Uno nunca se imagina un médico que no está sano. O un profesor que no sabe. Así, los publicistas o marketeros habremos hecho cientos o miles de estrategias y campañas para todo tipo de marcas o productos. ¿Y cuando se trata de nosotros? ¿lo hacemos igual? ¿tenemos un plan de marketing de nosotros? Apostaría a que la mayoría no.
Hablemos claro, el mundo del marketing y la publicidad es un escaparate enorme donde cada uno de nosotros, guste o no, terminamos exhibiendo nuestra marca personal. Pero,¿qué define realmente al marketing personal? En esencia, somos nosotros mismos, sí, pero junto a un conjunto de estrategias implementadas para vender esa versión particular de nosotros al mundo. Nosotros somos el producto, esa es la marca personal. Y como en otras categorías: comunicará, así tú no quieras comunicar. Hablará sola. El marketing personal, a diferencia de la marca, son los esfuerzos aplicados a la marca personal. Ahora bien, ¿nos encontramos ante un mal necesario o ante una frenética moda?
Desde mi perspectiva, hay un debate bastante dividido. Por un lado, quienes piensan que el talento puro no necesita adornos y que los verdaderamente buenos en lo que hacen nunca han necesitado de este artificio para resaltar. En cierto modo llevan razón: existen formas tanto complejas como sencillas de cimentar una buena marca personal, como pueden ser hacer bien tu trabajo, mostrar un trato amable hacia los demás, acumular experiencia en distintos campos, adaptarte a los cambios, ser un buen líder, actuar siempre con ética y coherencia con los valores personales, un largo etcétera.
Por otro lado, tenemos el caso de aquellos que quizás no deslumbran tanto en su área, pero que a través de un astuto marketing personal logran posicionarse favorablemente, al menos por un tiempo. Pero, qué ocurre entonces? La marca personal acaba hablando por sí sola, relegando a un segundo plano cualquier estrategia de marketing por muy ingeniosa que sea.
Me gusta pensar en ello como en los caminos que elegimos día a día: pagar en efectivo o con el móvil, leer un libro físico o descargar un e-book, comprar productos bio o acudir al supermercado más cercano. Al final, lo que importa son nuestras preferencias y la responsabilidad con la que tomamos esas decisiones. Nada está bien, nada está mal.
Los intentos por mejorar nuestro CV, acumular títulos, optimizar nuestro perfil de LinkedIn, gestionar nuestras redes sociales, un buen manejo de relaciones públicas, o hasta crear un canal de YouTube (sin morir en el intento), difícilmente lograrán construir aquello que no resida ya en los pilares de nuestra marca personal. Esos atributos centrales con los que algunos cuantos coincidirían si se refieren a nosotros como profesionales. Podrán reforzarla, difundirla, incluso comercializarla mejor, pero al final del día, será el «consumidor final» quien emita el veredicto definitivo.
No creáis que os digo esto porque soy experta en marketing personal y ahora os vengo a vender la moto. Al contrario, he tenido la suerte de no necesitarlo. No obstante, en numerosas ocasiones, me he visto aconsejando a clientes sobre cómo potenciar sus marcas personales. Y no es que esté intentando venderles humo, es que estamos analizando casos y detectando áreas donde realmente pueden mejorar. Y todo esto, ¿por qué? Porque vivimos en tiempos en los que es posible. La digitalización ha contribuido a que contemos con canales que lo hacen posible y asequible sin necesitar el presupuesto de marketing de Coca Cola.
Es como cuando mi padre, a sus 68 años, visita al médico y este le dice que deje de comer pastas y tomar refrescos. Se trata, en última instancia, de una cuestión de responsabilidad profesional. Y está claro que, si estás enfermo terminal o ya pasaste a mejor vida, no habría nada que decir para mantenerte saludable. Así, el marketing personal puede mejorar lo que unas bases sólidas tienen. Desde mi punto de vista, no va a construir nada bueno sin cimientos. Y si lo hace, se caerá pronto.
«Crea fama y échate a la cama», dice el refrán. Y aunque esta filosofía pueda funcionar a corto plazo, lo cierto es que, en un mundo saturado de información y con consumidores cada vez más exigentes y perspicaces, la sustancia es lo que verdaderamente termina prevaleciendo sobre la forma.
Mi intención no va de convencer por ninguna de las posiciones. Realmente quisiera que reflexionemos y decidamos. Y para seguir con los refranes… “Digas lo que digas, eres lo que haces”. Si vas a comunicar, es indispensable cuidar que sea legítimo. Vivimos en tiempos de competir por la atención de audiencias. Las marcas y las personas estamos creando contenido todo el tiempo, en todas partes. Busca que agregue valor. Y, en cualquier caso, céntrate en lo que haces y asegúrate de que se alinee con lo que los demás perciben.
En definitiva, el marketing personal es una herramienta poderosa, pero su efecto y necesidad varían según cada contexto y persona. La clave está en usarla sabiamente, sin perder de vista que, al fin y al cabo, lo que más resalta es la autenticidad y la coherencia de nuestra marca personal. Es un camino de dos vías, donde lo que damos es tan importante como lo que pretendemos recibir. Mi consejo final sería que, transites o no por el camino del marketing personal, lo más importante es tu marca. El valor de marca es el activo más valioso de una compañía. Cuídala y verás el beneficio.
Dicho esto, ¿lanzarás tu canal de YouTube? 🙂
Lorena Bodero
Directora de Blueprint