Mensajes clave
- La guerra llevada a cabo por Israel entre el 13 y 24 de junio tenía como objetivo proclamado evitar que Irán pudiera fabricar una bomba nuclear, pero la estrategia subyacente era la reorganización de Oriente Medio y el deseo de Israel de establecerse como fuerza hegemónica.
- Desde los ataques de Hamás en octubre de 2023, Israel ha lanzado una campaña en Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y ahora Irán para acabar con los principales centros de poder rivales en toda la región. En Irán, la idea del gobierno de Benjamín Netanyahu no es tanto el cambio de régimen como crear un Estado fallido que no pueda constituir un rival militar.
- El auge de Israel como superpotencia militar, lejos de poner fin a la continua inestabilidad regional, amenaza con convertir en crónicos los desequilibrios en Oriente Medio, acabando con la perspectiva de una normalización de relaciones entre Israel y sus vecinos.
Análisis
1. Guerra sin fronteras
El primer ministro israelí preveía que la guerra que inició contra Irán el 13 de junio de 2025 durase dos semanas y fue clausurada por el presidente EEUU, Donald Trump, poco antes, a los 12 días. El objetivo inmediato era destruir infraestructuras para evitar que Irán pudiera fabricar una bomba nuclear, pero la estrategia subyacente era la reorganización de toda la región y el deseo de Israel de establecerse como fuerza hegemónica. Se trata de un momento histórico similar al acuerdo de Sykes-Picot de 1916, en el que el Reino Unido y Francia redibujaron las fronteras de todo Oriente Medio. Hoy como entonces, los preexistentes equilibrios de la región están siendo socavados. Sin embargo, lejos de estabilizar la región, las ambiciones israelíes prometen crear aún más desequilibrio.
La guerra abierta por Israel no surge de la nada. Irán atacó a Israel en abril y en octubre de 2024, lanzando cientos de misiles y aviones no tripulados en respuesta a agresiones israelíes contra intereses iraníes en Líbano (el asesinato de Hasán Nasralá) y Siria (bombardeando el consulado iraní en Damasco). Israel, por su parte, pasó de una guerra encubierta entre ambos a una contienda abierta en 2019, con ataques en Siria, Líbano e Irak contra efectivos militares iraníes en esos países donde Teherán intentaba desarrollar nodos armados.
El ataque inicial del 13 de junio, sin embargo, tomó por sorpresa a Irán, que se preparaba para continuar las negociaciones sobre su programa nuclear con EEUU dos días más tarde. Llevaban ya cinco rondas de negociaciones y tenían previsto reunirse por sexta vez en Omán, el 15 de junio. La ofensiva israelí no sólo dio al traste con el proceso, sino que consiguió en su noveno día que EEUU se uniese para “terminar el trabajo”. Israel goza de un enorme arsenal gracias a los miles de millones de dólares que recibe anualmente de EEUU para desarrollar su ejército, incluida la tecnología militar estadounidense más avanzada, pero carece del misil estadounidense anti-búnker de máximo calibre, el GBU-57. Por esta razón, entre otras, dirigentes y analistas israelíes esperaban que EEUU se viera forzado a intervenir.
Es evidente que los objetivos de los ataques fueron más allá de destruir las capacidades nucleares: Israel intentaba derrocar al régimen iraní. Al comienzo de la ofensiva, el primer ministro israelí emitió un mensaje dirigido directamente a la población iraní en el que la llamó a levantarse contra el régimen de la república islámica. El mismo nombre israelí de la operación militar, “León Ascendente”, era una referencia a la restauración del Shah de Persia y la dinastía pahlavi.
Desde el inicio, Israel planteó un ataque amplio contra objetivos tanto militares como civiles: infraestructuras nucleares, instalaciones y dirigentes militares, y científicos iraníes en edificios residenciales. No tardó en expandir los ataques a infraestructuras civiles, en particular depósitos de petróleo, instalaciones eléctricas para la población civil, comisarías de policía y barrios residenciales, pero también la sede de la radiotelevisión oficial iraní y la cárcel de Evin, donde mataron a 79 iraníes. También tuvieron lugar ataques con coche-bomba. Israel declaró abiertamente querer castigar a la población civil. El ministro de Exteriores israelí, Israel Katz, ha advertido que los “residentes de Teherán pagarán el precio”. En total murieron 1.060 iraníes y más de 4.000 resultaron heridos, la mayoría de ellos civiles.
