­La persistencia; ¿actriz o gaviota?

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“Me ha gustado mucho, la quiero tener en mis manos”. “Ella está brutal y la dirección es… pufff”. Escucho este par de comentarios, y otros que no se alejan mucho, al salir de la que espero no haya sido la última función de La persistencia en el Teatro del Barrio. Esta obra tiene algo de no entender, mucho de emocionarse y bastante de empeño por parte de dos bárbaras, Fernanda Orazi y Ángela Boix, de juntarse y trabajar mientras se arropan y se sostienen la una a la otra. Estoy segura.

La primera escribiendo y dirigiendo. La segunda actuando. Su aguante nos regala una pieza en la que desfilan textos de los más grandes desde la finitud de un camerino, la última fila del patio de butacas o el foco de una pared en la que se llora muy bien. Orazi vuelve a hacer de las suyas… y que siga haciendo y teniendo más y más hambre, por favor. Deja constancia en la presentación de La persistencia que su texto nació hace unos diez años “a raíz de un día que, con palabras de Nina de La Gaviota de Chéjov, jugaba en mi casa contra una pared, un buen lugar para llorar”. Pensando que algún día ella la representaría, dejó la idea atrás después de ver a la que ahora es la actriz en uno de sus talleres de creación escénica. Y sí, en escena, Boix, en el camino de la actuación desde varios caminos, apuestas y recorridos. Como una actriz en doble fila, que no encontrase lugar en el que estacionarse, en el que saber permanecer o acaso finalizar. Porque todo es un intento de alcanzar el fin, de saber qué va a acabar. Pero nos da igual, la riqueza de lo que cuenta está en esas paradas en las que veo y siento mucho más que en la rigurosidad sin intentos de otras obras.

En la travesía, no han estado solas. Leticia Etala ha estado al frente de la ayudantía de dirección y del vasito de agua al otro lado de la sala. Pablo Chaves se ha encargado de una escenografía y un vestuario que colocan al montaje en un plano juguetón con los tiempos y el espacio. Qué astuto y desafiante se está volviendo Chaves, qué bien tenerle tan presente ahora. La iluminación de Iván López-Ortega es para dar un aplauso aparte, fuerte y con la sutileza con la que entra al ring la música de Javier Ntaca. Y el cartel de un tal Juan Paños, que lo mismo te resucita a Rámper, hace un truco de magia a su hermana Electra o sirve de apuntador al mismísimo rey Lear, que diseña el cartel tocando uno de los momentos más a corazón abierto de la propuesta.

El cansancio que atraviesa

Leí hace poco en una de estas redes sociales que nos intenta inculcar frases positivas como mandamientos de modernas que “la felicidad consiste en la repetición frecuente del placer”, (firmada por Schopenhauer, ¿por qué no?). Y pienso, ¿qué placer; el bueno o el malo? ¿Qué se nos da bien repetir? A mí, ir al teatro. Pero oigo varias veces en escena: “Qué cansada estoy. Quiero irme de aquí, por favor”. Pero no, hay que aguantar, porque hay que actuar lo que pone en el texto, lo que él escribió, lo que se espera de una, lo que hemos venido a hacer. Una actitud que no suena a derrota, porque pareciera que con ella se perdería todo lo hecho hasta el momento, pero que sostiene una petición que ahonda cada vez más en la profesión. Y no es la única. Yo también estoy cansada, Ángela. Estoy agotada de generar estos textos y preguntarme a dónde llega lo que hago, de qué sirve o cuánto durará. Cansada de que, si el teatro nos va a salvar, juraría que está tardando ya. Marta García Miranda está cansada de ser la única que rema y se moja y pregunta y se enfanga mientras le decimos valiente y un señor de vanguardia le copia el trabajo como si nada. Mi compañera de piso está exhausta de que su trabajo como actriz tenga que llevar un plus de dependienta en una joyería porque la precariedad es la sombra más fiel en su oficio. Que llegue el fundido a negro. Ya. Hay que actuar.

Amanda H C

Teatro del Barrio

Ángela Boix

Fernanda Orazi

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