Mensajes clave
- El presidente interino Ahmed al-Sharaa abre una nueva etapa en Siria tras 13 años de guerra civil y medio siglo de dictadura de los Assad. Su principal reto es restablecer la seguridad, la economía y la justicia, unificando el control de las armas bajo el monopolio del Estado. Para ello necesita integrar a las milicias kurdas y drusas (que controlan un tercio del territorio), desarmar a los antiguos combatientes pro-Assad y eliminar los últimos focos de Estado Islámico, mientras consolida su legitimidad externa con aquellos países que aún mantienen tropas en su territorio (Turquía, Estados Unidos, Israel y Rusia).
- Las primeras reformas constitucionales y electorales que ya han tenido lugar alertan sobre una tendencia continuista con la era Assad, con la concentración de poderes en la figura presidencial y una nueva élite suní afín que reemplace a la anterior. El nuevo contrato social sirio pasa por la inserción de las minorías tanto en instituciones como en las Fuerzas Armadas que, a pesar de las promesas, aún no se ha materializado. Las matanzas de civiles alauíes y drusos seguidas de enfrentamientos con milicias kurdas por parte de un ejército nacional indisciplinado corren el riesgo de implosionar el nuevo gobierno.
- En el plano regional, al-Sharaa ha reorientado la política exterior siria hacia el eje suní (Turquía, Qatar y Arabia Saudí), alejándose de Irán con promesas de inversiones económicas. Este giro congela a corto plazo la rivalidad suní-chií, pero puede reactivar la competición intra-suní en una futura carrera por el negocio de la reconstrucción. En el debate ideológico, el éxito o fracaso de este antiguo líder de al-Qaeda en consolidar su poder político por vía electoral podría marcar un precedente significativo en Oriente Medio, mostrando a otros movimientos radicales la viabilidad de una transición desde la violencia armada hacia la participación institucional.
- A nivel internacional, al-Sharaa ha logrado un inesperado reconocimiento diplomático, incluido su discurso ante las Naciones Unidas y el levantamiento parcial de sanciones estadounidenses y europeas, tan sólo empañado por la creciente hostilidad de Israel. Su visita a la Casa Blanca marca un hito al ser la primera de un jefe de Estado en la historia de Siria y representa un giro de 180 grados en las relaciones bilaterales, al consagrar a Damasco como un aliado geoestratégico de Washington en la región. Con Irán y Rusia debilitadas en el escenario sirio tras las invasiones de Gaza y Ucrania, al-Sharaa trata de reorientar su estrategia exterior para alienarse con la política de la Administración Trump –incluida la lucha contra el terrorismo– y, en cierta medida, a la del Israel de Netanyahu, en un contexto global altamente volátil. El presidente interino ha de navegar en esta cambiante coyuntura frente a un Israel que consolida su posición como nuevo poder hegemónico y redefine el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio donde busca una Siria dividida y frágil. De no ser contenido por Estados Unidos y la Unión Europea, las agresiones israelíes contra la soberanía siria corren el riesgo de empujar a la nueva Damasco hacia la vieja órbita de influencia rusa que busca mantener su presencia militar en el país y único acceso al Mediterráneo.
- En el terreno económico, Siria se enfrenta a necesidades colosales de reconstrucción, restablecimiento de servicios básicos y creación de empleo. Sin mecanismos efectivos de condicionalidad de la ayuda externa, existe el riesgo de que las nuevas élites capitalicen el respaldo internacional para consolidar un nuevo modelo autoritario –no muy distinto al anterior en sus formas– aunque con una inversión en la correlación confesional del poder. Las Naciones Unidas y la Unión Europea pueden desempeñar un papel clave condicionando su apoyo a la inclusión de minorías, mujeres y avances en la reforma institucional.
- El principal riesgo para el nuevo gobierno radica en el desequilibrio entre su creciente legitimidad externa y el declive de la confianza doméstica, que podría desencadenar otra guerra fratricida en clave sectaria. La comunidad internacional puede igualmente asistir en la puesta en marcha de un sistema de justicia transicional que facilite la reconciliación entre las cinco Sirias heredadas tras casi tres lustros de guerra: la insurrecta, la leal, la kurda, los restos del califato y la diáspora refugiada. España está especialmente situada en este ámbito para contribuir en materia de transición democrática y reconciliación nacional.
