Desde que era muy pequeña, la hermana Ana María Lizarrondo sintió en lo más profundo de su corazón el llamado de Jesús. Aunque no escuchó su voz de manera audible, pudo percibir con claridad su presencia y misericordia, algo que la fortaleció para tomar la decisión de dejar su hogar y su familia, a quienes estaba profundamente unida.
Como hermana hospitalaria, la vida de Ana María ha estado marcada por su entrega incondicional y su servicio a los más vulnerables. A lo largo de su misión, se ha dedicado especialmente a los niños que han quedado con secuelas de poliomielitis y a las personas que enfrentan problemas de salud mental. En cada uno de ellos, ha logrado ver reflejado el amor de Dios. “Aquí está Dios con ellos, fortaleciéndolos”, afirma con convicción, expresando cómo su fe se ha entrelazado con su trabajo diario.
Uno de los aspectos que la hna. Ana María destaca de su misión es la importancia del acompañamiento y la oración. Para ella, orar por los pacientes es una forma fundamental de brindar apoyo: “Nosotras oramos por ellos y les damos todo el cariño y lo que necesitan para que salgan adelante. Eso es una satisfacción grande como hospitalaria”. Su vocación no solo está en el cuidado físico, sino en ser presencia de consuelo y esperanza a través de la oración y el amor.
El testimonio de la hna. Ana María nos recuerda que la hospitalidad no es solo un acto de cuidado, sino un verdadero llamado a amar, sostener y ser presencia de Dios en la vida de quienes más lo necesitan. En cada acción, en cada oración, se hace presente el amor que supera barreras y que sana tanto el cuerpo como el alma.
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