El chisme y biodescodificación - Instituto Ángeles Wolder

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Hoy hablaremos del chisme: chismorrear, cotillear, meterse en la vida del otro, revisar perfiles ajenos, estar pendiente de lo que pasa. Aunque culturalmente lo señalamos como algo negativo, la verdad es que el chisme es algo profundamente biológico, y si está inserto en nuestra naturaleza es porque cumple una función. Hay comportamientos que no son “naturales” en el sentido moral o social de esta época en la que vivimos, pero sí en el sentido evolutivo. El chisme es uno de ellos. 

Cuando aparecieron los primeros grupos humanos, mucho antes de la escritura y de cualquier forma de registro formal, la única manera de saber quién era el cazador más valiente, quién aportaba más alimento o quién podía proteger mejor al grupo era a través de los rumores. En realidad, los primeros Homo sapiens ya chismeaban: hablaban sobre quién era confiable, quién cooperaba, quién hacía trampa o quién tenía las habilidades necesarias para liderar. Ese intercambio de información, que hoy llamamos chisme, funcionaba como un filtro social que ayudaba a decidir en quién valía la pena depositar la seguridad colectiva.

De cierta forma, el chisme fue una herramienta que permitió construir sociedades más grandes y organizadas. Sin ese flujo constante de información interpersonal, los grupos humanos no hubieran podido coordinarse, cooperar ni crecer más allá de unas cuantas decenas de individuos. Esta idea, desarrollada por Yuval Noah Harari en Sapiens: de animales a dioses, muestra que el chisme no era una frivolidad, sino una tecnología evolutiva crucial para el desarrollo del Homo sapiens.

¿Cuál es el significado de chisme?

La palabra viene del latín schisma, que significa “escisión” o “separación”. La RAE lo define como una noticia, verdadera o falsa, destinada a indisponer a unas personas con otras o simplemente a murmurar sobre alguien.

Pero esta definición se queda corta. En su esencia más profunda, el chisme es un uso de la expresión y de la comunicación para obtener algo. ¿Qué obtenemos cada uno? ¿Qué será ese conseguir de cada uno? Eso depende de nuestras heridas, nuestras necesidades de pertenencia y nuestras estrategias adaptativas.

Robin Dunbar y la función social del chisme

Robin Dunbar, antropólogo y psicólogo evolucionista, ha estudiado cómo el tamaño de la corteza cerebral está relacionado con la complejidad social de distintas especies. Su hipótesis más famosa sostiene que el chisme es el equivalente humano del acicalamiento social que realizan los primates. En otras palabras: chismear une.

Paradójicamente, aunque la palabra venga de “separación”, su función biológica es unir a los miembros del grupo. Se trata de comunicar con eficiencia en un tiempo menor generando grupos, generando amistad, generando sostén social y sobre todo generando confianza.

Dunbar observó que los monos dedican hasta cinco horas diarias a acicalarse entre ellos: se tocan, se sacan los piojitos, se revisan la cabeza y se forman cadenas de contacto. Ese tiempo no es trivial: es el mecanismo que sostiene la pertenencia, reduce tensiones, crea vínculos y garantiza seguridad. “Yo te despiojo hoy, tú me despiojas mañana”. Es recíproco. Es una inversión.

Los humanos, al crecer en número y complejidad, ya no podíamos invertir cinco horas al día en tocarnos. Era ineficiente. Así que evolucionamos una forma más rápida de generar cohesión: el lenguaje. Y dentro del lenguaje, el chisme surgió como un atajo para crear confianza, compartir información del grupo y saber quién es confiable y quién no, sin necesidad de largas interacciones físicas. Dunbar lo resume así: “el chisme es la versión humana del acicalamiento”.

Un grupo de jugadoras celebrando, ejemplo de cómo el chisme fortalece la unión social.

El sentido biológico del chisme

Cuántas veces los padres, por ejemplo, le cuentan cosas a los hijos y eso les asegura tanto a los hijos como a los padres de que tienen algo en común, tienen algo compartido y que de esa manera se van a quedar unos con otros. Porque, además, si te marchas yo podría decir algo, o si yo me voy yo podría decir algo del otro. Para evitar fricciones se utiliza ese cotilleo: “yo te diré algo de” y “tu me dirás algo de”. 

Otro ejemplo, los padres. Uno le habla mal a los hijos del otro, eso genera fricción, desunión, una falta de respeto, y eso a la larga va a generar que los hijos por amor van a intentar ponerse de un lado y finalmente van a estar del otro. Intentemos no hacer daño a los hijos hablándoles mal de nuestras parejas. Los temas de padres son de padres, los temas de padres con hijos son de padres con hijo, pero nunca hay una inversión, jamás.