Análisis
1. Introducción
Siria abre una nueva página en su historia para cerrar 13 años de guerra y más de medio siglo de los Assad. Diez meses después de la huida de Bashar al-Assad, el presidente interino Ahmed al-Sharaa ha cerrado su primer ciclo en el poder con unas elecciones parlamentarias indirectas, celebradas en una Siria partida en cuatro en la que sus respectivos habitantes han cohabitado bajo realidades paralelas durante la contienda. A estas cuatro sirias heredadas; la insurrecta, la leal, los rescoldos del califato y la kurda de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), se suma una quinta que representa el 25% de la población de preguerra con 6,5 millones sirios refugiados en el extranjero. Una fractura en clave geo-demográfica y confesional que dificulta el objetivo declarado por el nuevo jefe de Estado de mantener la integridad territorial del país.
Un momento fundacional en el que al-Sharaa busca legitimidad, no sólo ante la comunidad internacional, sino también ante una población profundamente fracturada y con las heridas aún abiertas. Para pasar página, al-Sharaa deberá también romper con sus siete años al frente de la provincia insurrecta de Idlib –de mayoría suní– y negociar un nuevo pacto social que incluya las minorías que suman cerca de un tercio de la población –12% alauíes, 3% chiíes, 10% cristianos y 4% drusos–. Las élites de estas minorías que tradicionalmente ocuparon el poder bajo los Assad se han visto desplazadas por la nueva autoridad de la mayoría suní (70% de la población). La nueva identidad suní de Siria se ve definida por la conservadora “escuela de Idlib”, de la que procede el círculo de confianza de Ahmed al-Sharaa que copa hoy los puestos de decisión. Es sobre este antiguo cabecilla de la rama siria de al-Qaeda sobre quien recae hoy la ardua tarea de juntar las piezas del puzle sirio para responder a las tres principales prioridades de sus ciudadanos: seguridad, recuperación económica y justicia.
Una hoja de ruta ambiciosa en un entorno regional e internacional altamente volátil. Al-Sharaa se ha alineado con los principales actores suníes –Turquía, Qatar y Arabia Saudí–, pero se enfrenta a una política hostil por parte de Israel, la nueva potencia hegemónica regional que reconfigura Oriente Medio. La retirada de Irán y el debilitamiento de Rusia han sacudido el equilibrio de poder en Siria, abriendo un nuevo tablero diplomático que el presidente interino trata de redibujar, con un vuelco en la política exterior del país tanteando una vía de acercamiento a Tel Aviv.
En el plano internacional, al-Sharaa superó su primera prueba con éxito al intervenir ante los líderes mundiales en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el pasado 24 de septiembre, convirtiéndose en el primer jefe de Estado sirio en hablar ante las Naciones Unidas desde 1967. Ahora se ha convertido en el único presidente sirio que ha sido recibido en la Casa Blanca. Sin embargo, los avances diplomáticos con el levantamiento parcial de las sanciones económicas sobre Siria contrastan con la situación interna, donde las nuevas Fuerzas Armadas y milicias afines han cometido masacres contra las minorías alauíes y drusas, así como protagonizando choques con las milicias kurdas, generando un clima de miedo que recuerda los vividos con el régimen anterior.
La lucha por devolver el monopolio de las armas al Estado pasa por integrar a las milicias kurdas y drusas en el ejército nacional, desarmar a los antiguos combatientes pro-Assad y neutralizar los últimos focos de Estado Islámico. Pero también pasa por entablar un proceso de reconciliación nacional y de inclusión de las minorías que no han quedado representados en estos primeros comicios como tampoco lo está de forma proporcional la mujer –que constituye más de la mitad de la población tras las más de 400.000 muertes masculinas durante el conflicto–.
El nuevo presidente Ahmed al-Sharaa ha dejado claro que quiere mantenerse en el poder y lanzar la reconstrucción del país. Para ello, habrá de demostrar si es capaz de reformular un nuevo equilibrio de alianzas en el plano doméstico, regional y en el internacional sin caer en el continuismo con el régimen autocrático que ha despuesto, ni imponer una suerte de teocracia suní siria como hizo en Idlib.
