Ya es hora de que Europa piense y actúe como una superpotencia - Real Instituto Elcano

Compatibilità
Salva(0)
Condividi

Tema
Este análisis debate las implicaciones de la guerra de Ucrania para el papel activo de Europa en el ámbito de la seguridad y la defensa.

Resumen
En este análisis [1] se exponen los motivos por los que la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha exacerbado la necesidad de contar con una política europea de defensa exterior más sólida. Lo que se propugna es que debería producirse lo antes posible. No solo por la posible reelección de Trump, sino también por los autócratas en el seno de la OTAN y la UE. Incluso si vuelve a ganar Biden, seguiría existiendo la necesidad de desarrollar un pilar europeo dentro de la OTAN. En el análisis se establece así una agenda no para que la UE “se convierta en un superestado”, sino en una “superpotencia” incipiente, de acuerdo con las palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Se examinan algunas de las medidas y reformas que se deben implantar después de las elecciones europeas de junio de 2024 y se presenta un esbozo de una política integrada de exteriores y defensa en la UE.

Análisis
Cuando un presidente francés se mete en la piel del mejor de los primeros ministros británicos en tiempos de guerra, merece la pena escucharlo. A mediados de marzo, el presidente Macron citó a Winston Churchill en la televisión francesa. Sus palabras en esa entrevista fueron: “Il faut avoir le nerf de la paix”, que se puede traducir libremente como “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. El presidente francés parece haber decidido enfrentarse a Rusia, lo que contrasta sobremanera con la situación a principios de 2022, cuando Macron parecía optar por una tercera vía a la hora de lidiar con un presidente ruso que poco después decidiría desatar una guerra total en Ucrania. En aquel momento, los líderes occidentales intentaron buscarle el sentido a la voluntad de Putin, y el presidente francés entendió que Francia podía actuar para hacer cambiar de opinión al dirigente ruso. El mismo Macron que se preciaba de haber pasado cientos de horas con Putin y que, incluso después de la invasión rusa, afirmaba que Rusia no debía ser “humillada”, cambiaba ahora el tono. Dos años después del comienzo de la guerra más salvaje librada en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, vemos a un líder francés más triste y más sabio, pero también más decidido a no dejar ganar a Rusia. “Si gana Rusia, la credibilidad de Europa se reducirá a cero. Tenemos que estar dispuestos a utilizar todos los medios necesarios para asegurarnos de que no gane Rusia”, añadió el dirigente francés, dirigiéndose a los telespectadores.

El presidente Macron ya había anticipado ese mensaje cuando, tras la cumbre de líderes europeos sobre Ucrania de finales de febrero, afirmó que no se debía descartar ninguna opción, entre ellas la de desplegar “efectivos franceses sobre el terreno”. Ese mensaje era nuevo. Sin embargo, en vez de que Moscú encajase el golpe, fue rebatido en seguida desde distintas capitales de toda Europa, en especial desde Berlín. Cuando Macron se dirigió al líder ruso usando su propio lenguaje, quedó patente que la lingua franca de Europa no es la del poder y la confrontación. Hablar es gratis, y las fuertes palabras del dirigente francés no vinieron acompañadas de ayuda civil o militar de Francia a Ucrania. Los franceses saben bien que point d’argent, point de Suisse (en alemán, Kein Geld (Kreuzer), keine Schweizer), es decir, “sin dinero no hay suizos”. Francia ha dado 3.800 millones de euros en ayudas a Ucrania, mientras que Alemania ha aportado ya 18.000 millones; incluso los 6.000 millones de los Países Bajos superan con creces el dinero que ha puesto Francia encima de la mesa. Es posible que los demás dirigentes saltasen tan rápido a desautorizar la afirmación del presidente francés de no descartar el despliegue de tropas en Ucrania porque la retórica del líder galo contrastaba sobremanera con su aportación financiera, si bien es más probable que el miedo a una escalada con Rusia fuese el motivo principal que explica la retahíla de comunicados de prensa, enviados desde distintas capitales europeos, en los que se remarcaba que no había ninguna intención de que los soldados europeos luchasen en el bando ucraniano. El presidente ruso debió de sopesar la plétora de respuestas europeas y, tras considerar bien la cuestión, contestó amenazando con usar armas nucleares en caso de que un miembro de la OTAN entrase en la guerra con tropas.

