ¿Y sabes qué? No pasa nada. La idea es la misma. La diversidad de fallos.)
En resumen, todas esas cifras de las que vivimos rodeados hoy en día vienen a ser como un mapa que te indica el camino, pero no te dice cómo tienes que recorrer dicho camino, a qué velocidad y mucho menos cómo debes sentirte al llegar a tu destino. A veces, los expertos se ponen a hablar de estadísticas como si fueran verdades absolutas. “Si haces esto y esto otro, tendrás éxito seguro”. Pero la vida no es una receta, ¡es una aventura! Y cada aventura es única. Las estadísticas son como una herramienta, pero como todas las herramientas, se pueden usar bien o mal. Si solo te fijas en los números sin entender el contexto, puedes llegar a conclusiones equivocadas. Por eso, cuando veas una estadística, no te la creas a pies juntillas. Pregúntate quién la ha hecho, cómo la ha hecho y qué intereses puede tener. Porque en muchos de los “números avalados por la ciencia” hay un gran sesgo del que poco se habla. El sesgo del observador… Como cada quién es capaz de darle una interpretación a una misma cifra. Por ejemplo, cuando solo se fijan en los datos que confirman la hipótesis planteada y niegan la existencia de otras realidades. O cuando se cambia la hipótesis porque a nadie le gustan los resultados diferentes a los esperados. O se omiten los errores. O cuando comparan manzanas con peras, porque así los números salen mejor. ¡Hay mil formas de manipular las estadísticas! De hecho, está la frase que reza: “Existe la verdad, la mentira y la estadística”. Así que, la próxima vez que escuches hablar de estadísticas, tómatelo con calma. Son útiles para hacernos una idea general, pero no son una verdad irrefutable.
A muchos de mis pacientes los veo en un peregrinar de médicos buscando números para negar o confirmar lo que ellos ya tienen en su cabeza (en resumen…, buscando estadísticas). A estos pacientes siempre termino por decirles: no enmarquen su vida a un número. Un buen colega médico me dijo una vez que el mejor consejo que le daba a sus pacientes era: “un buen médico le dirá el diagnóstico, pero no permita que nadie le diga el pronóstico. Ese dato, es sólo, única y exclusivamente, decisión suya”.
Las estadísticas son como una foto de grupo. Ves a todas las personas juntas, pero no puedes ver la expresión de cada una. Es como si quisieras describir a tu mejor amigo solo con números. ¡Imposible!
Tu amigo tiene mil historias que contar, mil sueños por cumplir, mil emociones que sentir. Las estadísticas son útiles para ver el panorama general, pero no te dicen nada sobre lo que eres tú. Tú eres único, irrepetible. Y eso es lo que hace la vida tan interesante. Y aquí es donde vamos a comentar la segunda frase: “cada cabeza es un mundo”.
“Cada cabeza es un mundo” es una verdad como una catedral. Y no lo digo yo. Lo dice la neurociencia. La neurociencia nos ha regalado una ventana fascinante al funcionamiento interno de nuestros cerebros, revelando la intrincada red de conexiones neuronales que moldean nuestra singularidad. ¿Y por qué ahora se habla tanto de la neurociencia? Porque es una ciencia joven (apenas unas cuántas décadas) donde cada día se descubre algo que rebate completamente lo que creíamos anteriormente y donde la búsqueda de la inteligencia artificial (es decir, de tecnologizar el cerebro humano) hacen que los hallazgos de cada día abran infinitas posibilidades de reinterpretar la realidad que nos rodeas.
De hecho, los neurocientíficos nos han mostrado que nuestro cerebro no es una pizarra en blanco al nacer. Es decir, ya viene preconfigurado con una genética única, que establece las bases de nuestras capacidades y predisposiciones. Sin embargo, en ese programa de base (en ese MS2) las experiencias que vivimos (según el entorno familiar, cultural o social) generan comandos específicos y ejecuciones distintas de una misma orden. Cada interacción, cada emoción, cada aprendizaje, deja su huella en la estructura y función de nuestro cerebro. Las experiencias de la infancia, las relaciones familiares, los éxitos, los fracasos, todos ellos contribuyen a forjar las conexiones neuronales que subyacen a nuestra personalidad y que hacen de nuestra cabeza un universo único. Es más, los estudios en gemelos idénticos (copia genética idéntica) han plasmado esta última realidad del entorno como el ente que moldea la personalidad de cada quién.
Además, nuestro cerebro es extraordinariamente plástico, capaz de cambiar y adaptarse a lo largo de nuestra vida. La plasticidad viene dada por la capacidad de hacer nuevas conexiones sinápticas todos los días, lo que nos permite aprender, crecer y superar desafíos. Por otro lado está la epigenética que nos muestra cómo nuestros genes pueden ser influenciados por el entorno. Factores como la nutrición, el estrés y las relaciones sociales pueden modificar la expresión de nuestros genes, afectando así nuestro desarrollo y comportamiento. La suma de estos factores hace que nuestras experiencias crean redes neuronales específicas, que se fortalecen con la repetición. Estas redes determinan cómo procesamos la información, cómo tomamos decisiones y cómo interactuamos con el mundo. Y en el caso de la Alta Sensibilidad pues hay patrones similares entre quienes vemos el mundo como una fuente inagotable de estímulos. Pero ni mucho menos una PAS se parece a otra. Y esto es algo que en primer lugar sería ideal que entendieran las propias PAS.
