Recientemente, salía en la prensa cómo nuestro ínclito presidente aprovechaba un acto en el Museo del Ferrocarril para criticar “la ideología neoliberal”. Precisamente en un museo sobre el ferrocarril, impulsado en nuestro país, entre otros, por el Marqués de Salamanca, cuyas labores de financiación -y especulación- fueron determinantes para el desarrollo en España de ese medio de transporte. “Se miró a otro lado, se desreguló, se frenó la construcción de viviendas públicas”, dicen que dijo el inimitable prócer.
Como si la sociedad civil, el libre mercado y la función empresarial desarrollada por propietarios libres no fuesen capaces de cubrir una necesidad como la de la vivienda. Ya a finales del XVIII algunos pensadores españoles eran conscientes del papel de esa sociedad civil y de los estorbos impuestos por la regulación y las decisiones políticas en la economía. Un ejemplo de ello fue Jovellanos, pensador asturiano al que deberían acudir nuestros políticos entre mitin y mitin.
Y es que Jovellanos, en 1795, escribió una obra, su famoso Informe de Ley Agraria, en la que trataba de concretar los principales males que aquejaban a la agricultura de finales del S. XVIII. Resulta llamativo que dividiese esos males -o “estorbos”, como él los llamaba- en tres grandes grupos: i) estorbos políticos o derivados de la legislación; b) estorbos morales o derivados de la opinión y c) estorbos físicos o derivados de la Naturaleza).
Resultaría muy fácil, creo, criticar los planteamientos de nuestro presidente, en relación con la vivienda, a partir de los argumentos que daba Jovellanos hace ya más de doscientos años, y explicar cómo la legislación y los políticos, a través de una sobrerregulación y falta de liberalización, entre otras cosas, del suelo, son precisamente el estorbo que impide que exista una mayor oferta de vivienda y más barata.
«Estorbos morales o derivados de la opinión»
En este artículo, sin embargo, siguiendo lo que apuntábamos en nuestro artículo de diciembre, queremos profundizar en la “función empresarial” y la importancia de la información, según la entienden los economistas de la Escuela Austríaca, relacionándolas precisamente con lo que decía el economista y pensador asturiano en su Informe, al hablar de los estorbos morales. Pero lo que decía Jovellanos a este respecto también debería interesar a nuestros políticos, y mejor nos iría a nosotros si lo hicieran.
Y es que, con el título de “estorbos morales o derivados de la opinión”, el prócer asturiano se estaba refiriendo a la poca importancia que en su sociedad, en general, y en el sector agrícola, en particular, se le daba a un tipo de conocimiento -el que él propugna- que, como pretendemos mostrar en el presente trabajo, tiene, en esencia, los mismas rasgos característicos que destacan, casi dos siglos después, los autores de la Escuela Austriaca al hablar del conocimiento propio de la función empresarial.
Pero incluyendo, además, algunos de los matices en los que, al hablar de “capital intelectual”, se centran los seguidores de esta otra perspectiva (conocida como “Enfoque del Capital Intelectual”), y apuntando también a algunas de las ideas a partir de las que centran sus análisis los seguidores de la “Teoría de la Elección Pública” (o “Public choice”), sobre todo en relación con la información y los incentivos y su importancia (en el artículo de Noviembre hicimos referencia, precisamente, al análisis que de los incentivos hace dicha Escuela, si bien no nos centramos tanto en la cuestión de la “información”).
Conocimiento y función empresarial desde la perspectiva de la Escuela Austriaca
Para los teóricos de la Escuela Austríaca, la idea de la Ciencia Económica parte de un estudio sistemático de la acción humana[1], en el que se buscan las “leyes” de la economía, un conocimiento que pueda indicarnos algo sobre los efectos que pueden esperarse de la aplicación de determinadas medidas o actuaciones.
Así, los problemas económicos (o “catalácticos”, en terminología de Mises) quedan enmarcados en una ciencia más general, de forma que la economía es una parte, si bien la más elaborada hasta ahora, de una ciencia más universal, la praxeología, o teoría general de la acción humana (Mises, Acción Humana, 1966)[2], que no consiste en una ciencia histórica, sino teórica y sistemática, cuyas enseñanzas son de orden puramente formal y general y que aspira a formular teorías que resulten válidas en cualquier caso en el que efectivamente concurran aquellas circunstancias implícitas en sus supuestos y restricciones, constituyendo obligado presupuesto para la aprensión intelectual de los sucesos históricos.
De ahí que, para autores como Mises: “sus afirmaciones y proposiciones no derivan del conocimiento experimental. Como los de la lógica y la matemática, son a priori. Su veracidad o falsedad no puede ser contrastada mediante el recurso a acontecimientos ni experiencias” (Mises, Acción Humana, 1966). Como consecuencia de todo lo anterior, la praxeología no puede ser elaborada ni por los métodos del positivismo lógico, ni del historicismo, del institucionalismo, ni por la historia económica, o por la estadística, ya que dichos métodos se ocupan siempre del pasado y, por tanto, no proporcionan, en palabras de Mises, conocimiento referente a una regularidad que se manifieste también en el futuro (Mises, Problemas Epistemológicos de Economía, 1933).[3]
En definitiva, la Economía, como parte de la ciencia de la acción humana, no es sino la encargada de elaborar una teoría en torno a la ejecución de operaciones de cambio, en las que los objetos que están a disposición de la acción se emplean de manera que, dadas las circunstancias, garanticen el máximo de bienestar, renunciándose a satisfacer necesidades menos apremiantes para satisfacer otras más urgentes (Mises, El Socialismo, 1922). Así, se entiende por empresario[4] al sujeto que actúa para modificar las circunstancias del presente y conseguir sus propios y personales objetivos o fines, a través de los medios escasos que subjetivamente considera más adecuados, de acuerdo con un plan y desarrollando su acción en el tiempo.
Pero para entender la naturaleza de dicha función empresarial es imprescindible tener presente el papel esencial que juega la información o conocimiento que posee el actor; una información que le sirve, en primer lugar, para percibir o darse cuenta de nuevos fines y medios, y que, por otra parte, modifica los esquemas mentales o de conocimiento que posee el propio sujeto.
De esta forma, si, como señala Hayek, el problema económico de la sociedad se concreta, principalmente, en la pronta adaptación a los cambios según las circunstancias particulares de tiempo y lugar -para poder alcanzar, cada vez, situaciones menos insatisfactoria para el individuo, de acuerdo con la evolución de sus fines y la distinta utilidad subjetiva que se les reconoce a los medios escasos disponibles-, las decisiones empresariales tendrán, en principio, más éxito si son ejecutadas por quienes están familiarizados con estas circunstancias, es decir, por quienes conocen de primera mano los cambios pertinentes y los recursos disponibles de inmediato para satisfacerlos (Hayek, El uso del conocimiento en la sociedad, 1945).
Vemos, por tanto, que se hace imprescindible un conocimiento subjetivo y práctico, centrado en las circunstancias subjetivas particulares de tiempo y espacio, y que verse, como decíamos, tanto sobre los fines que pretende el actor y que él cree que persiguen el resto de actores, como sobre los medios que el actor cree tener a su alcance para lograr los citados fines. Un conocimiento, por tanto, que no es teórico, sino práctico, y que, en consecuencia, es de carácter privativo y disperso[5], que no es algo “dado” que se encuentre disponible para todo el mundo, sino que se encuentra “diseminado” en la mente de todos y cada uno de los hombres y mujeres que actúan y que constituyen la humanidad (Huerta de Soto, 1992).
Se trata, por tanto, de un planteamiento radicalmente distinto al neoclásico[6]. Ello no obstante, tal y como señala Hayek, “es difícil que haya algo de lo que ocurre en el mundo que no influya en la decisión que debe tomar” el empresario; aun así, para llevar a cabo acciones empresariales no se necesita conocer todas las circunstancias y acontecimientos, ni tampoco todos sus efectos (Hayek, El uso del conocimiento en la sociedad, 1945)[7].
Por otra parte, y en una visión muy compatible con la perspectiva de la Escuela Austriaca que acabamos de explicar, nos encontramos con el Enfoque de Capital Intelectual, expuesto entre otros por Christian Stam (Stam, 2006), y que entiende el conocimiento como aquel recurso intangible, originado en el factor humano, que puede crear valor, siendo la manera de integrar el conocimiento tácito y privativo en la empresa uno de los aspectos fundamentales en los que se centra este enfoque. Así, el “capital intelectual” no es sino una “metáfora” que describe la importancia de los recursos intangibles y se refiere no sólo al conocimiento en sentido estricto, sino a las habilidades y capacidades humanas en sentido general.
