Vivimos en una era marcada por la inmediatez: las agendas llenas, las notificaciones constantes, la presión por ser productivos a todas horas. Todo ello nos lleva a un ritmo de vida que rara vez deja espacio para prestar atención a los espacios comunes, a fijarnos en cómo se hacen las cosas, a empatizar y valorar lo que nos hace únicos. En esta carrera frenética, hemos aprendido a medir el éxito en función de cuánto hacemos, cuántos compromisos cumplimos o cuántos objetivos alcanzamos en el menor tiempo posible. Sin embargo, en esa prisa constante, ¿no os da la sensación de que nos estamos dejando atrás lo más valioso? La creatividad que nace de la contemplación, la capacidad de asombrarnos e inspirarnos con los detalles más sencillos…
La necesidad de hacer más en menos tiempo nos ha desconectado de lo auténtico, porque hay cosas que puede que no sean rentables a corto plazo, pero que sí marcan la calidad y valor de lo que hacemos, que dicen quiénes somos y nos dan un lugar en el mundo.
No es casualidad que las ideas más innovadoras nazcan en espacios de calma. En la paciencia de la artesanía, en el saludo amable entre vecinas o en ese tropiezo con una persona que nos mira con cercanía y empatía y te regala un momento de paz en medio de la tormenta. La autenticidad no se encuentra en la velocidad, sino en la capacidad de detenernos y apreciar lo que nos rodea.
De este pensamiento nace este mini-corto, dónde hemos querido plasmar la potencia creativa e inspiradora de ese tropiezo con lo auténtico, con lo artesano, con el sabor a verdad.
¡Qué aproveche!