Pongamos “como muestra, un botón”. Mi propia experiencia como PAS. Si bien considero que vengo de una familia (genética) donde la sensibilidad ha estado presente en diferentes grados, la que se llevó la batuta de la Alta Sensibilidad fui yo. Me cuenta mi madre que desde mi época como bebé los estímulos constantes me afectaban al punto de generar llantos continuos. Para esa época el concepto de PAS no existía y tanto mi madre como el pediatra no sabían dónde meterse para intentar calmarme. Luego, creo que siguiendo el propio instinto que tenemos las PAS sobre autoprotección me llevó a decisiones particulares aún en mi tierna infancia: alejarme de las fuentes de ruido y luz intensas, jugar en grupos pequeños (incluso mejor…, ver jugar a otros mientras yo analizaba el entorno: muy curiosa y preguntona). Adoraba (y adoro) la ropas holgadas y suaves (fuera etiquetas) y los olores a flores (horror ante el humo de cualquier origen sobre todo el del tabaco).
Tímida sí, pero cuando veía en un grupo a alguien que se sentía triste no podía evitar acercarme a preguntar “¿qué te pasa?¿cómo te puedo ayudar”. No me preguntéis por qué hacía estas cosas pero lo hacía. De hecho, esta actitud me llevó muchas veces a ser delegada de clase o representante estudiantil por votos de la mayoría. Me encanta el arte, en casi todas sus expresiones sobre todo la música (pasión por la música clásica gracias a mi padre) y he practicado muchas habilidades manuales (lo que mejor se me da es coser, bordar, tejer…). No me gustan las muestras de violencia sobre todo en películas o series (ni siquiera en los deportes). De hecho, no veo competencias deportivas en la televisión. Porque a los cámaras les encanta enfocar las caras de los perdedores y eso a veces me deja mal sabor de boca (quisiera ayudarles y no puedo). Una buena caminata por la naturaleza verde con sus colores y olores es mí la mejor recarga de energía. Pero tengo cosas que otras PAS no tienen. Por ejemplo: no me gusta la playa (el tacto de la arena es molesto y los reflejos del sol en el agua me chillan en la cabeza). No me gustan los lugares con mucha gente pero he ido (y aún voy) a algún concierto de música techno (hay algo en esos ritmos predecibles que son hipnóticos para mi cerebro). Me encanta ir a espectáculos de comedia. Ver a todo el mundo reír me llena de energía. Pero me marcho antes de las aglomeraciones en las salidas. Prefiero los sabores suaves en los alimentos y huyo de los fuertes (eso incluye al picante) y si bien no me disgusta el café (té, chocolate, etc.) no puedo con la cerveza. No me gusta ir de compras, excepto, a las tiendas de cosas del hogar en la sección de difusores y aromas. Creo que viviría en una de esas secciones si eso fuera posible jajajajaja. Pero con todo esto lo que quiero decir, es que mi manera de ver el mundo es particular a mis experiencias y no tienen que ser en nada parecidas a las de otra PAS y no por ello alguna de nosotras es más o menos PAS que la otra.
Recordemos que nuestros pensamientos no son más que propuestas de nuestro cerebro. Nuestras creencias, nuestras opiniones, nuestra visión del mundo, son el resultado de las experiencias y aprendizajes que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida. Insisto: pensamientos como propuestas, no como verdades absolutas. Al entender que nuestros pensamientos son construcciones mentales, podemos tomar una distancia saludable de ellos. Podemos cuestionar nuestras creencias, explorar nuevas perspectivas y liberarnos de patrones de pensamiento limitantes.
La neurociencia nos revela que cada cerebro es un universo único, moldeado por una compleja interacción entre la genética y la experiencia. Al comprender cómo funciona nuestro cerebro, podemos tomar el control de nuestra vida y desarrollar nuestro máximo potencial. Como decía el filósofo griego Epicteto: “No son las cosas en sí las que nos perturban, sino los juicios que hacemos sobre ellas”.
Así que, la próxima vez que te sientas identificado con una estadística, recuerda que eres mucho más que un número. Sí, es probable que un número te diga que tienes una suma de características que hacen que tu temperamento sea más parecido al de Nicole Kidman (PAS reconocida por ella misma) que a un guerrero de la antigua Roma. Pero ambos dos personajes han sido y son necesarios para la evolución del planeta. Es así como te invitamos a valorar que eres una persona con tus propias fortalezas, tus propias debilidades y tus propios sueños. ¡Y eso es lo que realmente importa! Y ya sabes…, ¡no hay una única manera de ser PAS ni de expresar la Alta Sensibilidad en este mundo!
Veto para aquellas PAS que no dejan expresar a otra PAS su individualidad afirmando que si… “no hace esto o aquello” no es una verdadera PAS. Si en PAS ESPAÑA seguimos luchando por evitar la bipolaridad (PAS o NO PAS) y explicar que la sensibilidad es un gradiente… Imaginad entonces lo que implica que dentro de un mismo grado de sensibilidad (alta, media o baja) tengamos que decirnos unos a otros cómo deben comportarse para encajar en un determinado temperamento. ¡NO! Por ahí no van los tiros. Eso es justamente lo que queremos evitar: las etiquetas. Buscamos dar valor a la individualidad de cada quién y sobre poner de moda lo humano. Si intentamos encajar a todo el mundo en un mismo molde, estamos ignorando la diversidad y la riqueza de la experiencia humana.
Por eso, yo no digo que cada cabeza es un mundo…, sino que cada cabeza es un universo, y las estadísticas son solo una pequeña parte de ese universo. ¡Así que no te dejes limitar por los números! Sé tú mismo, explora tus posibilidades y vive la vida al máximo.
Lorea Zubiaga MD PhD
Ms Neurociencias
Investigadora Biomédica y Directora de Formación de PAS España
Fuentes:
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3. Mansur SS, DeFelipe J. Empathy and the art of Leonardo da Vinci. Front Psychol. 2024 Mar 8;14:1260814.