La biodiversidad puede renacer si el suelo no se pierde
Un bosque quemado no tiene por qué ser un desierto. Puede ser un laboratorio de resiliencia si aplicamos técnicas correctas y dejamos trabajar a la vida
- Los ecólogos lo llaman el “tiempo puente”: ese intervalo crítico entre el fuego y la llegada de las lluvias. Es una ventana breve, pero decisiva, en la que se puede salvar o perder la capacidad regeneradora de un ecosistema. La urgencia es simple y contundente: proteger el suelo, mantener viva su microbiología y frenar la erosión.
- Tras un incendio, el suelo queda desnudo, vulnerable y con riesgo de perder su capa fértil en la primera lluvia. Expertos en ecología y restauración proponen un plan de acción inmediato —una “permacultura de emergencia”— para frenar la erosión, reactivar la microbiología y favorecer el renacer de la biodiversidad. Algunos territorios ya han demostrado que la recuperación es posible
Eduardo Fernández / Madrid / Terabithia Press / Foto: Colegio Oficial de Ingenieros de Montes – COIM
El día después de un incendio forestal, el silencio se mezcla con el olor a ceniza. El paisaje es un tapiz negro de troncos calcinados, con el suelo desnudo y resquebrajado bajo los pies. Pero lo que parece quietud es, en realidad, el inicio de una carrera contra el tiempo. La primera lluvia intensa puede arrastrar la delgada capa fértil de tierra, abrir cárcavas y barrancos, y convertir lo que antes fue bosque en un escenario árido condenado a la erosión.
Los ecólogos llaman a ese intervalo el “tiempo puente”, el periodo crítico que va del incendio a las primeras lluvias. En esas pocas semanas se decide si el ecosistema podrá recuperarse o si quedará atrapado en la erosión y la pérdida de fertilidad. “El fuego no termina cuando se apaga la última llama; comienza entonces una carrera contra el tiempo para proteger el suelo y mantener viva su microbiología”, explica Ioannis Mitsopoulos, especialista griego en restauración forestal y miembro de la Mediterranean Forest Research Unit.
Permacultura de emergencia
Un plan de permacultura de emergencia puede marcar la diferencia. Las técnicas son tan sencillas como efectivas: cubrir el terreno desnudo con mulching de paja, ramas trituradas o incluso restos calcinados; colocar fajinas y ramajes en curvas de nivel para frenar el agua; aprovechar troncos caídos como barreras naturales; y abrir pequeños bolsillos con materia orgánica que sirvan de islas de vida. “Lo fundamental es cubrir, frenar y resembrar”, resumen quienes han trabajado en la restauración de paisajes quemados.
Proteger contra la erosión es el primer paso. Una ladera desnuda actúa como un tobogán para el agua: cada tormenta arrastra toneladas de suelo, dejando un sustrato pedregoso incapaz de sostener la vida. Los mulches improvisados —paja, ramas, cortezas— amortiguan el impacto de las gotas de lluvia y reducen el escurrimiento. Incluso material parcialmente quemado sirve: no se trata de belleza, sino de eficacia.
El segundo paso es favorecer la infiltración. Pequeñas hendiduras hechas con azada siguiendo las curvas de nivel funcionan como microterrazas que obligan al agua a detenerse. Allí se acumula humedad y se sedimentan partículas fértiles, generando microambientes propicios para el rebrote natural.
Recuperar la vida microbiana
El tercer pilar es devolver vida microbiana al suelo. Tras un incendio, el sustrato pierde gran parte de su biología activa y se vuelve hidrofóbico: repele el agua en lugar de absorberla. La inoculación con micorrizas, la aplicación de biochar cargado con tés de compost o la pulverización de extractos fermentados de plantas reintroducen microorganismos esenciales para reactivar el ciclo del carbono y retener nutrientes. “El suelo quemado no está muerto, pero necesita que reintroduzcamos vida”, explica Inés Álvarez, ingeniera forestal especializada en regeneración.
A partir de ahí, llega el turno de las semillas. Leguminosas rústicas y gramíneas de rápido crecimiento —trébol, veza, centeno, avena— se convierten en una primera cobertura que fija el terreno y aporta nitrógeno. En paralelo, especies mediterráneas resistentes al fuego y a la sequía —retama, lavanda, romero, esparto— sientan las bases de un mosaico vegetal que combina protección inmediata y resiliencia a largo plazo. En Galicia, la técnica japonesa del Nendo Dango —bolas de arcilla con semillas y compost— ha demostrado su eficacia: lanzadas antes de las lluvias, germinan de forma natural en cuanto hay humedad.