Mientras tanto, es difícil determinar con exactitud qué objetivos ha alcanzado Irán, debido a la estricta censura israelí, pero es evidente que los iraníes también han atacado barrios residenciales, además de infraestructuras militares y civiles, incluido un hospital en el sur del país. Entre los objetivos militares alcanzados se encuentran la sede del Ministerio de Defensa israelí en Tel Aviv e instalaciones energéticas en Haifa. Durante los 12 días de guerra, 28 israelíes, casi todos ellos civiles, han muerto en los ataques iraníes, y más de 3.000 han resultado heridos.
2. Las grandes potencias apoyan a Israel
Israel justificó el ataque –a un país con el que no comparte frontera, sino que se encuentra a más de 1.000 kilómetros de distancia– argumentando que Irán podría producir armas nucleares en muy poco tiempo.
Seguidamente, las potencias europeas ofrecieron su respaldo a Israel explicando que Irán, con más de 90 millones de habitantes y 1,65 millones de kilómetros cuadrados, suponía una amenaza para Israel y la región. Alemania justificó los ataques israelíes, condenando la respuesta iraní y afirmando que el programa nuclear de Teherán “supone una amenaza a toda la región”. Al día siguiente reafirmó que “el programa nuclear iraní amenaza no sólo a Israel, sino también a Arabia Saudí y la estabilidad regional más ampliamente”. Francia y el Reino Unido se expresaron de similar manera. Por otro lado, España condenó “la escalada militar en Oriente Medio tras los ataques de Israel contra Irán, exige contención a las partes y el cese inmediato de la violencia”.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, llevó más lejos la justificación de los ataques israelíes cuando habló con Netanyahu el 15 de junio, subrayando que “Israel tiene derecho a defenderse. Irán es la principal fuente de inestabilidad regional”. Y dos días después, el 17 de junio, en los márgenes de la cumbre del G7 en Canadá, el canciller Friedrich Merz dijo que “Israel está haciendo el trabajo sucio de Occidente”.
Estos argumentos de apoyo a Israel se asemejan a aquellos que se hicieron al comienzo de la Guerra Global contra el Terror, que también se enmarcó en términos de un conflicto entre civilizaciones, y para justificar la invasión estadounidense y el cambio de régimen de Irak en 2003 como “ataque preventivo” y en base a la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en el país mesopotámico, con la diferencia de que Francia y Alemania se opusieron a aquella invasión –que España entonces sí apoyó–.
Expertos en Derecho Internacional consideran que el ataque israelí constituye una violación del Derecho Internacional, ya que no existía una amenaza inmediata. De hecho, a finales de marzo de este año, la directora de los Servicios de Inteligencia de EEUU, Tulsi Gabbard, afirmó que sus agencias consideraban que Irán no estaba construyendo una bomba, sino que estaba a tres años de poder hacerlo. Otros expertos han corroborado que no existe información de que Irán estuviese a punto de obtener la bomba nuclear. De hecho, días después del comienzo de la guerra el presidente francés Emmanuel Macron matizó la postura de su país al afirmar que la intervención estadounidense el 22 junio había sido ilegal.
3. ¿Es Irán realmente el principal desestabilizador regional?
Existe una rivalidad por la supremacía regional entre Irán e Israel. Dirigentes iraníes llevan décadas proclamando que Israel debe ser borrado del mapa, y Netanyahu lleva un tiempo similar afirmando que la mayor amenaza para Israel es Irán y que se debe intervenir militarmente para destruir sus capacidades nucleares antes de que llegue a desarrollar la bomba. Ya en 2010 Israel estuvo a punto de llevar a cabo un “ataque preventivo” contra Irán. Mientras, la comunidad internacional respondió al programa nuclear iraní con fuertes sanciones económicas.
En 2015 Barack Obama logró establecer un Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA por sus siglas en inglés), un acuerdo histórico que Donald Trump abandonó de manera unilateral en 2018, imponiendo la estrategia de “máxima presión” contra Irán a base de sanciones económicas. Joe Biden inició su presidencia subrayando su interés en volver al JCPOA, pero adoptó una línea dura y desistió pronto, imponiendo nuevas sanciones. Irán respondió acelerando su programa nuclear.
En paralelo, Irán desarrolló un sistema de “defensa avanzada” –que los israelíes han descrito como un estrategia de “anillos de fuego”–, financiando y desarrollando las capacidades militares a una serie de milicias en la región y en la frontera con Israel. El grupo armado chií en Líbano, Hezbolá, era su principal activo, pero también apoyó a los huzíes en Yemen, y a Hamás y la Yihad Islámica en los territorios palestinos. Desde la salida de EEUU del JCPOA, Irán adoptó una estrategia más agresiva, apuntalando a los huzíes en su guerra contra los países del Golfo, que bombardearon las instalaciones saudíes de petróleo en junio de 2019. Desde entonces, sin embargo, los países del Golfo, en particular Arabia Saudí, cambiaron su postura, buscando la reconciliación con Irán como método de contención.
