Una búsqueda rápida en Google basta para dimensionar la magnitud del fenómeno: en la última semana, el término “IA” arrojó más de 132 millones de resultados. La inteligencia artificial está en todas partes, se ha colado en disciplinas, sectores y conversaciones cotidianas. Hoy, mencionar “IA” es casi un recurso en sí mismo, porque despierta atractivo y atención. Sin embargo, es probable que en un futuro cercano ya no hablemos de ella como un añadido, porque su presencia será tan natural que se asumirá como parte inherente de cualquier tecnología. Algo similar a lo que ocurrió cuando dejamos de diferenciar entre lo “online” y lo “offline”.
El despliegue de la inteligencia artificial abre posibilidades inéditas en la comunicación corporativa. Puede analizar grandes volúmenes de datos, generar ideas iniciales o elaborar contenidos. Herramientas avanzadas permiten crear artículos, posts o informes en cuestión de segundos. Sin embargo, creo que el reto no está en este momento en producir, sino en filtrar, validar y poner en contexto. Y para contextualizar cultural y emocionalmente, la sensibilidad humana sigue siendo fundamental.
Es indudable que la IA asumirá cada vez más tareas mecánicas y de gestión de datos. En cambio, el sentido común y la empatía son habilidades exclusivamente humanas que desde mi punto de vista, resultan irremplazables. En este sentido, el rol de los profesionales de la comunicación sigue siendo indispensable para contrastar fuentes, aplicar pensamiento crítico y ajustar los mensajes al contexto cultural y emocional de los distintos stakeholders.
El valor humano emerge precisamente en la capacidad de discernir, de matizar, de conectar con las audiencias desde lo auténtico. Aquí radica la importancia de no olvidar el valor de la autenticidad, no solo estética, sino también ética.
El uso masivo de IA en la distribución y el consumo de información plantea ciertos riesgos importantes. Recientemente, la revista The Atlantic advertía cómo chatbots y asistentes ofrecen resúmenes automatizados de noticias que reducen el acceso a las fuentes originales. De hecho, las “AI Overviews” de Google han disminuido en más de un 34 % el tráfico hacia medios digitales.
Esto permite que los usuarios se informen únicamente a través de resúmenes automatizados, perdiendo profundidad y perspectiva crítica, además de erosionar el modelo económico de los medios de comunicación que depende de la lectura directa en sus portales, pero eso ya es otro debate.
Volviendo a la forma en que se consume contenidos, nos obliga a preguntarnos: ¿queremos una comunicación que actúe como un puente humano, o una que se convierta en una barrera impersonal?
La IA no debe verse como una amenaza, sino como una aliada. Pero para aprovecharla, es imprescindible aplicarle un factor humano que preserve el pensamiento crítico y ético. El camino pasa por conocer a fondo las herramientas disponibles, usarlas de manera informada, responsable y veraz, garantizar seguridad y transparencia en los procesos y mantener la conexión real con los distintos stakeholders.
En un mundo donde todo parece poder delegarse a las máquinas, lo realmente diferencial es actuar con conciencia. La comunicación corporativa necesita sensibilidad, autenticidad y ética. La tecnología puede ser el medio, pero la humanidad sigue siendo el mensaje.