2. Los desafíos domésticos: seguridad, recuperación económica y justicia transicional
Al-Sharaa se vio inesperadamente propulsado al poder una vez que los combatientes de Hayat Tahrir al Sham (HTS y compendio de milicias suníes de mayor a menor corte salafista) lograran recorrer en 12 días los 260 km que separaban la insurrecta Idlib de la leal Damasco. En un discurso pronunciado en la emblemática mezquita Omeya de Damasco, entonces bajo su nom de guerre, Abu Mohamed al-Jolani puso fin a medio siglo de los Assad y 13 años de guerra civil. Algunos compararon el hito histórico con el de la arenga protagonizada por Abu Bakr al-Baghdadi en junio de 2014 desde el minarete de la Gran Mezquita Nuri de Mosul, donde se proclamó emir del autoproclamado Califato Islámico. No obstante, en su alocución, al-Sharaa quiso marcar una clara ruptura con su pasado, poniendo la paz, el proyecto de una nación para todos los sirios y de integridad territorial en unas fronteras definidas en el centro de su discurso, también plagado de guiños religiosos. Lo hizo vestido de militar y no con una galabiya negra como la del difunto líder de Estado Islámico.
En los 11 meses que han transcurridos desde entonces, al-Sharaa ha dado varios pasos en esa dirección en el plano interno para desmarcarse de su predecesor: ha decapitado las instituciones estatales purgando los líderes del antiguo régimen, pero ha preservado a la mayoría del cuerpo de funcionarios de la Siria controlada por al-Assad y de cuyos magros ingresos dependen numerosas familias. De la misma manera que ha reemplazado a la antaña cúpula militar en su mayoría proveniente de la minoría alauita por una eminentemente suní de su círculo cercano pero emprendido políticas de amnistía para los soldados rasos y relegado a arresto domiciliario a antiguos ministros o empresarios. Igualmente ha nombrado algunos líderes provinciales mujeres o provenientes de las minorías. No obstante, también está tomando medidas que refuerzan su poder y hacen temer un continuismo del paradigma autoritario del depuesto Bashar al-Assad.
En Nueva York, al-Sharaa ha pronunciado un segundo discurso determinante para su reinserción en la esfera internacional donde ha asegurado que Siria “reclama su justo lugar entre las naciones del mundo” y que su gobierno persigue tres realidades desde el derrocamiento de al-Assad: “equilibrios diplomáticos, seguridad y estabilidad y desarrollo económico”. De cara a esa audiencia exterior, al-Sharaa ha multiplicado las operaciones para desmantelar redes de narcotráfico en sus fronteras y células de Estado Islámico en su territorio, lo que le ha valido que Washington retire una recompensa de 8,6 millones de euros por su cabeza y que borre su nombre de la lista de sanciones contra los terroristas más buscados para poder convertirse el 10 de noviembre en el primer presidente sirio en pisar la Casa Blanca.
2.1. Unos comicios con los que rubricar el nuevo gobierno
El gobierno de Damasco formó en junio un comité electoral de 11 miembros –sólo una mujer– encargado de establecer los colegios electorales. A diferencia de las últimas elecciones bajo al-Assad, estos comicios se han celebrado mediante voto indirecto y un sistema electoral provisional basado en el último censo de 2011. Han tenido lugar el pasado 5 de octubre en un país devastado por la guerra, con la mitad de su población desplazada y amplias zonas bajo control kurdo, druso o presencia militar extranjera (turca, israelí, estadounidense y rusa).
La legitimidad del proceso ha sido cuestionada por su opacidad y la delimitación del cuerpo electoral a unos 6.000 votantes, que fueron llamados a elegir 119 de los 210 escaños del Parlamento. Los 70 restantes serán designados directamente por al-Sharaa, otorgándole un control directo sobre un tercio de la cámara. Tres provincias –Sueida, Raqa y Hassake– quedaron excluidas por “motivos de seguridad”, ya que escapan al control del ejército sirio. Y con ellas dos de las principales minorías: la sureña Sueida que está dominada por milicias drusas u ocupada por tropas israelíes; y al noreste Raqa y Hassake, ambas bajo control de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS y compendio de milicias lideradas por fuerzas kurdas) en un territorio donde también se yerguen bases rusas y estadounidenses.
Sobre el papel, los derechos de las minorías como los de las mujeres han quedado recogidos en el texto constitucional transitorio redactado en marzo, deprisa y sin mucho consenso, para regir el país durante los próximos cinco años. Ambos se han visto infrarrepresentados en estos comicios con tan sólo 10 escaños para las diferentes minorías (entre ellos cuatro kurdos, tres alauitas y un cristiano) y seis mujeres (muy por debajo de la cuota mínima anunciada del 20%). A pesar de su papel activo en la revolución contra al-Assad, las mujeres temen ser excluidas del dividendo de paz para satisfacer a los sectores conservadores que respaldan al nuevo poder tal y como ha ocurrido en otras revoluciones previas en la región desde Argelia a Palestina y Egipto. Sólo una ministra, Hind Kabawat, figura en el nuevo gabinete, repitiendo el patrón del anterior gobierno.