Hasta el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023 predominaba la idea de que Irán era, al menos, una de las principales fuerzas desestabilizadoras en la región. Los países del Golfo compartían con Israel ese sentimiento. No obstante, Israel era también un factor desestabilizador, en particular, por su postura respecto a los palestinos. La ocupación israelí en Cisjordania y la franja de Gaza se distinguía tanto por su ilegalidad como por su violencia, que había ido aumentando de manera progresiva. Israel mantenía a cinco millones de palestinos bajo un régimen que numerosos organismos especializados habían declarado equivalente a un sistema de apartheid. La política interna israelí también preocupaba seriamente, y aumentaban los analistas que consideraban que Israel ya no se podía considerar una democracia liberal.
Pero desde los ataques de Hamás, en los que milicianos palestinos masacraron a 1.200 personas y secuestraron a 230, la mayoría israelíes, Israel ha demostrado una híper-agresividad sin precedentes, que desestabiliza la región de manera palpable. Países como Arabia Saudí, que en octubre de 2023 estaban a punto de normalizar relaciones con Israel, lo han descartado, porque Israel es ahora percibido en la región como el principal factor desestabilizador. Los países de la región han observado la ofensiva israelí contra Irán con extrema consternación.
En su biografía de Netanyahu publicada en 2020, el corresponsal israelí de The Economist, Anshel Pfeffer, afirma que Netanyahu “no es un belicista” y que, “pese a todos sus discursos sobre enfrentar la amenaza iraní, ha sido demasiado reacio al riesgo como para lanzar cualquier guerra”. Los últimos 21 meses han convertido esta afirmación, que tanto trascendió, en casi absurda, ya que Netanyahu ha hecho una apuesta maximalista y hoy la beligerancia israelí se ha convertido en una amenaza infinitamente mayor que la de Irán.
Israel ha arremetido contra todos sus enemigos en la región, aunque ninguno, ni siquiera Irán, constituía una amenaza existencial. Incluso ha atacado a aquellos que todavía no eran una amenaza de ningún tipo, como Siria tras la caída del régimen de Bashar al-Assad, que Israel ha bombardeado masivamente y ocupado parte de su territorio, en lo que desde Tel Aviv justifican también como un “ataque preventivo”.
Israel se erige como hegemón de Oriente Medio, pero el modelo de Estado que ofrece estremece a sus vecinos. Israel está siendo investigado por genocidio en Gaza por la Corte Internacional de Justicia y el Tribunal Penal de Justicia ha emitido órdenes de arresto contra Netanyahu. Que Israel está cometiendo un genocidio es una opinión sobre la que existe un amplio consenso entre los expertos. Modestas estimaciones calculan el número de muertos palestinos en un mínimo de 70.000 y algunas fuentes hablan de hasta 400.000. La ofensiva militar israelí en Gaza y la destrucción que ha provocado es una de las mayores de la Historia. Mientras, Israel, y no Irán, sí es una potencia nuclear.
El uso de la fuerza desproporcionada israelí ha llegado a su cúspide tras el ataque del 7 de octubre de 2023, pero ya era un distintivo de la estrategia militar israelí y había sido tipificada en la llamada “doctrina de Dahiya”, cuando Israel, bajo el liderazgo del primer ministro Ehud Olmert, arrasó ese barrio chií en el sur de Beirut. La razón por la que Olmert no asesinó al dirigente de Hezbolá en la guerra de 2006 no fue porque no sabía dónde estaba Nasralá, sino porque el primer ministro israelí tenía demasiado pudor por la cantidad de víctimas que ello causaría.
Tras los ataques de Hamás del 7 de octubre, Hezbolá comenzó a lanzar unos tipos de cohetes contra el norte de Israel que causaban limitadas víctimas y daños pero forzaron a Israel a evacuar su población de la zona fronteriza. Eventualmente, Israel respondió con una gran ofensiva contra Líbano en septiembre de 2024, en la que propinó un durísimo golpe a la milicia chií, asesinando a su dirigente, Nasralá, y decenas de otros comandantes. En bombardeos por todo el país, Israel ha matado a unas 4.000 personas, forzando el desplazamiento de un millón, y arrasando por completo una docena de aldeas a lo largo de la frontera con Israel. Se trata de los bombardeos israelíes más intensos fuera de Gaza