“No hay mejor medida de lo que una persona es
que lo que hace cuando tiene completa libertad de elegir.”
William Bulger (n.1934)
Nos hallamos en los días finales del último mes del año. Una fecha que, de por sí, resalta notablemente y en la que resulta lógico hacer cuentas acerca de nuestra felicidad, la realización personal o el crecimiento en las diversas facetas de la vida. Y no está de más incluir cómo hemos amado, cómo nos hemos sentido amados o si hemos mejorado el deseo y ejercicio del amar.
También entra en estas cuentas cómo ha ido el negocio de nuestro vivir en libertad y sus consecuencias. Y en este sentido resultará muy conveniente y provechoso, aunque nos cueste a veces llevarlo a cabo, ver el saldo y las razones que lo condicionan. Es un buen momento que hemos de iniciar recordando nuestros cimientos personales, la base misma de nuestra propia libertad y así llevar a cabo el balance al que venimos haciendo referencia.
La persona que cada uno es no tiene precio, está muy por encima de nosotros, justo porque no es intercambiable. O, en términos positivos, porque es única, incomparable e insustituible. Y lo es no de manera coyuntural, como ocurriría con un antiguo objeto del que solo queda un ejemplar porque los demás se perdieron o, precisamente ─para incrementar su valor-precio─ solo se realizó una pieza aunque nada impedía que se hubieran hecho muchas más, sino constitutiva e irrenunciablemente por su propia índole o condición de persona.
En otras palabras, mientras las demás realidades que pueblan la tierra son tan sólo un pasajero disponerse de la materia, una especie de préstamo ecológico, cada varón o mujer ─justo por ser persona─ aporta al universo un valor que nada ni nadie puede ofrecer en su lugar. Nadie, ni siquiera la persona aparentemente más autodegradada o envilecida, puede sustituirse por otra, ni por la suma de todas las que existen, han existido o existirán. Y así somos personalmente. Dotados de un atributo tan valioso y elevado como es la libertad que se acompaña de un requisito ineludible: el despliegue adecuado de la inteligencia, sin la que la voluntad obraría a ciegas, en el vacío. En palabras de Agustín de Hipona la libertad sería la facultad o potencia de la inteligencia y la voluntad, el poder de nuestros poderes superiores.
Nuestra libertad crece y madura con el tiempo y su ejercicio. Se asienta en el bien, en la proporción correspondiente conforme se trate de un bien más elevado. ¿Hemos pensado cómo y cuánto ha crecido ─y hemos disfrutado de ella─ nuestra libertad en este año que termina? ¿Contamos con que la libertad no es algo estático que se posee y basta, sino que como energía está llamada a crecer? Seamos conscientes de que podríamos caer en el engaño y echar la culpa de la falta de libertad personal que apreciamos a las circunstancias que nos rodean. Pero ¡ojo!, que la razón pudiera estar en nuestro interior.
Quizás deberíamos plantearnos, en algún caso, que la libertad es una ganancia porque, gracias a ella completamos la distancia que media entre nuestro ser actual y nuestro deber ser (o plenitud de perfección); o, con otras palabras, porque a través de nuestras elecciones y acciones libres mejoramos y, como consecuencia, somos más felices. Buena jugada, sin duda, pero siempre contemplando la tarea con claridad y sinceridad. Es fuente de ánimo entender la libertad como capacidad de autoconducirnos hasta nuestra propia perfección. Crece el afán de lucha al considerar que la libertad bien vivida nos lleva a ser mejores personas, más cabales y cumplidas.
Un cauce de abundante fruto en el ejercicio de nuestra libertad es la aceptación, y de modo especial cuando toca afrontar una realidad imprevista y no apetecible, imposible de evitar o rechazar. Para nuestra desgracia no es raro que esto suceda en las circunstancias que toca vivir cotidianamente.
De hecho, es la propia vida en su discurrir la que cuestiona a la persona, quien no busca preguntas, sino que las recibe y responde responsabilizándose de las soluciones. Afrontemos, pues, recomenzar el ejercicio del Nuevo año con sencillez, sinceridad y optimismo, confiando en la asesoría competente ─para quien quiera y sepa entenderla─ de la Divina Providencia, que es gratis y para todos. Así que ya saben, disfruten libremente de un muy ¡feliz año nuevo!
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra