Cuatro películas realizadas por Rainer Werner Fassbinder (1945-1982) en la primera mitad de los años 70, el período de más intensa actividad de su carrera, junto a una de sus mejores obras tempranas, Katzelmacher (1969). También su crucial serie para televisión Ocho horas no hacen un día (1972-1973), todo ello en nuevas copias restauradas. «Cuando me plantaba de mañana ante la entrada de una fábrica, octavillas en mano (en general iba a alguno de los talleres eléctricos de Berlín), casi ninguna de las mujeres aceptaba esos octavillas. Así que no podíamos llegar a saber si ellas (la mayor parte de la mano de obra no calificada y espe-cializada eran mujeres) no podían o no querían tener que ver con palabras como «aliena-ción», «desublimación», «caída tendencial de la tasa de ganancia». Por eso decidimos ree-scribir los panfletos, traducirlos al lenguaje de la supuesta experiencia cotidiana de las traba-jadoras fabriles. Las nuevas películas políticas me parecían iguales a esta reformulación. Como los ejemplos que da el maestro en la escuela: problemas de aritmética adornados. Las imágenes de la película conversaban y actuaban para que el contenido de la Iección no se volviera aburrido. También se ponía en boca de los personajes una posición de clase o femi-nista, para que al menos en el cine se hablara como nos hubiera gustado que ocurriera en la vida real. […] Con su serie para televisión Ocho horas no hacen un dia, [Fassbinder] se acer-có bastante a esta falsa reconciliación. La serie en cuestión trata de probar constantemente que los trabajadores o las amas de casa también pueden ser héroes de cine o televisión. Cu-ando afirman sus derechos y hablan de cambios lo hacen del mismo modo con el que las imágenes de Katzelmacher expresan su resentimiento. Sus opiniones son fervorosas. El re-curso que usaba Fassbinder en las conversaciones en la fábrica, al pasar de un obrero a otro con unos rápidos paneos, no sólo me parecía horrible, sino que también demostraba una cierta desorientación resuelta de forma ofensiva. Los trabajadores se avisaban cosas de una máquina a la otra, como se hace de mesa en mesa en Ios bares. Así se comparaba las máquinas con las mesas de un bar y se ignoraba, precisamente, que son las máquinas las que ponen en relación entre sí a los obreros, que en realidad quedan tan separados por el tra-bajo que unos diálogos breves no pueden superar tan fácilmente ese abismo. Cuando nos parábamos frente a una fábrica, octavillas en mano, las obreras no querían tener nada que ver con nosotros pero las mujeres de las oficinas nos miraban con interés. No era nuestro mensaje manifiesto lo que nos abría esa puerta, sino más bien el gesto de nuestra acción. Políticamente era un fracaso, pero culturalmente era un éxito. Fassbinder nunca se interesó por promocionar un nuevo estilo de vida. Su éxito, sin embargo, nos ayudó a obtener el nues-tro, aunque resultara dudoso. Fassbinder tuvo éxito en todo Io que hacia. Hasta una serie de televisión sobre trabajadores que no muestra nada de lo colectivo o, al menos, de lo masivo de la vida proletaria fue considerada un éxito.” (Harun Farocki, «Una diva con gafas», 2005)
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Ocho horas no hacen un día. Capítulo 2. Oma y Gregor - Círculo de Bellas Artes
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Jimena Yagüe
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