8M: feminismo como resistencia y esperanza - Alianza por la Solidaridad: Un mundo más justo y sostenible

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Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, llega en un contexto global marcado por la intensificación de conflictos, el auge de la extrema derecha y el endurecimiento de políticas que restringen los derechos humanos. Las calles se llenarán de voces que claman por igualdad, justicia y dignidad, pero en un mundo cada vez más militarizado, estas demandas se encuentran con muros que no dejan de elevarse y afilar sus aristas en un entorno donde las prioridades políticas y económicas muchas veces las silencian. 

8M, manifestarse hoy: ¿un derecho o un riesgo?

En los últimos años, las manifestaciones del 8M han sido restringidas en distintos lugares del mundo. Gobiernos que antes se proclamaban defensores de los derechos de las mujeres han adoptado posturas retrógradas o contradictorias, combinando discursos de igualdad con medidas que limitan la participación y el activismo feminista. Desde América Latina hasta Europa, pasando por el sur global, la criminalización de la protesta feminista ha ido en aumento. El feminismo debe construir desde las resistencias y esperanza para un mundo en crisis. 

Guerra y desplazamiento: el cuerpo de las mujeres como campo de batalla

A medida que los conflictos globales se intensifican, las mujeres y niñas se convierten en objetivos estratégicos en contextos de guerra. Desde Gaza hasta Sudán, pasando por Ucrania y Afganistán, la violencia sexual sigue siendo utilizada como táctica de guerra, y las mujeres desplazadas enfrentan una creciente vulnerabilidad en medio de crisis humanitarias cada vez más desatendidas.

Las potencias internacionales, que cada año emiten comunicados sobre la importancia de la igualdad de género, han mantenido políticas de cooperación y defensa que, en algunos casos, han sostenido estructuras que perpetúan la violencia de género en estos conflictos.

Mientras se conmemora el 8 de marzo, miles de mujeres en territorios afectados por la guerra luchan no solo por sobrevivir, sino por recuperar la autonomía sobre sus cuerpos y vidas.

El militarismo no solo refuerza estructuras patriarcales, sino que también desvía recursos esenciales que podrían destinarse a políticas de bienestar, equidad y justicia social. Sin un compromiso con la reducción del gasto militar y la promoción de alternativas de paz, las mujeres seguirán siendo víctimas de sistemas que priorizan la guerra sobre la vida. La militarización de la seguridad sigue siendo promovida como una respuesta a la violencia, pero en realidad agrava la crisis y refuerza la desigualdad.

Crisis climática, extractivismo y militarización: la trampa invisible

El cambio climático sigue siendo uno de los factores más devastadores para las mujeres en el sur global, pero su impacto continúa siendo minimizado en las agendas políticas dominantes. En África, Asia y América Latina, las mujeres lideran la resistencia contra megaproyectos extractivistas que amenazan sus territorios y formas de vida, enfrentando asesinatos, criminalización y persecución.

El vínculo entre militarización y crisis climática es innegable. Los ejércitos son responsables de un alto porcentaje de emisiones de carbono, mientras que la explotación de recursos naturales para sostener la industria armamentística sigue destruyendo ecosistemas y comunidades. El gasto militar refuerza un modelo de desarrollo que prioriza la acumulación de poder sobre la sostenibilidad, dejando a las comunidades más vulnerables expuestas a mayores riesgos.

Las conferencias internacionales sobre clima siguen dominadas por discursos vacíos y compromisos incumplidos, mientras las mujeres indígenas y campesinas son desalojadas de sus tierras para dar paso a industrias que destruyen ecosistemas en nombre del «desarrollo sostenible». 

El feminismo no puede ignorar la intersección entre justicia climática y justicia de género: la lucha por la tierra es también una lucha feminista.

El feminismo como resistencia y esperanza

Frente a este panorama de crisis global, el movimiento feminista tiene la oportunidad de fortalecerse y construir alianzas para un cambio estructural. En un contexto de múltiples crisis, es más importante que nunca defender los derechos conquistados y mirar hacia el futuro con determinación. Somos muchas más las que creemos que el mundo puede ser un lugar más justo y equitativo para todas.

En 2025, el 8 de marzo debe ser un recordatorio de que la lucha feminista no puede reducirse a demandas dentro de un sistema que excluye, explota y margina. No basta con más mujeres en el poder si las políticas que sostienen siguen reproduciendo desigualdades.

No basta con discursos de igualdad en foros internacionales si al mismo tiempo se firman acuerdos comerciales que precarizan comunidades enteras. No basta con decir «Ni una menos» si las políticas migratorias continúan dejando a millones de personas en situaciones de extrema vulnerabilidad.

Sin embargo, a pesar de los desafíos, la historia del feminismo nos enseña que el cambio es posible cuando las personas se organizan, resisten y actúan juntas. Este 8 de marzo, las calles volverán a llenarse de voces que gritan por justicia.

La pregunta es: ¿nos escucharán o permitiremos que el ruido las silencie?

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