Esta Alleingang, esta actuación en solitario de Francia pone de manifiesto dos cosas en particular. En primer lugar, la necesidad de coordinar la respuesta europea, sea cual sea esa respuesta. La unidad en el mensaje conlleva claridad en el propósito, algo que ha llegado a ser una carencia crónica de la UE en la mayoría de los ámbitos normativos, si bien la posición frente a la invasión rusa había sido bastante coherente hasta ese momento. La segunda cosa que se echa en falta es la voluntad europea de pensar, hablar y actuar como una superpotencia. No es algo nuevo, pero nunca había adquirido un carácter tan existencial como ahora, cuando la amenaza militar rusa para nuestro continente va en aumento mientras Ucrania se desangra hasta verse prácticamente obligada a negociar en condiciones cada vez menos favorables.

En este análisis se pretende subsanar algunas de estas carencias para garantizar que haya una coherencia continua en todo lo que digan y hagan los líderes europeos. Se aboga por una cabina de mando desde la que se pilote el avión europeo. Ahora bien, el fuselaje de ese avión se ensamblará tanto dentro como fuera de la UE, porque no parece que se pueda tomar en serio la aspiración de ser “autónoma desde el punto de vista estratégico” cuando la UE no puede ni coordinar sus propias palabras y acciones. Incluso ya ha incumplido su primera promesa de entregar un millón de granadas a Ucrania para finales de marzo de este año y ha habido que establecer un nuevo plazo para los últimos meses del año. La UE sigue ahora las directrices de compra de la UE para enviar al frente los Patriot que tanta falta hacen. De hecho, ahora que han transcurrido dos años de guerra en Ucrania, el balance de los Estados miembros de la OTAN que no forman parte de la UE, como por ejemplo el Reino Unido (misiles de largo alcance Storm Shadow), Noruega (misiles NASAM tierra-aire avanzados) y Turquía (drones Bayraktar), impresiona mucho más que el de la mayor parte de los Estados miembros de la UE. Ahora bien, el Congreso estadounidense ha ido dando largas al último paquete de ayuda para Ucrania en un año electoral que podría saldarse con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, por lo que resulta aún más acuciante que los miembros europeos de la OTAN defiendan a Ucrania. El paquete de ayuda se acabó aprobando gracias al empuje de Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, pero se demoró bastante y tampoco fue un camino de rosas.

El semanario británico The Economist se preguntó lo siguiente en su número de febrero-marzo de 2024: “¿Está preparada Europa?”, y resumió su respuesta de la siguiente manera: “Rusia cada vez es más peligrosa, cada vez se puede confiar menos en Estados Unidos y, por su parte, Europa sigue sin estar preparada”. Rusia está transformando su economía basada en el gas y el petróleo en una economía de guerra a escala total, y según el ministro de Defensa de Dinamarca, Lund Poulsen, destina ya a defensa el 7,1% de su PIB, por lo que podría atacar a un país de la OTAN entre los próximos tres y cinco años. Esta podría haber sido la última advertencia (y también la más cruda) de un político occidental sobre las ganas de enfrentamiento de Moscú tras la guerra de Ucrania, pero no fue una declaración en solitario. Al ministro danés se sumaron sus homólogos de Suecia, Rumanía, Alemania y el Reino Unido para lanzar la voz de alarma sobre el incremento del gasto ruso en defensa y la posibilidad de una confrontación directa con la OTAN que pondría a prueba el compromiso de defensa colectiva de la Alianza consagrado en el artículo 5. Junto al posible regreso de Donald Trump, quien en su primer mandato ya restó importancia a la piedra angular de la OTAN como alianza defensiva, se presenta un panorama sombrío para la arquitectura de seguridad europea que se ha ido tejiendo con sumo cuidado desde la Segunda Guerra Mundial. Todo indica que ha llegado el momento del cambio.

