Corrupción: se pontificó como nunca y se calló como siempre

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El presidente Sánchez, asfixiado políticamente, dijo una frase-boomerang, muy criticada farisaicamente por los voceros de izquierdas, en la que ciertamente tenía razón: “La corrupción cero no existe”. La corrupción, bajo decenas de formas, ha existido desde tiempos inmemoriales; como mínimo, desde que las sociedades se convirtieron en entidades políticas. Pero es un error atribuir vida propia a “la corrupción”, como un ente abstracto. Lo que han existido desde siempre son los corruptos. Desgraciadamente siempre ha habido y siempre habrá corruptos; como hay y habrá maltratadores, ladrones y defraudadores. Lo que hay que intentar es acorralarlos.

En el ámbito público español, a la vista está, la corrupción es un mal endémico que no se ha resuelto ni de lejos. Basta recordar que en los 48 años de democracia, dos de los seis presidentes del Gobierno (no incluyo a Calvo Sotelo) han caído directa o indirectamente por corrupción: Rajoy y González; otro más, Aznar, tuvo la corrupción en su Consejo de Ministros (Matas) y un cuarto puede caer por la corrupción, con mucho más motivo: Sánchez. Y en Navarra, parecido: dos de los seis presidentes forales, Urralburu y Otano, sucumbieron en casos de corrupción, y la séptima y actual presidenta, ya veremos.

Volviendo, por el momento, al contexto nacional: si se demuestra que Koldo, una suerte de conseguidor a sueldo del Gobierno, presuntamente en connivencia con un ministro, Ábalos, y un secretario de Organización del partido gobernante, Cerdán, se pudo pasear durante años por los ministerios para invadirlos de podredumbre (no nos olvidemos tampoco de las mascarillas), comprobaremos hasta qué punto la Administración pública es permeable a la corrupción. En esos altos despachos no hubo ni la vergüenza de echarlo a patadas, ni la decencia para denunciarlos a él y a sus jefes… o sí. Dicho esto, conociendo la Administración pública, es totalmente imposible que Koldo campase a sus anchas por los ministerios y empresas públicas haciendo sus trapicheos sin que se supiese que había una poderosa trama (corrupta) tras él. Es decir, se sabía.

Cuando la corrupción político-económica toma como base de operaciones la Administración pública, se necesitan tres vértices inseparables: el político, la empresa y el funcionario. Los dos primeros son aborrecibles, pero son los promotores. De los tres, el único que tiene la verdadera llave de bloquear la corrupción es el funcionario público. Si no hubiese funcionarios cooperadores es imposible que hubiese corrupción. En la Administración solo puede haber corrupción y tráfico económico con la intervención de uno o varios funcionarios. No hay corrupción pública sin adjudicaciones amañadas; no hay corrupción sin ‘modificados’ o certificaciones de obra o suministros inflados; o no hay corrupción sin planeamiento urbanístico espurio tramitado. Y para ello siempre se necesita uno o varios funcionarios que o se plieguen por amenazas o presiones del jefe político corrupto o, directamente, participen en la trama. En la Administración no hay corrupción sin firma.

La inmensa mayoría de funcionarios son honestos, no hay duda. A la vista está lo que está pasando en Navarra. Pero es tan grave el daño que unos pocos hacen al sistema que también hay que ir a la raíz de este problema. La defensa del bien público por el funcionariado debiera ser sagrada, inquebrantable e inasaltable. Todos los privilegios de que disfruta la función pública, ya lo estableció Max Weber, son a cambio de eso, de su incorruptibilidad y su defensa del bien común frente a injerencias bastardas. Si no, para qué.

Viendo el panorama, puede asegurarse que no hay fórmulas mágicas para acabar con los corruptos originales (políticos y empresas). Pero el blindaje de la Administración y del funcionariado sería la medida más eficaz. Quebrando ese hilo conductor, todo quedaría quebrado. Ese es el modelo de los países menos corruptos. En cambio, el modus operandi en casi toda la Administración pública española se basa justo en lo contrario. Los colocados por todos los partidos gobernantes permean y escurren como una miel viscosa en los niveles decisorios del sistema. En ese maremágnum de enchufes, colocaciones de amiguetes, tíos y amantes, junto con innumerables nombramientos a dedo sin control alguno, nunca se sabe cuál es el responsable o empleado público corrompible. Pero el corrompedor sí lo sabe. Ahí estaban Koldo, Ábalos y Cerdán, y alguno más, colocando los peones estratégicamente. Son muchos y variados los instrumentos para blindar la función pública frente a la corrupción. Algunos complejos, otros inmediatos. Pero todos pasan por lo mismo: sacar las manos políticas de la Administración pública. La cuestión, como siempre, es que la solución, es decir blindar la Administración, está en manos del problema, esto es, los partidos políticos que quieren tenerla invadida y dominada. Y así, corrupción per sæcula sæculorum.

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ana-yerro