También puede haber chismes entre amigos, que unos cuentan cosas de otros y las pueden aprovechar para sacar partido. Por ejemplo: a un chico le gusta una chica, pero no se atreve y entonces se enrolla con la amiga para ver qué información pueden sacar de la otra y al final acaban todos mal y heridos. 

El chisme tiene también la función de acusar a otros: si yo te digo ”uy mira que mala, que fea aquella persona, como se ha comportado” ¿Tú que harás? Si te pones de mi lado me harás sentir víctima y entonces yo ya me relajo en mi papel y vuelve a separar el chisme.

O sea que, a nivel biológico, el chisme tiene un sentido. No es que se avale culturalmente, pero para evitar la pérdida de tiempo, la ineficacia, tener que pasarnos 5h de nuestro día despiojando y contándonos pequeñas cosas se utiliza el chisme. Hoy en día, en la era en la que estamos viviendo, en el momento en el que las cosas se pueden contar en un tweet, en redes, tarda milésimos de segundo en llegar el chisme a otro lado y provocar muchas veces mucho daño en las personas gratuitamente, y eso es lo que podríamos empezar a controlar.

La necesidad de unión social para los miembros gregarios, como somos todos los seres humanos, el sostén requiere de un compartir. ¿Qué confianza os daría una persona en un grupo que se aísla y que no dice absolutamente nada? Seguramente confianza cero o muy poca, ya que para tener la sensación de pertenecer al grupo tenemos que estar dentro del grupo y compartir en el grupo. A veces, lo que se busca es encontrar algo para tirar del hilo, un chisme cualquiera y quejarnos, por eso aporta una sensación de que hay algo parecido en el otro o en los otros y yo soy un semejante, esa es la palabra. Me hace mejor.

Ejemplo Dunbar: El grupo que se sostiene hablando

Imagina un grupo de adolescentes en la escuela. No se despiojan, claro, pero pasan horas hablando sobre quién dijo qué, quién salió con quién, quién hizo tal o cual cosa. Desde fuera puede parecer superficial, pero biológicamente están haciendo lo mismo que los primates: probando alianzas, creando microcontratos implícitos y reforzando la pertenencia.

Si alguien del grupo deja de compartir, ni historias, ni anécdotas, ni chismes, lo sienten distante. Desaparece la base emocional del “tú y yo estamos en lo mismo”. De ahí que alguien que nunca habla sea visto con desconfianza: no ofrece señales sociales de reciprocidad.

Os recuerdo que del latín la palabra chisme significa separación. En grupos pequeños el chisme puede llegar a hacer mucho daño y generar mil grupos y muchísimo dolor en las personas, lo que realmente puede separarlas. 

Entramos ahora a otra mirada: Yuval Noah Harari y el chisme como cimiento de civilizaciones

Yuval Noah Harari, en Sapiens, propone que el chisme fue una herramienta evolutiva que permitió que los primeros Homo sapiens vivieran en grupos más grandes que cualquier otro primate. Según Harari, los rumores eran una forma de administrar información crucial: quién era confiable, quién era un tramposo, quién cooperaba, quién podía poner en riesgo al grupo.

La diferencia entre un grupo de chimpancés y un grupo de humanos es que los chimpancés pueden cohesionar grupos de hasta unas 50 unidades. Más allá de ese número, necesitan estar físicamente presentes y relacionarse directamente. Los humanos logramos superar ese límite gracias al lenguaje narrativo y, particularmente, gracias al chisme.

Harari afirma que el chisme permitió gestionar redes sociales complejas, incluso de personas que no estaban presentes físicamente. Así se formaron alianzas extensas, clanes, tribus y, eventualmente, sociedades enteras.

Como hemos mencionado, el chisme no es solo eficaz para generar cooperación, sino para mantener el orden social dentro de los grupos humanos. De hecho, investigaciones recientes muestran que el chisme funciona como un sistema regulador que ayuda a alcanzar consensos suficientes para sostener la colaboración grupal.

Un modelo matemático desarrollado por Kawakatsu, Kessinger y Plotkin (2024) demuestra que existe una cantidad óptima de chismes necesaria para estabilizar la reputación, coordinar expectativas y promover la cooperación. Es decir, sin cierto nivel de chisme, los grupos humanos perderían cohesión.

Desde la neurobiología también tenemos evidencia poderosa. No todos los intercambios verbales generan la misma respuesta hormonal. Brondino, Fusar-Poli y Politi (2017) encontraron que las conversaciones con chisme liberan cantidades significativamente mayores de oxitocina —la llamada “hormona del amor” o de la confianza— comparadas con conversaciones casuales. Esto explica por qué chismear se siente tan “vinculante”: porque literalmente fortalece la sensación de alianza y pertenencia.

