Desde hace unos años, es común que cuando nuestros gobernantes quieren distraernos de algo más importante, impostan la voz y luego, muy dignos o dignas, anuncian un nuevo impuesto a… Y pongan aquí ustedes el nombre del villano que quieran. A las eléctricas, a la banca, a los ricos, o mejor todavía, al “lujo” o a los “beneficios extraordinarios” (defíname extraordinarios), etc…
Se trata de vincular en el imaginario colectivo el impuesto a la envidia que, por desgracia, anida en parte de nuestra sociedad (española y navarra). De hacer ver a esa parte de la sociedad que ellos, los promotores de los impuestos, van a actuar como una especie de “Robin Hood” salvador. Y claro, así, como somos unos gestores excelentes, solucionaremos el desastre, por ejemplo, de la sanidad pública, o del acceso a la vivienda, o… Hay que reconocer creatividad a la factoría de nombres asociados a estos impuestos, no así a los argumentarios que supongo, circulan por whatsapp cada lunes entre los abnegados defensores de cada uno de estos engendros. “¡Hoy toca el impuesto al lujo!”. Y el portavoz de turno se lee en diagonal el argumentario, engola la voz para darse importancia, habla de los “yates”, de los “poderosos” , de “las grandes corporaciones” “ y liquida la comparecencia ante la prensa.
No intenten preguntar por detalles, tipos impositivos, cifras contrastadas, proyecciones, estudios o consecuencias. A él o a ella le han mandado un argumentario que ha leído de manera disciplinada. Se trata de intentar conseguir un minuto de radio o televisión y ganarse el sueldo. Todo esto, además de representar al populismo más zafio, resulta peligroso. Primero porque transmite la idea de que esos colectivos no pagan ya impuestos, cuando en realidad los pagan, y muchos. Y segundo, esos impuestos tienen consecuencias y muy graves.
Tienen consecuencias porque esos impuestos acaban siendo pagados, de una manera u otra, por el contribuyente. Por la clase media o el sufrido autónomo que ve cómo sube la factura de la luz por un nuevo impuesto. Por quienes ven que el “impuesto a la banca” (imbatible villano) supondrá la concesión durante los próximos años, de 250.000 hipotecas menos (no a los “ricos” que no necesitan hipotecas, sino a la clase media), según el propio estudio de la AEB.
Tienen consecuencias porque si las industrias energéticas no pueden competir -y un impuesto las hace mucho menos competitivas- acabarán cerrando instalaciones ante la imposibilidad de competir con productos de Asia y Estados Unidos, como denunciaba recientemente Josu Jon Imaz en un brillante artículo (Industria o populismo). Y tienen consecuencias porque si aplican, como han anunciado, un impuesto a los “seguros de salud privados”, otra cabeza de turco excelente, lo que harán será lanzar a varios de los 13 millones de usuarios de estos seguros a la ya colapsada sanidad pública. Un plan sin fisuras.
Así que, por favor, no innoven en nombres de impuestos ni en nuevas figuras impositivas. Y si los ponen, tengan valentía y digan que son impuestos que pagan los contribuyentes. Por lo demás, gestionen bien, de manera eficiente (metan la tijera en la administración) y quiten peso de las espaldas de autónomos, ciudadanos y empresas.
Álvaro Bañón Irujo Economista y miembro de Institución Futuro