Nuestra tierra encabeza numerosos rankings económicos y sociales, lo que alimenta una percepción de fortaleza social y económica. Y la tenemos: somos una comunidad de champions y, como navarros, estamos orgullosos de ella. Pero el análisis profundo de los principales indicadores, incluso positivos, revela que también Navarra acumula señales preocupantes, que cuestionan desde hace tiempo su rumbo y sostenibilidad a medio plazo. A veces se está bien pero no se va bien; confundirlo es un error garrafal… o un engaño imperdonable. Nuestra calidad de vida es envidiable (1º), así como el nivel de deuda (1º), el desempleo (1º), el riesgo de pobreza social (3º) y la competitividad regional (4º). Son algunas áreas donde estamos mejor que el resto de España. Esta foto nos enorgullece, pero tenemos tareas para hacer si queremos mantener la posición, mejorar o evitar nubarrones, que los tenemos. Así, nuestra competitividad regional lleva años estancada, tanto a nivel nacional como europeo, situados en el puesto 117 de 234 regiones europeas. Y nuestra medianía no basta para atraer personas, talento, inversiones y empresas. Necesitamos subir.
Navarra lidera el ranking estatal de menor tasa de paro. Nos preocupa que, en el último año, la región redujo el paro un 2,48%, frente al 5,77% nacional; que tenemos un crecimiento descomunal del número de empleados públicos; y que 1 de cada 5 de sus empleados del sector industrial navarro (el 20,3%) estuvieron en ERTE en algún momento durante 2024, muy por encima de otras comunidades industriales como Aragón (3,3%) o el País Vasco (5,4%). Algo deberemos cambiar.
Nuestro riesgo de pobreza o exclusión social, medido por la tasa Arope, es el 3º más bajo en España (18,3%). Buena posición, pero con mucho que hacer porque éramos la 1ª en 2023, y somos donde más ha aumentado este riesgo desde 2019, con un 47,6%, dentro de las pocas que lo han incrementado. Podemos alegrarnos de ofrecer cobertura, pero no de que la renta garantizada esté en máximos históricos, tanto en el número de unidades familiares perceptoras como en el gasto, porque significa que no solucionamos el problema. Además, debemos mejorar urgentemente su control, denunciado por la Cámara de Comptos, y su eficiencia.
Si además de ser la comunidad donde más se ha reducido la renta primaria de nuestros hogares, añadimos la ingente carga fiscal, algo ocurre. Resulta innegable que, en el plano fiscal, no lo estamos haciendo bien ni con las personas ni con las empresas. El Índice de Competitividad Fiscal resulta demoledor al colocarnos en el puesto 12º de 17 Comunidades Autónomas, cuando éramos la envidia de todas ellas. Tenemos el impuesto de sociedades más alto del país y las rentas bajas están excesivamente gravadas en el IRPF. Las altas también, con un tipo máximo del 52% que desalienta la llegada de perfiles cualificados y promueve la huida de personal de alto poder adquisitivo y generadores de empleo. En definitiva, la capacidad fiscal propia de Navarra perjudica la atracción de talento y empresarial, y fríe a los contribuyentes navarros, de quienes se ha recaudado —¿quitado?— 1.750 millones de euros por encima de lo previsto.
Saber recaudar, sabemos. Quizás es lo fácil. Pero ¿controlar el gasto? Nos queda mucha tarea… o interés por ello. Porque el gasto público es la otra cara de la fiscalidad, y los datos de empleo público y gasto refuerzan esta tendencia de desequilibrio estructural. Navarra es, tras Extremadura, la comunidad con más empleados públicos por cada mil habitantes. Y el presupuesto no financiero ha crecido un 66% entre 2016 y 2024. El gasto de personal supone ya casi un tercio de las cuentas públicas. Sin embargo, este aumento de gasto no parece ir acompañado de una mejora en la calidad de los servicios públicos. Gastar más no significa hacerlo mejor.
Se están empezando a acometer algunas inversiones estratégicas críticas para Navarra. Después de diez años de parón absoluto, se habla mucho del Tren Alta Velocidad, pero ni está ni se le espera a corto/¿medio? plazo. Y a la Ribera le quedan años para poder regar con agua de la segunda fase del Canal de Navarra. Tampoco levanta vuelo el resto de importantes infraestructuras de comunicación y energía…
No es la botella medio llena o medio vacía. No. Navarra sigue siendo una comunidad con importantes fortalezas y donde se vive muy bien, pero también con debilidades cada vez más visibles y riesgos evidentes. No es casualidad el cierre de importantes factorías, la prácticamente nula llegada de nuevos proyectos industriales o la huida de los grandes patrimonios. Por lo tanto, una sensación agridulce, mezcla de orgullo y preocupación, donde señalar las luces y las sombras de nuestra comunidad, o indicar que otras regiones de nuestro entorno se han puesto las pilas, no significa no quererla o lanzar propaganda destructiva, ni ir contra nadie, ni mucho menos abogar por la desesperanza, sino al contrario: significa implicarse para hacer un diagnóstico certero, a veces incómodo, que ayude a solucionar los problemas que tenemos y los que están por venir.