La restauración no es solo vegetal. Montones de ramas en rincones estratégicos sirven de refugio para insectos, aves pequeñas y reptiles. Pequeñas charcas temporales, si se crean, ofrecen agua a anfibios que controlan plagas y aceleran el equilibrio ecológico. “Los animales son ingenieros de la restauración. Si favorecemos su regreso, el bosque vuelve antes”, recuerda José Antonio Tárrega, catedrático de Ecología en la Universidad de León.
Casos de éxito y regeneración
Ejemplos de éxito demuestran que estas estrategias funcionan. Tras el incendio de 2012 en la Sierra de Gata (Cáceres), asociaciones locales aplicaron mulching con paja y fajinas de ramas. El resultado fue visible: los rebollares comenzaron a rebrotar y, en menos de una década, el paisaje muestra un mosaico de regeneración natural combinado con cultivos tradicionales. En Doñana, tras el gran fuego de 2017, voluntarios y equipos técnicos plantaron especies autóctonas resistentes a la sequía y crearon charcas temporales. Hoy, estudios de seguimiento confirman la recuperación de insectos polinizadores y anfibios. Y en la Serra do Courel, en Galicia, las comunidades rurales han liderado la recuperación mediante técnicas de siembra directa, combinando tradición y ciencia.
El reto, sin embargo, no se limita a aplicar técnicas. También es social y político. Tras los incendios, el terreno suele quedar bajo la presión de intereses económicos: repoblaciones rápidas con especies de crecimiento acelerado —como eucaliptos—, recalificaciones urbanísticas o abandono del suelo al azar de la erosión. “El suelo quemado es muy vulnerable a decisiones precipitadas. A veces el peor daño no lo causa el fuego, sino la gestión posterior”, advierte Fernando Valladares, investigador del CSIC.
La experiencia muestra que los primeros meses marcan la diferencia. En algunas regiones, la maquinaria pesada utilizada para retirar madera calcinada compactó tanto el suelo que impidió la regeneración natural durante años. En contraste, donde se apostó por técnicas de bajo impacto, la cobertura vegetal se recuperó antes de lo previsto.
La custodia del territorio
Más allá de lo técnico, existe también un componente cultural. El fuego arrasa no solo bosques, sino modos de vida ligados al territorio. La restauración, entonces, se convierte en una oportunidad para repensar el vínculo entre comunidades y paisaje. En Asturias, colectivos vecinales han impulsado proyectos de custodia del territorio que combinan reforestación con turismo rural. En Cataluña, cooperativas han recuperado bancales antiguos tras incendios, frenando la erosión y generando empleo local.
Cada incendio abre un dilema: reconstruir lo perdido o reinventar el territorio. El camino de la restauración basada en la ciencia y la participación ciudadana ofrece resultados más sólidos y duraderos. “Un bosque quemado no tiene por qué ser un desierto. Puede ser un laboratorio de resiliencia si aplicamos técnicas correctas y dejamos trabajar a la vida”, concluye Valladares.
La clave está en actuar rápido, pero con conocimiento. Cubrir el suelo, frenar la erosión, resembrar con especies adecuadas, devolver vida microbiana y favorecer el regreso de la fauna. En definitiva, acompañar a la naturaleza en su propio proceso de regeneración. Porque, al final, lo que se juega en ese tiempo puente no es solo el futuro de un bosque, sino la capacidad de una sociedad entera para reconciliarse con su tierra después del fuego.
🌍 Costes (órdenes de magnitud)
- Mulching vegetal (paja/astilla/restos de poda): ~2.000–4.000 €/ha (según material, logística y orografía).
- Barreras físicas (troncos a contorno/fascinas/levas): ~500–1.500 €/ha (más mano de obra y mantenimiento).
✅ Eficacia
- Las coberturas (mulching) y las barreras son los tratamientos con mejores resultados para reducir erosión post-incendio.
- La aplicación temprana, antes de las primeras lluvias, aumenta notablemente la eficacia.
- En el noroeste de España, los ensayos muestran reducciones muy altas de pérdida de suelo con mulching, mientras que las barreras aportan un efecto complementario en laderas.
🐞 Impacto en biodiversidad y suelo
- Al reducir la erosión se conserva el suelo fértil, junto con microorganismos, hongos micorrícicos y el banco de semillas.
- Esto facilita la recolonización vegetal y acelera el retorno de la fauna (insectos, aves y pequeños mamíferos).