Protonterapia: precisión, ciencia y esperanza en la oncología moderna

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En las últimas décadas, la oncología radioterápica ha vivido una transformación profunda. La combinación de avances en física médica, ingeniería y biología tumoral ha permitido refinar de forma extraordinaria la manera en que se administra la radiación. En este contexto, la protonterapia se ha consolidado como una de las innovaciones más relevantes. Se trata de una forma avanzada de radioterapia que utiliza haces de protones para tratar el cáncer con un nivel de precisión que hasta hace poco parecía inalcanzable.

A diferencia de los fotones utilizados por la radioterapia convencional, los protones poseen una propiedad física singular: depositan la mayor parte de su energía justo al final de su recorrido, en lo que se conoce como pico de Bragg. Esta particularidad convierte a la terapia de protones en una herramienta capaz de concentrar la dosis prácticamente dentro del tumor y proteger, en mayor medida, los tejidos y órganos sanos circundantes. La diferencia no es trivial: en ciertos contextos clínicos, puede suponer la reducción de efectos secundarios, una mejor preservación funcional e incluso un impacto significativo en la calidad de vida a largo plazo.

Esta precisión cobra especial importancia en la población pediátrica. En los niños, cuyo organismo aún está en pleno desarrollo, la exposición innecesaria a radiación puede tener consecuencias a largo plazo: alteraciones del crecimiento, déficit cognitivo, problemas endocrinos o incluso la aparición de tumores secundarios. La protonterapia se ha convertido así en una opción especialmente valiosa para estos pacientes, ya que permite tratar el cáncer minimizando ese daño colateral que puede acompañarlos toda la vida.

Pero su utilidad no se limita a la edad pediátrica. Algunos tumores del adulto, por su localización o comportamiento, representan desafíos terapéuticos considerables. Es el caso de los tumores de base de cráneo, cordomas y condrosarcomas, o los melanomas oculares, donde estructuras críticas —como nervios ópticos, tronco cerebral o médula espinal— se encuentran a escasos milímetros de la zona tumoral. Para estos pacientes, la protonterapia puede marcar una diferencia decisiva al permitir escalar dosis suficientes para controlar la enfermedad sin sobrepasar los límites de seguridad que protegerán sus funciones neurológicas y sensoriales.

En los últimos años se ha extendido también su utilización en indicaciones como determinados tumores de cabeza y cuello, algunos cánceres de próstata y, muy especialmente, en situaciones de reirradiación. Cuando un paciente ya ha recibido radioterapia previamente, administrar una segunda tanda con fotones puede resultar peligroso debido a la dosis acumulada en los tejidos. Los protones abren una puerta que antes permanecía cerrada: volver a irradiar minimizando el riesgo de toxicidades graves.

Sin embargo, el avance tecnológico siempre viene acompañado de retos significativos. La protonterapia requiere infraestructuras de gran complejidad, con aceleradores de partículas de tamaño considerable y sistemas altamente sofisticados de planificación y control. Esto repercute en su coste y en una disponibilidad aún limitada, que obliga a muchos pacientes a desplazarse para recibir tratamiento, especialmente en países donde los centros son escasos o recientes. Por ello, la selección de los casos en los que aporta un beneficio clínico claro es un proceso cuidadoso, basado en evaluaciones multidisciplinares y en comparativas precisas entre técnicas.

A pesar de estas limitaciones, la investigación en el campo avanza con velocidad. Las técnicas modernas de escaneado por haz lápiz (pencil beam scanning), la adaptación diaria del tratamiento según la anatomía del paciente, o el desarrollo emergente de imagen guiada por protones están llevando esta terapia a niveles de exactitud inimaginables hace solo unos años. Paralelamente, se estudia su integración con otros tratamientos oncológicos como la inmunoterapia, abriendo nuevas posibilidades combinadas que podrían potenciar el control tumoral y mejorar los resultados globales.

En conjunto, la protonterapia representa mucho más que una versión “más precisa” de la radioterapia tradicional: simboliza una forma distinta de tratar el cáncer, más respetuosa con la biología del paciente, más selectiva en su acción y más alineada con el futuro de la medicina personalizada. No sustituye a otras técnicas que seguirán siendo fundamentales, pero añade una herramienta estratégica que cambia el horizonte de ciertos tumores y de ciertos pacientes.

La oncología del siglo XXI se construye sobre la premisa de que no todos los cánceres, ni todos los cuerpos, deben tratarse de la misma manera.  La protonterapia es una expresión clara de esa filosofía: un ejemplo de cómo el conocimiento científico y tecnológico puede traducirse en tratamientos más humanos, más seguros y más esperanzadores.

Carlos Baeza Monedero

Licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid).

FEA Radiofísica y Protección Radiológica (Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla).

Director de GMB Radiofísica, academia para oposiciones RFIR.

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Alicia Benito