Adela Cortina, Premio Maga de Magas a la mejor ensayista por su filosofía audaz y compromiso ético - Étnor

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La filósofa valenciana y autora de obras como ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial? es una de las pensadoras más influyentes de nuestro tiempo.

Sabia, libre y audaz, Adela Cortina (Valencia, 1947) es una de las grandes pensadoras de la cultura española de nuestro tiempo y Premio Maga de Magas 2025 a la mejor ensayista, que se entregará el próximo 12 de junio en el espacio Abante de Madrid. Catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y Doctora Honoris Causa por ocho facultades nacionales y extranjeras, fue la primera mujer que ingresó como miembro en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas desde su fundación en 1857.

También cuenta, entre otros galardones, con el Premio Jovellanos en 2007 y el Premio Nacional de Ensayo. Sus méritos son incuestionables. Lejos de la pedantería, el sectarismo, el postureo o la vacuidad de tantos intelectuales, ha demostrado a lo largo de su trayectoria una inagotable curiosidad, la misma que reclamaba Ortega y Gasset cuando aseguraba que «sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender».

Desde ese asombro y reflexión, Cortina ha arrojado en su trabajo docente y en una treintena de ensayos como el galardonado ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial? (Paidós) una mirada lúcida e implacable, rigurosa y sutil, sobre los desafíos de una sociedad cada vez más compleja, oscura e inestable.

Sus análisis originales, clarificadores y deslumbrantes demuestran hasta qué punto esta doctrina es un saber «audaz y a la vez modesto». Audaz porque intenta abordar las grandes cuestiones que han acompañado desde tiempos inmemoriales a la humanidad. Y modesto, porque sabe que nunca va a poder responderlas satisfactoriamente. «Y, sin embargo, debemos seguir aspirando a ello», suele afirmar.

Convencida, pues, de que la filosofía es una necesidad aún más perentoria en estos tiempos marcados por la celeridad, la fragmentación y la superficialidad, nuestra Maga de Magas ha defendido a lo largo de su impecable trayectoria que toda sociedad que quiera construirse de forma razonable debe recurrir a ella para saber cuáles son sus fundamentos y hacia dónde se encamina.

Sigue siendo, un saber imprescindible para nuestro tiempo, porque necesitamos replantearnos los avances tecnológicos ahora que estamos supuestamente mejor informados que nunca, pero somos más vulnerables a la desinformación. De ahí también los intentos de minusvalorar su importancia en las últimas reformas de los planes de estudios. Porque un mundo que carece de instrumentos sólidos para interpretar y cuestionar la realidad resulta más fácilmente manipulable, más dócil y sumiso.

Partiendo, pues, desde esa certeza primera de que se debe repensar la realidad para bienvivir, surge la necesidad de la ética. La autora decidió consagrarse a ella durante la Transición. Explica que, en aquellos años inseguros, algunos filósofos «nos preocupamos pensando en si podría haber una común a todos los españoles. Pensamos que era importante una ética cívica, una ética de los ciudadanos. Empecé a dedicarme a este tema por eso, porque era muy importante que una sociedad pluralista como la nuestra compartiera unos elementos que nos unieran a todos. Creíamos y aún lo hacemos que un país no se puede construir sin ellos».

La primera consecuencia fue que su grupo de trabajo se dedicó no solo a la fundamentación, sino a la aplicación de la ética en las distintas esferas de la vida social. De ahí que las primeras éticas aplicadas fuesen la económica y empresarial, la bioética, la del desarrollo humano… Y no han dejado de crecer en estas cuatro décadas hasta alcanzar a la política, la de los medios de comunicación, la de la educación, la de las profesiones… Por eso, el suyo ha sido un trabajo fundamental.

Con todo, lo que acentúa la importancia de su labor intelectual no radica solo en algunos de los temas, plenos de actualidad y relevancia, que ha elegido como objeto de estudio (la ética aplicada, la emergencia migratoria, la justicia, la dignidad). Tampoco en su manera de investigar la realidad, ni en la profundidad de sus reflexiones.

Lo mejor es su autoexigencia de claridad, su afán de enseñar a interpretar la realidad con la sencillez como imperativo esencial. Cortina es una maestra del difícil arte de simplificar lo abstruso, huyendo de sofisticadas elaboraciones teóricas solo accesibles para iniciados y mandarines.

También es una extraordinaria pensadora y divulgadora libre de dogmatismos, dueña de un estilo claro, comprensible y transparente. Además, siguiendo al Antonio Machado de Juan de Mairena, ha sabido huir «de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales» sin perder jamás «contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura». Por eso, la de la filósofa valenciana es inmensa.

Valga como prueba un significativo ejemplo. A finales de los años 90, Adela acuñó el término ‘aporofobia’ para describir el rechazo, aversión o desprecio que la sociedad manifiesta a menudo hacia los marginados que se encuentran en situación de pobreza, sobre todo si carecen de hogar.

A diferencia de la xenofobia y el racismo, esta repulsión no se refiere a lo diferente, sino a lo que se percibe como «sin recursos» o «no productivo», a quienes no pueden «devolver nada bueno a cambio» y resultan incómodos e incluso desagradables para los ciudadanos y para el poder, algo que es necesario ocultar o negar.

Lo peor es que en estos tiempos de precariedad creciente, el término sigue de plena actualidad, como demuestra la aporofobia institucional y empresarial que reflejan las medidas contra los indigentes que pernoctan en el aeropuerto de Barajas.

Fiel a este exigente compromiso moral de repensar la realidad y de indagar en los desafíos del porvenir, nace ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial?, en el que se atreve a abordar el penúltimo reto tecnológico a la creatividad humana. Y de nuevo nos sorprende alertándonos de los peligros de confiar absolutamente en la IA y de delegar en los algoritmos una excesiva cantidad de decisiones solo por comodidad.

También de caer en lo que ella denomina ‘frankenfobia tecnológica’, esto es, el temor y el rechazo absoluto a estos avances sin atreverse a aceptar los beneficios que su aplicación podría suponer para la humanidad.

A fin de cuentas, como subraya Cortina en este libro, la inteligencia artificial puede ayudarnos a gestionar mejor el trabajo, a desembarazarnos de las labores monótonas y repetitivas y a dedicarnos a tareas innovadoras y sociales. Eso favorece a sectores como la salud, la agricultura, el transporte o la industria al aumentar la eficiencia empresarial y promover el abaratamiento de costes.

Un futuro ya presente, casi idílico, siempre que no renunciemos a lo que es la esencia misma del ser humano: la imaginación y la creatividad. Porque la clave reside en las personas, en su inteligencia, en su voluntad de no dejarse engañar por las grandes corporaciones que comercian con la IA, y en nuestra capacidad de construir un nuevo mundo a la altura de nuestra irrenunciable dignidad.

Fuente: El Español

Recapiti
Martha Rodriguez