El dolor crónico es una experiencia que va más allá de la molestia física. No se trata únicamente de tejidos dañados, articulaciones inflamadas o nervios irritados; es también un fenómeno profundamente relacionado con nuestro cerebro, nuestras emociones y, en muchos casos, con experiencias traumáticas no resueltas. Afecta la forma en que vivimos, cómo trabajamos, dormimos e incluso nos relacionamos con los demás.
Lo que muchos no saben es que detrás de este dolor físico, a menudo hay un componente emocional profundo, que puede amplificar la intensidad del síntoma y mantenerlo en el tiempo.
Un informe reciente de Mental Health America (MHA) sobre dolor crónico y salud mental lo deja claro: los problemas físicos y mentales no sólo coexisten, sino que se influyen mutuamente. Las personas que padecen esta condición, como osteoartritis, dolor de espalda o cuello, tienen un riesgo significativamente mayor de sufrir problemas de salud mental moderados o severos, incluidos trastornos como el TEPT, ansiedad o depresión. Para ponerlo en perspectiva, un 79 % de quienes viven con este tipo de dolor reportan dificultades emocionales importantes.
Estudios recientes en neurociencia, psiquiatría y medicina mente-cuerpo han comenzado a revelar cómo el dolor crónico, los conflictos emocionales y la rumiación de pensamientos se entrelazan para perpetuar el sufrimiento humano, algo que desde la Descodificación Biológica venimos diciendo desde hace años. La Descodificación es una perspectiva que explora cómo los conflictos biológicos emocionales se manifiestan en el cuerpo.
Índice
Datos relevantes sobre el dolor crónico
El dolor no discrimina por edad ni género, aunque ciertas condiciones tienen prevalencias particulares:
- Las personas con fibromialgia tienen 3.4 veces más probabilidades de desarrollar depresión mayor que quienes no la padecen. La mayoría son mujeres, pero hombres y niños también pueden sufrirla.
- Casi dos tercios de los pacientes con artritis son menores de 65 años, y muchos también viven con diabetes o enfermedades cardíacas.
- Los pacientes con dolor crónico suelen tener niveles de endorfinas en el líquido cefalorraquídeo más bajos de lo normal.
Estos datos resaltan que no es simplemente un problema físico o mental: es una interacción compleja entre biología, emociones y experiencias de vida.
El dolor no es solo físico: el papel del cerebro y las emociones
Nuestro cerebro no distingue perfectamente entre dolor físico y dolor emocional. Un insulto duele tanto o más que una contractura muscular.
Estructuras como la amígdala, el tálamo y la corteza prefrontal participan tanto en la percepción de un golpe en la espalda como en la angustia emocional causada por un trauma pasado. Por ejemplo, una persona que sufrió un accidente automovilístico puede no sentir mucho dolor en el momento, pero meses después su cuerpo sigue reaccionando ante recuerdos del evento, tensando músculos o aumentando la sensibilidad en ciertas áreas.
Esto se conoce como dolor centralizado, donde el sistema nervioso mantiene el dolor aun cuando la lesión original ya está curada.
El trauma emocional también genera un “circuito de alerta” que activa el estrés crónico. La liberación constante de cortisol y adrenalina no solo afecta nuestro ánimo, sino que provoca inflamación y dolor muscular. Por eso, discusiones prolongadas, situaciones de abuso o estrés laboral pueden empeorar significativamente un dolor que antes parecía manejable.
Trauma y dolor: el TEPT como modulador de la percepción
Una sola experiencia traumática puede desencadenar distintos niveles de dolor, ya sea emocional o físico, agudo o crónico.
Pero la pregunta crucial es: ¿puede un trastorno de estrés postraumático (TEPT) afectar la forma en que el cerebro procesa el dolor?
Marla Mickleborough, MA, de la Universidad de Columbia Británica, y Judith Daniels, PhD, de la Universidad de Western Ontario, llevaron a cabo un estudio que buscaba responder a esta pregunta. Reclutaron un grupo de pacientes con TEPT y un grupo de control de personas que habían experimentado un trauma, pero no habían desarrollado TEPT.
Durante el estudio, los participantes fueron expuestos a guiones que evocaban recuerdos traumáticos o neutrales mientras se encontraban en un escáner de resonancia magnética funcional (fMRI). Posteriormente, se les aplicó un estímulo térmico, doloroso o no doloroso, y se les pidió calificar la intensidad y el malestar del dolor.
