Ataques de pánico y Alta Sensibilidad

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Ayer estaba sentada en la butaca del cine. Ha ido a ver una película con un amigo. De repente, comienzo a experimentar angustia, taquicardia y sofocos; siento mucho calor, pero a la vez estoy fría y tengo escalofríos. «Me está dando un infarto o me estoy volviendo loca», pensé.

Salí de la sala y bebi un poco de agua. Me sentía desorientada, podría decir que sentí «estar fuera de sí».

He vivido un ataque de pánico, no se muy bien que lo desencadena, pero si puedo asegurar que el miedo a que se vuelva a repetir esta haciendo que cambie mis hábitos y comportamientos, creo que esto no es bueno. Ser una persona altamente sensible, rodeada de estímulos, ruidos, olores… no me lo pone fácil.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 30 % de la población ha sufrido o sufrirá algún ataque de pánico. De hecho, en 2019 se registraron 301 millones de personas con diagnóstico de algún trastorno de ansiedad; 58 millones eran niños y adolescentes.

Una de las cosas que más me preocupa es la falta de control sobre el cuándo, el dónde y el porqué.

La corta duración es un rasgo definitorio. Mientras que otros trastornos de ansiedad, como la ansiedad generalizada, son relativamente duraderos y requieren una intervención prolongada, el ataque de pánico dura escasamente 10 minutos, minutos que se hacen eternos

Aunque no todas las personas lo experimentamos igual, los síntomas más comunes son palpitaciones, sudoración, temblor de manos, flojedad de piernas, náuseas, molestias abdominales, mareos, dolor de cabeza, opresión en el pecho, sensación de ahogo y sofocación y sentir que “vas a morir”.

Son manifestaciones fisiológicas que alertan al organismo de que existe una amenaza (en este caso imaginaria) contra su integridad física o psicológica.

Desde una perspectiva psicobiológica, supone la puesta en marcha de los procesos implicados en la lucha del organismo por la propia supervivencia. Es decir, se activa la liberación de cortisol, de adrenalina y noradrenalina y otros mecanismos hormonales relacionados con el sistema nervioso autónomo y estructuras subcorticales como la amígdala y la hipófisis.

No existe una relación causa-efecto entre poseer un determinado gen, carácter o rasgo de personalidad y las posibilidades de experimentar un ataque de pánico. Sin embargo, sí parece existir un factor hereditario.

También el temperamento influye: personas altamente sensibles o con elevados niveles autoexigencia tienen más papeletas de pasar por ese angustioso trance.

La imprevisibilidad del ataque de pánico dificulta su prevención, aunque algo me dice que debemos reducir los niveles de estrés anticipatorio ante la idea de vivir nuevos ataques. También podemos adquirir nuevas habilidades para manejar el episodio en el caso de que vuelva a aparecer. Recomiendo la practica del Mindfulness

Desde la Asociación Activos y Felices creemos firmemente que lo fundamental es que los sistemas de salud estén preparados desde las consultas de atención primaria y las urgencias con protocolos específicos y estrategias de actuación para estos y otros casos relacionados.

Finalmente, quisiera destacar la importancia de dar visibilidad al ataque de pánico y otros trastornos de ansiedad como parte de las buenas prácticas profesionales. Extrapolando el lema «la información es poder» a este contexto, se deduce que si sabemos lo que es un ataque de pánico podremos actuar de forma adecuada cuando lo sufrimos y, lo más importante, podremos vivir sin miedo a que se repita.

Está demostrado que el mindfulness ayuda a gestionar estos estados que nos generan malestar, como por ejemplo haciendo la meditación de los 5 sentidos. (Escribeme si deseas ponerla en practica)

Si te identificas con lo que aquí te cuento, puedes escribirme al email asociacion@activosyfelices.org, podremos compartir los recursos que cada uno de nosotros empleamos para sobrellevar el ataque de pánico.

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