El Teatro Marquina se ha convertido, hasta el próximo cuatro de mayo, en una personificación viviente del cuerpo, la mente y el alma de Chavela Vargas. Desde sus últimos momentos vitales, la dama del poncho rojo, narra sus recuerdos y se despide para dar paso a su leyenda.
Chavela (la última chamana) es una propuesta escénica y musical creada por Carolina Román, que cuenta la historia vital de esta famosa y universal artista desde un punto de vista bastante novedoso. Así, una Chavela anciana rememora sus recuerdos y, a la vez que escuchamos sus canciones más icónicas como La Llorona o Macorina, descubrimos su infancia y juventud hasta sus grandes logros en la música. Sin olvidar la presencia de amistades verdaderas y grandes amores, véase el caso de José Alfredo Jiménez y Frida, avanzamos en una vida llena de fantasmas que muestra las dos caras de la moneda. De un lado, la fragilidad y el sufrimiento, y, por otro, el éxito de una figura inmortal en el mundo del arte.
Este es un trabajo que añade una nueva arista a una Chavela que se reinventa una y otra vez, como hizo con Pedro Almodóvar en su icónica filmografía. Nada, ni después de muerta, se le resiste a una mujer empoderada que, a veces, flaquea hasta que recuerda que ha sido y será la última chamana.
Todo ello completado con música en escena (de hecho se empieza con ella la obra), unido a trabajos digitales que se trasmiten al público mediante proyecciones. Esta parte, denominada videoescena, ha sido desarrollada por Ezequiel Romero y, si bien queda muy vistoso en algunos momentos, siempre se plantea la duda si estos recursos son necesarios en teatro. Quizá, las notas bien ejecutadas y la buena interpretación son suficientes en una obra de diez, sin ser necesario todo este envoltorio.
El peso de este proyecto se encuentra en un trabajo musical en directo con Alejandro Pelayo (Marlango) y actoral femenino sobre las tablas. Estas son las siguientes: Luisa Gavasa, Rozalén, Nita, Paula Iwasaki, Raquel Varela y Laura Porras. De ellas, destacan Gavasa e Iwasaki. De gran trayectoria a sus espaldas, son dos monstruos escénicos que se comen el escenario en cada momento en el que aparecen. Una en el papel de la joven Chavela y otra en el de la anciana; captan y transmiten todo a la perfección. Escenas como la bajada a los infiernos desde una bañera del personaje son los perfectos ejemplos de los que digo.
El resto de compañeras están correctas en este trabajo. El caso de Rozalén plantea una cuestión diferente. Me refiero a que las canciones, como siempre hace, se interpretan de manera magistral. Pero el problema viene cuando su aportación no va mucho más allá en el ámbito de la interpretación. Es una pena que no tenga más papel en este sentido para ver sus dotes interpretativas. Otra vez será.
En cuanto a los aspectos técnicos, sin entrar en las proyecciones ya citadas, destaca el diseño de vestuario. Realizado por Elda Noriega, roza la excelencia en piezas como el traje que luce una Frida de carne y hueso que recuerda mucho a su obra pictórica.
Chavela (la última chamana) es una pieza musical y biográfica original que encantará a cualquier seguidor y seguidora de la artista.
María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano vuelve a casa después de una larga gira, la última. Su amiga “La Pelona” viene a buscarla dentro de tres días y Chavela oscila entre el filo de este y el otro mundo. De vez en cuando olvida quién es, pero un hilo rojo la lleva lejos; a esos lugares en “donde amó la vida”, a un limbo de recuerdos que la visitan antes de la partida. Allí, una anciana espera a la muerte, una niña herida manda dentro de una mujer y un Mito se hace eterno. Los personajes aparecen y se desvanecen en una puesta escénica dotada de un realismo mágico. Cada noche, canalizaremos a “el Mito” que nos cantará y llevará a ese mundo onírico. Chavela nos enseñará a mirarnos en su espejo libre y rotundo, viviendo, muriendo y haciéndose eterna. Por eso Chavela Vargas es mucho más que todo eso. Chavela somos todos y todos somos Chavela.
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