Los resultados sorprendieron a los investigadores: el grupo con TEPT calificó el estímulo doloroso como significativamente menos intenso y desagradable que el grupo de control. Las imágenes cerebrales mostraron una mayor activación en regiones asociadas con el alivio del dolor, como el núcleo caudado, la ínsula y el tálamo.
Curiosamente, cuanto más intensos eran los síntomas de TEPT o los rasgos disociativos, más pronunciadas eran estas respuestas cerebrales.
Estos hallazgos sugieren que el cerebro de una persona con trauma puede, en cierto modo, “amortiguar” la percepción del dolor físico al reactivar recuerdos traumáticos. Sin embargo, esta minimización puede ser engañosa: el dolor no desaparece, sino que se desplaza hacia el plano emocional o se manifiesta en otras áreas del cuerpo, un patrón clásico que la Descodificación Biológica identifica como un conflicto programante y sus posibles desencadenantes.
La rumiación: cuando el pensamiento duele
El dolor crónico no solo se trata de señales nerviosas; también está profundamente ligado a cómo pensamos y sentimos.
La rumiación de pensamientos, que consiste en dar vueltas repetidamente a recuerdos o preocupaciones negativas, puede amplificar la sensación de dolor. No solo el cuerpo recuerda el trauma; nuestra mente lo hace también. La rumiación —pensamientos repetitivos sobre un problema— amplifica la percepción del dolor.
Chantal Berna y otros investigadores han mostrado que las personas que se concentran obsesivamente en sus molestias físicas sienten el dolor de manera más intensa. Por ejemplo, alguien con migrañas constantes puede pensar: “otra vez me duele la cabeza, no voy a poder trabajar”, lo que provoca tensión, mal humor y, paradójicamente, más dolor.
La mente y el cuerpo entran en un círculo vicioso, algo que en Descodificación Biológica llamamos conflicto autoprogramante. Es el propio síntoma el que genera el conflicto, por lo que el síntoma se sostiene en el tiempo.
Investigaciones de la Dra. Chantal Berna en la Universidad de Oxford demostraron que inducir un estado depresivo en voluntarios aumentaba significativamente la percepción del dolor ante estímulos térmicos. Las imágenes cerebrales mostraron activación en áreas como la corteza prefrontal, la corteza cingulada anterior y el hipocampo, vinculando regulación emocional y memoria con la intensificación del dolor.
En otras palabras, nuestro cerebro interpreta los estímulos físicos de manera diferente según nuestro estado emocional. Pensamientos repetitivos sobre el trauma, el resentimiento o la ira pueden “programar” al cuerpo para mantener el dolor, incluso cuando no existe daño físico evidente.
Conflictos programantes y desencadenantes según la Descodificación Biológica
La Descodificación Biológica sostiene que ciertas enfermedades o dolores crónicos son la expresión de conflictos emocionales no resueltos. Estos conflictos, llamados programantes, se activan ante situaciones o estímulos que recuerdan experiencias traumáticas pasadas, especialmente en la infancia, mientras que los conflictos desencadenantes aparecen previamente a los síntomas.
Por ejemplo, una persona que sufrió abandono en la infancia puede desarrollar dolor permanente en la espalda baja, zona que según esta perspectiva está asociada a la sensación de “falta de soporte” en la vida. Cada situación que recuerde inconscientemente ese abandono puede reactivar el dolor, incluso décadas después.
No se niega la existencia de daño físico real, sino que se enfatiza que la mente y el cuerpo están profundamente interconectados: las emociones no resueltas pueden perpetuar síntomas físicos, y la activación de estas memorias emocionales puede modular la percepción del dolor, tal como muestran los estudios de TEPT y depresión.
Es necesario destacar la importancia de identificar los conflictos programantes. Para muchas personas, la clave está en reconocer qué conflictos emocionales no resueltos pueden estar contribuyendo al dolor. ¿Hay traumas pasados que permanecen activos? ¿Resentimientos, ira o miedo que resurgen frente a situaciones cotidianas?
La cronicidad y la Descodificación Biológica: cómo un conflicto se repite
Desde la perspectiva de la descodificación biológica, la cronicidad surge cuando un mismo conflicto biológico se repite múltiples veces.