Los estorbos morales, o derivados de la opinión, según Gaspar de Jovellanos
Tal y como resume Guillermo Carnero (Carnero, 1998), el Consejo de Castilla inició un Expediente de Ley Agraria en los años 60 del Siglo XVIII, pidiendo a los intendentes informes sobre la situación del agro en sus demarcaciones y sobre eventuales reformas. Se reunió así gran cantidad de información que fue remitida, en 1777, a la Real Sociedad Económica Matritense para su examen e informe por la sección de Agricultura.
El asunto –debido a su carácter técnico, a su envergadura política y a su enorme amplitud- fue objeto de una gestión lenta y poco ágil. En 1783 hubo de constituirse una comisión de Ley Agraria, formada por catorce miembros, uno de los cuales era Jovellanos. A petición de la misma se imprimió al año siguiente el Memorial ajustado que organizaba y refundía la documentación de 1977, con la finalidad de facilitar su manejo. En 1787, la Sociedad y la comisión delegaron en Jovellanos, que tardó otros siete años en concluir el Informe.
Así, en 1795 apareció, impreso por la Real Sociedad Económica Matritense, el “Informe de la Sociedad Económica[8] de esta Corte al Real y Supremo Consejo de Castilla en el Expediente de Ley Agraria, extendido por su individuo de número, El Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos, a nombre de la Junta encargada de su formación, y con arreglo a sus opiniones[9]” y que comienza con un resumen histórico de la evolución de la agricultura en nuestro país hasta su época, para repasar después, de manera esquemática, los males tradicionales de la agricultura española, vigentes aún en la época, dividiéndolos en tres clases de trabas u “obstáculos”: políticos, morales y físicos.
De los tres tipos de obstáculos, los que a nosotros nos interesan en éste momento son los obstáculos morales, que Jovellanos divide fundamentalmente en dos:
- La falta de conciencia de que la agricultura es la actividad económica primordial y de la que realmente depende la prosperidad de un país, rebatiendo la que él pensaba que era la idea predominante en su época, según la cual la prosperidad dependía de la industria, el comercio y la navegación[10]. Eso llevaba, según él, a una economía que dependía del extranjero para subsistir, con los avatares de las coyunturas políticas y los cambios político-comerciales y de hábitos de consumo de otros países.
- La falta de reconocimiento y consideración con que se trata a las ciencias[11] exactas, físicas, naturales y experimentales[12], especialmente las aplicables a la mejora de las técnicas de cultivo[13]. En opinión de Jovellanos, dicho cambio de mentalidad no se podía esperar de la Universidad española, anquilosada y escolástica[14], ni debía orientarse hacia las disquisiciones puramente teóricas, sino hacia aplicaciones prácticas y a personas directamente dedicadas y/o interesadas en la agricultura (propietarios y campesinos principalmente)[15]. Para ello recomendaba la creación, en ciudades y villas de importancia, de centros semejantes a su Instituto Asturiano de Gijón (y no a las Universidades de la época) en los que pudiesen formarse los propietarios[16], así como de una enseñanza primaria, para que los campesinos aprendan a “leer, escribir y contar”, a fin de que puedan “perfeccionar las facultades de su razón y de su alma” y percibir las sublimes verdades “sencillas y palpables de la física, que conducen a la perfección de sus artes”. Dentro de su plan, estaba utilizar al clero secular[17] para para aplicar sus planteamientos, dado que estaba ya diseminado y establecido en el medio rural, gozando de audiencia y credibilidad, y con un coste nulo para el Estado. No sólo eso. En opinión del patricio asturiano, tanto los propietarios como los campesinos y los párrocos debían disponer de publicaciones de fácil comprensión[18], elaboradas por las Sociedades de Amigos del País, que los formaran en técnicas de preparación de la tierra y siembra, así como en el uso de mejores y más modernos instrumentos de cultivo.