1. La amenaza rusa se extiende más allá de Ucrania

El 4 de marzo, el vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional ruso, Dimitri Medvedev, comentó en Sochi que la existencia de Ucrania era “un concepto con el que había que acabar para siempre” y reafirmó que Ucrania es “sin lugar a dudas parte de Rusia”. Medvedev no actúa únicamente como la marioneta de Putin, sino que también dirige el complejo industrial militar de Rusia. Según Borís Kagarlitski (un sociólogo y sindicalista ruso condenado a cinco años de reclusión en un campo de trabajo ruso), los analistas occidentales se equivocan al interpretar el comportamiento de Rusia a través de un prisma meramente geopolítico. “Las raíces de la guerra no están únicamente en la geopolítica”, sino que también tiene su origen en la necesidad del complejo industrial militar ruso y de algunos oligarcas de “obtener más fondos a través de la invasión militar”. Ese podría haber sido un motivo adicional para entrar en guerra, pero se suma a la increíble indiferencia de la mayoría de los analistas occidentales ante los avisos inequívocos de los propios dirigentes rusos de que se debería restaurar la comunidad rusófona (ruski mir o pax russica) más allá de las fronteras de la Federación Rusa. Desde que el presidente Putin habló en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007, no ha dejado de exponer su idea de una Europa dividida en esferas de influencia: la OTAN por detrás de la frontera marcada por la línea Óder-Neisse y la Madre Rusia extendiéndose por Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia y posiblemente algunas zonas del Báltico y Georgia. La anexión de Crimea en 2014; el derribo con un misil BUK de procedencia rusa del MH17, un vuelo de pasajeros que sobrevolaba la zona oriental de Ucrania; el ensayo de siete páginas escrito por Vladímir Putin a principios del verano de 2021 en el que afirmaba que Ucrania “no es un país”, sino que pertenecía a “la Madre Rusia”; nada de esto despertó a los europeos. Durante el período previo a la guerra, se renovaron las reservas de sangre rusas, pese a la imperiosa necesidad de plasma sanguíneo en unos hospitales rusos que ya habían sufrido más de un millón de muertes por COVID. A pesar de que los servicios de inteligencia de EEUU dieron crédito a los avisos a raíz de esta observación en la sede de la OTAN en un momento en el que Rusia estaba desplazando a más de 120.000 efectivos a la frontera ucraniana, los europeos siguieron soñando con mantener a raya a Putin. Bueno, la mayoría de los europeos. Obviamente, ni Polonia ni los países bálticos, donde no hace tanto que en sus calles resonaba el eco de las botas militares rusas.

Tras un año de guerra, el primer intento de celebrar unas negociaciones de paz en Turquía se malogró por la horrenda masacre cometida por los soldados rusos en Bucha. Ahí quedó patente la crueldad de los dirigentes rusos en un momento en el que, sin duda, la guerra no les era favorable. Después de dos años de guerra, el asesinato de Alekséi Navalni, el líder de la oposición rusa, encarcelado en una colonia penal el 16 de febrero, volvió a poner de manifiesto el carácter violento y despiadado de los líderes rusos. Cuando Putin obtuvo su quinto mandato, en su discurso triunfal empleó la palabra “guerra” para la invasión de Ucrania, que hasta entonces había calificado como “operación militar especial”. No sería de extrañar que esa fuese la antesala del envío de nuevas tropas a las trincheras ucranianas, a un paso ya de la movilización total.

La pregunta principal que deben plantearse los líderes europeos es: ¿puede perder la guerra Ucrania? ¿Quedaría así saciado el apetito territorial beligerante de Putin?

El exministro francés De Villepin describió esta situación en una ocasión como “nous sommes dans la logique de guerre”. Esta lógica de guerra, no obstante, deriva con facilidad en la lógica de la escalada. Ese temor es lo que parece unir a los europeos, más que intentar impedir un conflicto más amplio con los rusos. La negativa del canciller alemán Scholz a enviar misiles Taurus con autonomía para alcanzar Rusia priva de la capacidad de mantener a raya al invasor ruso a los soldados ucranianos que están sufriendo en las trincheras. En cambio, lo que muestra a Moscú es que el apoyo a Ucrania no es estable y que la unidad europea se va resquebrajando poco a poco. La solución que parece haberse encontrado es que Alemania haga el envío al Reino Unido, tras lo cual los Brexiteers aliados de la OTAN pueden enviar sus misiles Storm Shadow a Kiev. Que los países reticentes respalden entre bambalinas a sus homólogos más ofensivos es una solución muy fea y europea, pero no tiene por qué ser mala. Siempre que el miedo que tengamos los europeos a la escalada de la violencia sea mayor que la confianza en nuestra propia capacidad de disuasión, seguiremos dándole a Moscú la oportunidad de quejarse amargamente y de fingir que con quien está en guerra es con la OTAN. Ese relato ruso se cuela incluso en la opinión pública occidental y Putin cuenta con su quinta columna de votantes europeos que, o bien están cansados de la guerra, o bien se oponen sin más a provocar al gran oso ruso. Lo más probable es que en las elecciones europeas de junio se vea ya una mayoría de los partidos euroescépticos, donde existe una gran división entre los partidos de derechas o populistas antirrusos (el de la primera ministra italiana Meloni, los populistas finlandeses True Finns y el PIS polaco) y prorrusos (el del primer ministro húngaro Orbán, el del populista italiano de derechas Salvini y los alemanes AfD y Die Linke). Con este panorama, los líderes europeos tendrán que esforzarse para que cale en el electorado el mensaje de que Rusia sigue siendo una amenaza primordial para la seguridad.