Entre los elegidos, se cuentan dos tercios de académicos y expertos con algunas figuras clave de la sociedad civil, y un tercio de dignatarios tribales en un intento de satisfacer tanto a las urbes (más seculares y habitadas por profesionales liberales) como al rif (campiña siria), más conservadora y predominantemente agrícola.
Si bien el complejo proceso de voto indirecto busca legitimar por las urnas el nuevo gobierno de cara al extranjero, en clave interna busca también rubricar la confianza de los sirios sobre las nuevas instituciones y fuerzas del Estado que han de poner en marcha un plan de recuperación. Sobre el Parlamento recaerá la tarea de aprobar durante los próximos 30 meses leyes, reformas económicas y con ello granjearse una confianza ya erosionada en el ámbito doméstico por las violencias sectarias protagonizadas por las Fuerzas Armadas en los últimos meses.
Estos comicios ponen también fin a la competición de los diferentes polos de oposición suníes sirios que han participado durante el conflicto a los procesos de diálogo y reconciliación nacional que se han llevado a cabo en paralelo en Ginebra auspiciados por la ONU y en Astaná, por Rusia. De igual manera, la consagración del gobierno de Idlib que lidera al-Sharaa y los hombres fuertes de la disuelta HTS como nuevo interlocutor en el plano internacional, entraña la desintegración de facto del gobierno de oposición mayoritariamente liderado por figuras de los Hermanos Musulmanes sirios que se asentaba en la localidad turca de Gaziantep.
2.2 En busca del monopolio de las armas
Si bien una mayoría de sirios celebraron en Damasco la salida del dictador al-Assad, no por ello recibieron a al-Sharaa como libertador. El discurso conciliador de al-Sharaa y las órdenes de no agresión a las minorías religiosas lograron en un inicio apaciguar los resquemores despertados entre los 12 millones de sirios que vivían en las zonas bajo el control de las tropas de al-Assad y que hoy habitan el campo de los vencidos. Jóvenes enmascarados de pelo largo y frondosas barbas cubiertos con balaclavas negras han inundado la capital siria para patrullar sus calles y periferia. Estos veinteañeros con poca o ninguna experiencia militar son los hijos de antiguos combatientes insurrectos que fueron expulsados de la periferia damascena –cuando ellos tenían ocho años– y evacuados a la insurrecta provincia de Idlib. La norteña región fronteriza con Turquía se convirtió durante la guerra en el cajón de sastre al que han ido a parar las heterogéneas bolsas rebeldes de mayor o menor corte islamista expulsadas del resto del país. Los hijos de esos milicianos derrotados retornan hoy como vencedores a una capital que les es ajena y cuyos habitantes ven como extranjeros. Sus padres integran los nuevos gobierno, élite económica y ejército.
Con más de 650.000 muertos, dos millones de heridos y 100.000 desaparecidos durante la guerra, la seguridad se ha convertido en la prioridad absoluta para los sirios. Sin ella, no se podrán cumplir las otras dos: estabilidad para reavivar una marchita economía y el monopolio estatal de las armas para poder servir justicia. La lucha por devolver el monopolio de las armas al Estado pasa por insertar a las milicias kurdas y drusas en el ejército y por desarmar a los antiguos soldados pro-Assad y a los rescoldos de Estado Islámico.
La luna de miel del “pragmático” al-Sharaa –como lo califican dentro y fuera de Siria– con parte de las minorías confesionales terminó el pasado 6 de marzo cuando las fuerzas más díscolas del nuevo ejército perpetraron varias masacres contra civiles de la costa occidental siria de mayoría alauí. Una emboscada lanzada por insurrectos afines a al-Assad contra soldados de al-Sharaa fue la chispa que culminó con las estremecedoras imágenes de ejecuciones sumarias de más de 700 civiles –incluidos mujeres y niños– por soldados de la disuelta HTS junto con milicianos llegados de Idlib y otros bastiones suníes, algunos de ellos muyahidines extranjeros. La llamada se amplificó vía las redes sociales, pero también desde los altavoces de algunas mezquit