Así que ya lo sabes: la próxima vez que alguien esté chismeando sobre ti, recuerda que, biológicamente, está buscando liberar un poco de oxitocina y, de paso, establecer lazos de cooperación.

Ejemplo Harari: Los cazadores-recolectores y la supervivencia del grupo

Imagina una banda de cazadores-recolectores hace 50.000 años. No hay cámaras, no hay expedientes, no hay registros. ¿Cómo sabían si un miembro del grupo era flojo, violento, deshonesto o peligroso? Por el chisme.

Si alguien robaba comida o traicionaba a otros, la historia corría de boca en boca. Así todos sabían a qué atenerse. Sin ese sistema de información colectiva, grupos grandes no hubieran podido sostener la cooperación necesaria para cazar, criar hijos o defenderse. En ese sentido, Harari argumenta que el chisme fue una especie de proto-red social, un mecanismo arcaico de evaluación moral del grupo.

Dos niñas compartiendo el chisme en clase, aprendiendo a formar alianzas desde pequeñas.

Y ¿qué podemos hacer para vivir mejor?

Empezar por definir de manera neutra todo lo que nos pasa, empatizar con el otro y ver como lo puede estar viviendo, ver cuáles son las heridas de pertenencia. Recordar que chismorreamos para sentirnos dentro de un grupo, por lo tanto, ¿qué herida de pertenencia, de tener un lugar, de que me reconozcan en un espacio o cuando he vivido situaciones en que me han dejado de lado? Por ejemplo, si mamá y mi hermana se han puesto de acuerdo, me dejan de lado y yo siento que ahí no puedo entrar, luego lo que voy a hacer como medida adaptativa es ir a buscar otros espacios donde yo encuentre personas con las que me una y no dejo entrar a otros. O sea que el juego perdura, y ¿qué podemos hacer para cambiar ese piloto automático?

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Salir del juego, es decir, ir a mirar nuestros programas, ir a mirar qué lugar tuvo en nuestra vida eso que nos pudo hacer mucho daño, es comenzar a sanar y a sentirnos en el cuerpo las heridas de otro instante que seguramente son muy tempranas. Es utilizar una comunicación que no violente, que no haga daño al otro, si yo tengo algo con alguien lo hago y lo diré directamente, pero no busco chismorrear con otras personas para que después me digan “ay pobrecita, mira lo que le ha pasado”. 

Sanar el chisme es, en realidad, sanar nuestras propias heridas. Es una práctica de coherencia, de salud mental y de responsabilidad emocional. La vida, tarde o temprano, nos regresa lo que damos.

Ya lo decía con el ejemplo de los padres, es exactamente igual en la vida, por eso podemos dejar de acusar, de criticar, de juzgar, de emitir historias al vuelo que después hacen mucho daño cuando están en la calle. Eso es sanidad mental, es coherencia con la vida, es vivir la vida que nos ha tocado vivir. La vida nos va a devolver lo que estamos dando.

En resumen

  • Dunbar nos muestra que el chisme es una versión humana del acicalamiento: une.
  • Harari nos recuerda que permitió construir sociedades más grandes y complejas: organiza.
  • La neurociencia explica que mueve emociones, lenguaje y recompensa: engancha.
  • Nuestra historia personal determina si lo usamos para unir o para herir: refleja nuestras heridas.

El amor es la falta de miedo. El miedo es la falta de amor. Y el chisme, cuando viene del miedo, separa. Cuando viene del amor y de la búsqueda sincera de conexión, puede convertirse en algo completamente distinto: en comunicación honesta, humana y responsable.

Preguntas frecuentes sobre el chisme desde la biodescodificación

¿Cómo se explica el chisme desde la biodescodificación?

En biodescodificación, el chisme se interpreta como una estrategia adaptativa para buscar pertenencia, seguridad y validación dentro de un grupo. No se ve solo como cotilleo o crítica, sino como un mecanismo inconsciente para reducir ansiedad social, reforzar alianzas y evitar sentirse excluido.

¿Por qué el chisme puede hacer daño aunque tenga una función biológica?

Porque, aunque el chisme nació para unir y crear cohesión, hoy se difunde con tanta rapidez (redes, mensajes, comentarios) que puede provocar rupturas, malentendidos y dolor emocional. Su función biológica sigue siendo unir, pero su impacto moderno puede separar cuando se usa desde el miedo, la herida o la necesidad de control.

¿Cómo puedo dejar de participar en el chisme sin aislarme del grupo?

La clave no es aislarse, sino cambiar la intención. Puedes mantener la conexión social sin recurrir al chisme enfocándote en conversaciones auténticas, vulnerables y directas. Expresar tus límites, practicar comunicación no violenta y revisar tus propias heridas de pertenencia ayuda a salir del juego sin perder el sentido de unión.

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