La zarzuela hunde sus raíces en el barroco español, corriente artística que comprendió, como pocas, la importancia de la cultura popular y la identidad del pueblo español desde su propia diversidad sin soltar de la mano el lenguaje de la memoria, su significado en cada persona. Al fin y al cabo, sus principales autores manejaron un equilibrio preciso y potente entre el camino recorrido, entonces, por el pueblo español y su contexto más inmediato.
Desde entonces, el género se ha visto influido por multitud de corrientes artísticas europeas y nacionales, convirtiéndose, así, en un género que camina entre lo musical y lo escénico capaz de acoger temas universales sobre los que hemos ido construyendo nuestra cultura y, por lo tanto, nuestra memoria. Pocos movimientos artísticos son tan valiosos para nuestra historia como el de la zarzuela por lo que tiene de fortaleza de tradición y costumbres, de ceremonia en torno al ejercicio de la memoria a través de sus puestas en escenas. Todos podemos reconocernos en ella y la zarzuela en nosotros.
Con la puesta en marcha de esta primera edición del Ciclo ‘La Zarzuela que hay en mí’ se quiere potenciar los procesos de identificación de la sociedad con este fenómeno cultural, poner en marcha mecanismos más contemporáneos que permitan que la sociedad se vea reflejada en un género que nos define como ningún otro a través del arraigo, de la memoria, de la cultura popular. Encontrar en lo cotidiano, elementos intrínsecos de la zarzuela. Analizar las respuestas a dos cuestiones que son claves: ¿por qué se ha vuelto tan poco seductor para el público y para los artistas? ¿Por qué no ofrece el suficiente atractivo para que tengamos un mayor apego y mejor conocimiento?
Lunes, 19 de mayo
Intervienen: Cristina Consuegra, Marta Sanz y Remedios Zafra.
En la sesión inaugural queremos sentar las bases que nos permitan potenciar los procesos de identificación de la sociedad con este fenómeno cultural, poner en marcha mecanismos más contemporáneos que permitan que la sociedad se vea reflejada en un género que nos define como ningún otro a través del arraigo, de la memoria, de la cultura popular. Encontrar en lo cotidiano, elementos intrínsecos de la zarzuela.
Para ello, en este primer diálogo, se indagará en los valores universales del género y se mostrará el singular capital simbólico de la zarzuela, que no es otra cosa que reconocer su popularidad y transversalidad a través de todo lo que guardamos en nosotros y nosotras vinculado a este género. Tomando de partida la tercera época de la Zarzuela, la más contemporánea, iremos reflexionando sobre las características de este periodo y las iremos vinculando a elementos que definen nuestras vidas cotidianas.
Lunes, 26 de mayo
Filosofía política de la zarzuela: La invención del «pueblo». Con Félix Duque, José Carlos Ruiz y Valerio Rocco Lozano.
En una época de preocupante aumento de nacionalismos excluyentes, de políticas identitarias que miran con nostalgia a un pasado soñado por desconocido, ¿qué implica volver la mirada a la zarzuela desde la filosofía política y la filosofía de la historia?
La zarzuela moderna española (tras la proliferación italianizante de obras del barroco tardío) es una consecuencia del ideal romántico de la «primavera de los pueblos»: una secuela valiosa en el plano artístico y que funciona ora como sucedáneo de un Poder nacional-popular inexistente, ora como sedante ideológico y opiáceo; pero que, en cambio, es inane en el ámbito geopolítico de la Europa de los grandes Imperios coloniales, en los que la vieja España neofeudal nada tiene ya que hacer.
Por eso, entre la maniobra de distracción y la «aleccionadora» invención de una nacionalidad anacrónica, la zarzuela se mueve en un juego de argucias y retrocesos: entre la coyunda de la incipiente burguesía comercial, la alianza de terratenientes y espadones y el rumor latente e inquietante de las clases bajas. Una tormenta que declara (que quiere y a la vez teme) la inminencia de una revolución, aplastada ya en germen por nuestra guerra «incivil».
Ahora bien, en esa invención del Pueblo como genitivo objetivo y subjetivo, sus dos sentidos acaban coincidiendo en un punto literalmente capital: en erigir a la ciudad de Madrid como verdadero (¿y único?) centro no sólo político, sino cultural de España, reduciendo el resto a provincias, integradas éstas en comarcas literalmente «pueblerinas». Se intenta así avivar un folklore propio del pueblo, o lo que es lo mismo, de los pueblos rurales, con su rudeza, su campechanía y su bonhomía ancestrales, pero siempre que las zarzuelas exalten la patria chica como vivero de la Patria grande, predispuesta aquella desde siempre al homenaje y al sacrificio, así como al mantenimiento y propagación de las costumbres y de la moralidad de la «gente honesta».
Ahora bien, si esto fuera representado en toda su crudeza precisamente ahora (y debería serlo), serviría, por contraposición, como revulsivo para poner en evidencia la inserción de España en una Unión Europea atormentada en su preocupante indecisión hamletiana, la de un mundo que dice desear la revolución verde (trasunto democrático de la exaltación rural zarzuelística) y la revolución de la comunicación tecnológica (trasunto económico-científico de la soñada y temida cuestión social, latente en nuestro género, y especialmente en el género chico y en el teatro por horas).
En todo caso, tanto durante la Dictadura de Franco, gracias al empeño de algunos humildes teatros madrileños como el Proyecciones o el Maravillas, como en la actualidad, con el Teatro de la Zarzuela dedicado sobre todo a este su género por antonomasia, es un hecho que la zarzuela está experimentando un auge notable, y ello a pesar de su situación desventajosa frente al musical norteamericano o la ópera tradicional, la cual intenta, por su parte, aliviar o maquillar su decadencia a base de modificar y hasta tergiversar no sólo los libretos originales, sino también recortando o añadiendo ad libitum fragmentos musicales.
Pero justamente esa extravagante política de aggiornamento forzado en la ópera actual puede hacer que una zarzuela fiel a sus orígenes, y con un nivel artístico digno y una escenografía que huya de aspavientos y de intentos de “pesca milagrosa” de no se sabe bien qué «juventud», ayude poderosamente a la expansión de un género que, como supuestamente se dice en el Tenorio, pueda exclamar, no sin orgullo: «Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud».