- Bajo la superficie de los bosques, lejos del alcance de la vista, actúa una comunidad microscópica que resulta decisiva para la vida de los árboles. Hongos, bacterias y otros microorganismos forman una red subterránea que nutre, protege y conecta al ecosistema forestal. Ahora, un nuevo informe científico del CSIC sitúa a esta microbiota como uno de los pilares invisibles pero imprescindibles de los bosques, y advierte que su deterioro podría comprometer la resiliencia ecológica frente al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación del suelo.
Texto y fotos: Eduardo Fernández / Terabithia Press / Madrid
Un solo gramo de suelo de un bosque templado contiene aproximadamente entre 107 y 109 células bacterianas, y puede albergar hasta 38.000 especies de bacterias diferentes, a las que se suman cantidades ingentes de arqueas y hongos, entre otros organismos microscópicos. Tanto el suelo como los troncos o las ramas de las plantas están colonizadas por infinidad de seres vivos que contribuyen a que estas crezcan en equilibrio, accedan a los nutrientes y se mantengan protegidas frente a patógenos y plagas. El nuevo número de la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata) se asoma a los ecosistemas forestales desde la escala microscópica. La investigadora del CSIC en la Estación Experimental del Zaidín Ana V. Lasa firma La microbiota forestal, un texto en el que destaca la importancia de los bosques y reivindica esos entornos como valiosos refugios de biodiversidad.
“Conocer la microbiota, es decir, todos los microorganismos que viven tanto en la superficie como el interior de los tejidos de la planta que los alberga, puede ayudar a comprender mejor los riesgos a los que se enfrentan los bosques y contribuir a la toma de decisiones en el ámbito de la gestión forestal”, destaca la autora, que participa en el ‘Programa Momentum CSIC’, con el que se busca atraer, formar y retener talento en inteligencia artificial en la institución.
Los hongos micorrícicos, en especial, mantienen una relación simbiótica con las raíces arbóreas desde hace al menos 450 millones de años. Penetran o envuelven los pelos absorbentes, formando redes que incrementan la superficie de absorción y facilitan el acceso al agua, al fósforo, al nitrógeno y a micronutrientes. A menudo los suelos forestales son pobres en estos elementos, pero los hongos pueden descomponer minerales o liberar compuestos atrapados en la roca, algo que las raíces solas no pueden hacer. El informe del CSIC añade que, sin este apoyo fúngico, los árboles no sólo absorben menos nutrientes, también pierden competitividad frente a otros vegetales, porque tienen raíces menos capaces de explorar el entorno
Un superorganismo bajo tierra: la red micorrícica
La idea de bosques como superorganismos popularizada con el concepto “Wood Wide Web” (la red micorrícica global) cobra cada vez más sentido científicamente. Estas redes no solo transportan nutrientes, también señales químicas: cuando un árbol sufre el ataque de insectos, compuestos como el ácido salicílico pueden transmitirse a sus vecinos, activando defensas químicas. Así, el bosque actúa como un organismo con respuestas colectivas, no simplemente como un conjunto de individuos.
Microbiota y defensa biológica
El CSIC informa también de los beneficios directos frente a patógenos: los hongos y bacterias pueden cubrir la raíz, bloquear el paso de hongos nocivos o producir antibióticos naturales que inhiben enfermedades. En algunos proyectos de restauración —como en Appalachia para el abeto rojo— se desarrolla un “shroom juice”, un caldo de esporas micorrícicas que mejora la supervivencia de los plantones.
Investigaciones recientes muestran que la pérdida de diversidad arbórea altera también la diversidad microbiana. En bosques subtropicales, agregar especies de árboles y arbustos moduló la diversidad bacteriana del suelo, y esto repercutió en mayor productividad forestal. Otro estudio en Europa demostró que las especies arbóreas orientadas a ectomicorrizas favorecen una mayor biomasa fúngica y bacteriana.
El mensaje es claro: cuanto más diverso es el bosque, más diversa es su microbiota, y más capaces son ambos de cumplir funciones ecosistémicas clave.
Ciclos de carbono y efecto suelo vivo
La microbiota forestal no solo sostiene a los árboles, también ayuda a almacenar carbono. Los hongos micorrícicos liberan compuestos como glomalina, que “cementan” partículas de suelo y retienen materia orgánica, lo que frena la descomposición y fija carbono en el suelo —a menudo más que la propia biomasa arbórea. Con ello, los bosques cobran un rol aún más determinante frente al cambio climático.
Cuando los bosques son talados o degradados, la microbiota se empobrece: se reduce la diversidad, las redes desaparecen y la composición microbiana cambia drásticamente. Estudios de restauración indican que, incluso tras recuperar la cobertura vegetal, recuperar la microbiota requiere mucho más tiempo y, con frecuencia, no vuelve a ser igual que en el bosque original. Para mitigar estos efectos, se está explorando la inoculación de suelos con microorganismos específicos al replantar. Hay proyectos exitosos en América Latina y Europa, donde se utiliza compost micorrícico, biofertilizantes o incluso microbiomas autóctonos para acelerar la recuperación del suelo.
Hongos que degradan la corteza y la madera muerta, transformándola en nutrientes, líquenes, musgos y otros organismos visibles están estrechamente conectados con el micromundo del bosque, donde los suelos vivos actúan como base fundamental para la salud y el equilibrio del ecosistema
Retos y descubrimientos recientes
A pesar del progreso técnico (secuenciación masiva, metabolómica, metagenómica), quedan grandes huecos en el conocimiento. Por ejemplo, determinar cómo varían las comunidades microbianas a distintas profundidades del suelo o cómo responden al cambio climático sigue siendo una frontera activa de investigación. Además, proyectos impulsados por IPBES y el CSIC subrayan que es fundamental incluir el suelo y su microbiota en las políticas de bosques y restauración ambiental. Sin ello, se corre el riesgo de subestimar la capacidad de los bosques para recuperar su salud funcional y su valor como sumideros de carbono. La microbiota forestal no es un mero acompañante invisible: mantiene vivos a los árboles, fortalece su defensa, almacena carbono, activa las redes de cooperación entre individuos y, en última instancia, sostiene los servicios ecosistémicos de los bosques.
De cara al futuro, la conservación y restauración de bosques no puede ignorar este micromundo. La adopción de técnicas para preservar o restaurar la microbiota —como la inoculación con hongos y bacterias beneficiosas, la siembra de especies con determinadas asociaciones micorrícicas o el bloqueo de prácticas que deterioran el suelo— será clave para un modelo forestal resiliente frente al cambio climático.
Proveedora de alimentos y escudo contra infecciones
Aunque existen pocos estudios sobre la función de la microbiota forestal y la mayoría se centran en comunidades fúngicas, sí está demostrado que esta tupida red de organismos microscópicos facilita el acceso a los nutrientes de los árboles y arbustos hospedadores. La autora los compara con abrelatas, porque “en estos ecosistemas los nutrientes se encuentran de forma no disponible por las plantas”. Por ejemplo, el nitrógeno, muy abundante en los ecosistemas forestales, solo llega a las plantas gracias a los organismos diazotrofos, capaces de transformar el N2 en amonio. Lo mismo ocurre con el fósforo y el potasio, esenciales para especies vegetales, pero de difícil acceso para las plantas porque forman parte de minerales y rocas. Ana V. Lasa, licenciada en Biotecnología por la Universidad Politécnica de Valencia, señala que “los microorganismos liberan los nutrientes atrapados en las rocas mediante un proceso denominado meteorización mineral”. Y si la fuente mineral no se encuentra próxima a las raíces, los hongos ectomicorrícicos (ECM), que forman una gran red de micelio en el suelo de muchos bosques, no solo facilitan la absorción de nutrientes, sino que pueden transportarlos a través del micelio. Se conocen en la literatura científica como “autopistas fúngicas”
El bosque necesita su microbioma: el reto de la gestión ambiental
Hemos avanzado en entender que los árboles solos no lo son todo. Su rendimiento y salud dependen de redes invisibles bajo tierra, sistemas que solo ahora comenzamos a comprender en toda su complejidad. Reconocerlo en la gestión forestal —desde masas naturales hasta plantaciones y restauración de suelos— supondrá una nueva visión: la del bosque vivo, coral, conectado y gestionado siguiendo los mismos principios que han mantenido activos a estos ecosistemas durante centenares de miles de años.
Esta rica y productiva comunidad microbiana se ve amenazada por la pérdida de vigor de las masas forestales a escala planetaria. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la cantidad de superficie deforestada está disminuyendo y, al mismo tiempo, existe una expansión forestal, bien por acciones humanas o por regeneración natural. Pero la autora alerta de que “desaparece más superficie cubierta por bosques de la que se crea y, además, que haya más extensión de bosques no significa que estos estén sanos o que sean resilientes a las perturbaciones”. Hay muchos factores como la alta densidad de zonas reforestadas, periodos severos de sequía, incendios de gran intensidad o plagas, entre otros, que actúan de manera sinérgica y suponen un problema de salud forestal.
La microbiota forestal también se resiente ante las consecuencias del cambio global, ya que “los microorganismos se encuentran con un hospedador vegetal menos desarrollado y con menor cantidad de compuestos exudados por las raíces, además de con un suelo menos húmedo”, explica Lasa. Con estos elementos, el resultado puede ser dramático, pero la inmensa diversidad microbiana que caracteriza los ecosistemas forestales tiene una ventaja: viene acompañada de una considerable redundancia funcional. “En la microbiota forestal diferentes microorganismos realizan las mismas funciones y por eso los estudios anticipan que la pérdida de diversidad microbiana asociada al cambio global se vea, en cierto modo, compensada por este fenómeno”, aclara la autora, Ana V. Lasa.
La obra
La vida en nuestro planeta no sería posible si no existieran los ecosistemas forestales. Conocidos como los pulmones de la Tierra, estos son un importante reservorio de biodiversidad, ya que albergan gran cantidad de especies animales y vegetales, además de microorganismos. La microbiota forestal es, en parte, la responsable de que estos ecosistemas se encuentren en equilibrio. Muchos de los nutrientes que toman los árboles son proporcionados por los microorganismos que habitan en el suelo del bosque y además son capaces de proteger los árboles y otras plantas del ataque por otros organismos como microorganismos patógenos y plagas. ¿Sabías que los árboles pueden comunicarse entre sí gracias a los hongos del suelo? ¿Y por qué las setas se encuentran frecuentemente en las proximidades de ciertos árboles? En esta obra se dará respuesta a estas y otras cuestiones que envuelven los ecosistemas forestales. Conocer la microbiota, así como su papel y su relevancia en