Conclusiones
Como se puede ver a partir del resumen que hemos hecho de la segunda parte del Informe, el planteamiento que Jovellanos desarrolla en la obra da una gran importancia al conocimiento, pero entendido en un sentido amplio, sin limitarlo a la mera información teórica, pero reconociéndole a la física, a las matemáticas y a las ciencias experimentales en general, su importancia; acentuando la necesidad de que se fije en la resolución de los problemas prácticos, pero sin olvidar los teóricos.
Reconociendo implícitamente que no es necesario que se conozcan todas las circunstancias, todos los acontecimientos, todos los efectos, aunque sí unos mínimos; un conocimiento dirigido a las personas directamente relacionadas con el sector en el que se va a aplicar y, por supuesto, siempre atento a las innovaciones y mejoras, permanentes y dispersas, que se van descubriendo (en otras zonas o por otras personas), a fin de poder incorporarlas inmediatamente al proceso productivo, en un proceso que se retroalimenta.
En definitiva, un conocimiento que tiene los mismos rasgos y las mismas características que destacan los autores de la Escuela Austriaca al hablar del conocimiento propio de la función empresarial, y que, si bien Jovellanos no lo refiere a la “empresa” como estructura creadora y aglutinadora, sí lo entiende como un “intangible” (estorbo “moral o de la opinión”, lo denomina él), que va más allá del mero conocimiento intelectual, en sentido estricto, y que incluye otras muchas habilidades del ser humano.
Un conocimiento, en definitiva, ignorado por la Escuela Neoclásica y por nuestro querido Presidente, para quien nada bueno parece que puede haber en el mundo si no es él o su gobierno quien lo fomenta.
Bibliografía
Carnero, G. (1998). Introducción. En G. Jovellanos, & Cátedra (Ed.), Informe sobre la Ley Agraria (1998 ed.). Real Sociedad Económica Matritense.
Carrera Pujal, J. (1945). Historia de la Economía Española (Vol. Tomo IV). Barcelona: Bosch.
Hayek, F. (1945). El uso del conocimiento en la sociedad. American Economic Review XXXV Nº 4.
Hayek, F. (s.f.). El Uso del conocimiento en la Sociedad.
Huerta de Soto, J. (1992). Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial. Madrid: Unión Editorial.
Jovellanos, G. (1795). Informe de Ley Agraria. Madrid: Sociedad Económica de Madrid.
Llombart, V. (2011). El pensamiento económico de Jovellanos y sus intérpretes. En d. L.-V. Fernández Sarasola, Jovellanos, el valor de la razón (1811-2011). (págs. 75-105). Gijón: Instituto Feijó de Estudios del Siglo XVIII.
Mises, L. (1912). La Teoría del Dinero y del Crédito (1997 ed.). Madrid: Unión Editorial.
Mises, L. (1922). El Socialismo (2000 ed.). (U. Editorial, Ed.)
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Sarrailh, J. (1954). La España ilustrada en la segunda mitad del Siglo XVIII (1979 ed.). (F. d. Económica, Ed.)
Stam, C. (2006). The Intellectual Capital Perspective. Sustainable Program on Intellectual Capital Education. Centre for Research in Intellectual Capital INHOLLAND University of Professional Education.
Vicens Vives, J. (1958). Historia Económica de España (1987 ed.). Barcelona: Editorial Vicens Vives.
Zanotti. (2003). Estudio Preliminar. En L. Mises, Teoría e Historia. Madrid: Unidad Editorial.
Zanotti, G. (2011). Conocimiento Versos información. Madrid: Unión Editorial.
Notas
[1]Los elementos constitutivos de la acción humana, imprescindibles para un correcto estudio de la misma, y que no son siempre tenidos en cuenta por otras Escuelas Económicas son: los objetivos perseguidos por el sujeto, el valor que se asigna a los mismos, los medios escasos disponibles –y la utilidad o apreciación subjetiva, también cambiante, que se les da a esos medios-, el plan de acción y el tiempo requerido por la acción.
[2] Págs. 3-4. El propio Mises señala, en la página 11 de la misma obra, que “en el estado actual del pensamiento económico y de los estudios políticos referentes a las cuestiones fundamentales de la organización social, ya no es posible considerar aisladamente el problema cataláctico propiamente dicho. Estos problemas no son más que un sector de la ciencia general de la acción humana, y como tal deben abordarse”.
[3] Para una crítica de la postur