Ese mensaje se podría –no, se debería– transmitir mejor. En primer lugar, la invasión rusa de Ucrania trastocó la seguridad energética de Europa y no sólo se tuvo que desconectar del gas ruso (y, sobre todo, del petróleo ruso), sino que hubo que compensar con el erario público a los ciudadanos de a pie que ya no podían pagar sus gastos. En segundo lugar, es importante frenar la inflación galopante y mantener más o menos estable el poder adquisitivo. El gasto que se han permitido hacer los Estados miembros de la UE para que sus ciudadanos puedan seguir pagando las facturas es casi 10 veces mayor al gasto que supone ayudar a Ucrania. Y aun así, aparte del ministro alemán de Energía y Economía, Robert Habeck, ningún político europeo está usando estos argumentos: “Estamos haciendo lo que podemos para ayudar a Ucrania en su lucha, pero tendréis que pagar vuestras propias facturas”.

Lo más importante es que los dirigentes europeos defiendan la libertad de un modo más elocuente. Que se pueda atacar Ucrania a voluntad hace saltar por los aires los principios liberales fundamentales de la soberanía (respeto inviolable de las fronteras y derecho a elegir un gobierno propio). Los Acuerdos de Helsinki, que son la piedra angular de la civilización europea que rige el comportamiento de todo gobierno frente a los seres humanos, quedarían sin efecto. La arquitectura de seguridad construida bajo el paraguas nuclear estadounidense y representada en el Consejo de Europa y la OSCE quedaría inutilizada. Los Estados miembros europeos pasarían a estar a merced de influencias autocráticas, o directamente rusas, al igual que algunos de los otros países colindantes con Rusia. Volvería la Europa del siglo XVIII con esferas de influencia, pero esta vez con armas nucleares del siglo XX y herramientas de desestabilización por Internet del siglo XXI. Se verían afectados todos los países de la UE, se pondría a prueba a todos los gobiernos de corte europeísta y en todas las sociedades europeas se observaría como consecuencia un incremento de la polarización y la violencia. Putin no se limitaría a arrebatar territorios para restaurar su gran sueño imperial, sino que también aprovecharía para subvertir el orden occidental que tanto ha llegado a despreciar.

A Rusia aún tiene algunas opciones militares sobre la mesa. Sin duda alguna, el punto geográfico más débil de la OTAN es el corredor de Suwałki, donde Rusia podría aislar a los países bálticos de Polonia. Esta franja de tierra de unos 100 km de ancho que conecta a Lituania, el país báltico más meridional, con Polonia actúa de separación entre Rusia y Bielorrusia. En el lado ruso está Kaliningrado (el Königsberg de Immanuel Kant), donde Rusia alberga su flota naval y cuenta con misiles hipersónicos listos para ser cargados con cabezas nucleares. Si Rusia decidiese cortar por lo sano y aislar a los países bálticos, le bastaría con deshacerse de las dos carreteras y la única línea ferroviaria que conectan con Polonia, por lo que este sería el talón de Aquiles de la OTAN. Ahí es donde Putin pondría a prueba la solidaridad de la Alianza, sin ni siquiera tener que proceder a una invasión.

Los fracasos rusos de los dos últimos años en Ucrania han dejado al descubierto algunas de las limitaciones de las fuerzas rusas. El Ejército ruso ha sufrido gravísimas pérdidas, y se calcula que el número total de soldados muertos en Ucrania, la mayoría de ellos rusos, supera el medio millón. Sin embargo, estas cifras tan increíbles que habrían hecho replantearse la situación a cualquier general, no han desanimado a un Putin que utiliza a los soldados como carne de cañón. Después de escenificar su reelección, el líder ruso llama “guerra” sin tapujos a su invasión de Ucrania. Si Ucrania cayese, no cabe duda de que Putin está más que preparado para ocupar el país con cientos de miles de efectivos adicionales. Esa Rusia renaciente y envalentonada volvería a “ser un imperio”, como ya señaló el asesor para la seguridad nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski en la década de 1990. Ahora bien, a pesar de la invasión rusa de Georgia (2008), de la anexión de Crimea y de provocar la guerra en el Dombás (2014), EEUU alejó su mirada de Ucrania y los europeos se dejaron aplacar por unas negociaciones (Minsk I y II) que solamente sirvieron de trampolín para su invasión en 2022. El gabinete estadounidense de Biden tardó poco en comprender que la única opción era verse obligado a actuar otra vez en el teatro europeo, un escenario que deseaba dejar en manos de los europeos para centrarse en su rivalidad geopolítica con China

Recapiti
Han ten Broeke