En medicina, esto se conoce como recidiva o recaída, pero en DB el síntoma físico vuelve a aparecer porque la situación emocional que lo generó persiste o se repite. Por ejemplo, un dolor de cuello que aparece cada vez que una persona enfrenta presiones laborales puede indicar que hay un conflicto emocional sin resolver, relacionado con sentirse impotente o controlado.
Cuando el conflicto se mantiene, el cuerpo “aprende” a reaccionar con dolor y tensión constante, incluso en ausencia de una causa física nueva. Así, el dolor deja de ser solo un signo de lesión y se convierte en un patrón aprendido que combina memoria emocional y respuesta física. Este fenómeno explica por qué muchas personas con este dolor reportan que aumenta en momentos de estrés, ansiedad o conflicto interpersonal.
La ira y el rencor: combustible para el dolor crónico
El rencor, la ira acumulada y los conflictos emocionales no expresados son aliados invisibles de este síntoma. La amígdala, que almacena recuerdos emocionales y regula la respuesta al estrés, puede amplificar las señales de dolor si permanecen emociones intensas sin procesar.
El Dr. Howard Schubiner, experto en medicina mente-cuerpo, ha documentado cómo la terapia de autoconciencia afectiva puede reducir significativamente el dolor crónico, incluso en enfermedades como la fibromialgia. Sus estudios muestran que al reconocer, aceptar y procesar emociones reprimidas, los pacientes disminuyen la intensidad del dolor en un 30 % o más.
Esto respalda la idea de que la ira y el rencor actúan como combustible para el dolor: mientras estas emociones permanezcan activas, el cerebro sigue interpretando las señales del cuerpo como amenaza, manteniendo la percepción de dolor elevada.
No procesar emociones como la ira o el rencor tiene un costo físico. El aumento de cortisol ante el estrés vivido tiene un precio. La tensión muscular constante y la activación del sistema nervioso que acompaña estas emociones prolongadas contribuyen a mantener o aumentar el dolor crónico. Por ejemplo, alguien que guarda resentimiento hacia un familiar puede desarrollar tensión en la espalda alta o en los hombros, porque su cuerpo está perpetuamente “preparado” para la confrontación.
Reconocer y trabajar estas emociones, mediante terapia o prácticas de autoconsciencia, puede disminuir significativamente la intensidad del dolor.
Datos de Mental Health America: dolor crónico y salud mental
El informe de Mental Health America (MHA) proporciona cifras reveladoras sobre la relación entre dolor crónico y problemas de salud mental:
- 48 % de las personas con TEPT reportan dolor crónico.
- Veteranos y militares activos: 54 % reportan dolor crónico.
- Cuidadores de personas dependientes: 47 %.
- Supervivientes de traumas: 46 %.
Además, la brecha en atención de salud mental es alarmante: el 36 % de las madres primerizas con dolor crónico nunca recibieron apoyo psicológico, y el 40 % de personas con dolor y malestar emocional nunca fueron diagnosticadas en salud mental. Esto refleja la necesidad de una atención integral que considere tanto el dolor físico como la salud emocional.
Estrategias de manejo integral: mente y cuerpo unidos
Para abordarlo de manera efectiva, en Descodificación Biológica proponemos el trabajo sobre los distintos conflictos que bloquean el paso a una recuperación completa.
El informe de MHA mencionado recomienda enfoques que integren la salud física y mental:
- Atención sensible al trauma: evaluar experiencias traumáticas pasadas, incluso en personas sin diagnóstico de salud mental.
- Protocolos integrales en Atención Primaria: examinar conjuntamente problemas de dolor y salud mental.
- Planes de cuidado centrados en el paciente: reconocer necesidades, objetivos y preferencias individuales.
- Equipos interdisciplinarios: incluir profesionales de salud mental, cuidadores y trabajadores comunitarios.
- Apoyo social y grupos de pares: los grupos de autoayuda mejoran significativamente los resultados.
Ejemplo práctico: programas de fibromialgia que combinan educación sobre el dolor, técnicas de relajación y terapia emocional muestran mejoría significativa en la percepción del dolor y en la calidad de vida de los pacientes.
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Conclusión: reconectar mente y cuerpo para aliviar el dolor
El dolor crónico no es solo un problema físico, ni únicamente emocional. Es la interacción constante entre cuerpo y mente, donde experiencias pasadas,