Túneles que no cavaron los humanos: las huellas subterráneas de la megafauna sudamericana

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  • Un hallazgo inesperado en Brasil y Argentina, estudiado y confirmado por la ciencia paleontológica en los últimos años, ha terminado por certificar y abrir una nueva ventana a la prehistoria: cientos de galerías subterráneas, algunas de más de 40 metros de longitud, que no responden a procesos geológicos ni a la mano humana, sino al trabajo titánico de perezosos gigantes y armadillos colosales
  • El descubrimiento de estas estructuras abre una nueva rama en la paleontología: la icnología de grandes mamíferos. Sin embargo, no todos los paleoburrows están a salvo. La urbanización, la agricultura intensiva y las obras de infraestructura destruyen muchos de ellos sin que lleguen a documentarse

Garcés Rivero / Terabithia Press

En los márgenes de carreteras, bajo colinas erosionadas o en laderas discretas del sur de Brasil, los geólogos y paleontólogos han tropezado con un misterio que parecía más propio de la ciencia ficción que de la paleontología. Se trata de enormes túneles y galerías excavadas en roca o sedimento consolidado, algunos de ellos con dimensiones capaces de albergar a un adulto de pie, y que se extienden decenas de metros bajo tierra. Durante décadas se pensó que podrían ser cavidades naturales, fruto de la erosión del agua subterránea, o incluso pasadizos humanos de épocas remotas. Pero las pruebas han cambiado la perspectiva: estas estructuras no fueron hechas por personas ni por procesos geológicos corrientes. La evidencia apunta, con creciente solidez, a que fueron construidas por animales de la megafauna sudamericana, extinguidos hace unos 10.000 años.

Los científicos las han bautizado con un término preciso: paleoburrows, o paleotocas. Se trata de “icnofósiles”, es decir, fósiles no del cuerpo de los organismos, sino de su actividad: huellas, madrigueras, rastros que sobrevivieron al paso del tiempo. Y en este caso, las paleotocas son tan colosales que han obligado a replantear lo que sabíamos sobre la conducta de aquellos animales extintos.

Galerías de gigantes

El inventario actual supera las 1.500 estructuras documentadas en Brasil, especialmente en los estados de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Minas Gerais. También hay reportes en Argentina, aunque en menor número. Su variedad es amplia: algunas son túneles de apenas un metro de diámetro, otras alcanzan los tres metros de ancho por dos de alto. Las longitudes son igualmente asombrosas: la mayoría son cortas, de unos pocos metros, pero se han registrado casos que superan los 50 metros de extensión.

“Son verdaderas autopistas subterráneas”, explicaba en un artículo de Pesquisa FAPESP el geólogo Heinrich Frank, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, uno de los investigadores pioneros en estudiar estas estructuras. Frank y su equipo comenzaron a identificarlas sistemáticamente en la década de 2000, cuando notaron que muchas cavernas que aparecían en obras de infraestructura no respondían a las formas típicas de cuevas naturales.

La geometría es un indicio crucial. Los paleoburrows muestran secciones transversales circulares o elípticas, paredes suavizadas con surcos paralelos y techos arqueados. Algunas galerías presentan bifurcaciones o cámaras internas, como si hubieran servido de refugio prolongado. Ninguna de estas formas se corresponde con la erosión hídrica ni con fracturas tectónicas. Pero lo más decisivo son las marcas: arañazos, estrías, huellas que parecen firmadas por las garras de un excavador descomunal.

Los sospechosos: perezosos y armadillos gigantes

¿Quiénes fueron los ingenieros de estas madrigueras colosales? La respuesta se encuentra en la megafauna que habitó Sudamérica durante el Plioceno y el Pleistoceno. Entre los candidatos principales están dos grupos: los perezosos terrestres gigantes y los armadillos gigantes.

Los primeros, como Valgipes o Glossotherium, podían alcanzar varias toneladas de peso y se caracterizaban por garras robustas, capaces de remover grandes volúmenes de tierra. Su anatomía coincide con el tamaño de muchas de las paleotocas y con los surcos hallados en las paredes. Los segundos, como el género Pampatherium, se asemejaban a armadillos modernos, pero multiplicaban por diez su tamaño y fuerza. Su caparazón con osteodermos y sus potentes extremidades delanteras también encajan con las marcas observadas.

En algunos casos, los investigadores realizaron moldes de silicona de las estrías y las compararon con huesos fósiles de extremidades. El encaje fue sorprendente: las huellas cuadraban con las dimensiones y disposición de garras de estas especies extinguidas. Aunque no todos los túneles pueden atribuirse con seguridad a un animal específico, la hipótesis de que corresponden a la actividad de la megafauna es la que cuenta con mayor respaldo científico.

Más allá de la geología y la arqueología

La importancia del hallazgo no es menor. Hasta ahora, la imagen que teníamos de los grandes perezosos y armadillos se limitaba a su morfología y a algunos indicios de su dieta. Los paleoburrows aportan algo inédito: una ventana a su comportamiento. Nos dicen que no eran simplemente herbívoros errantes, sino animales con capacidad y costumbre de excavar madrigueras gigantes. Esto plantea preguntas fascinantes: ¿las utilizaban como refugios familiares? ¿Servían para protegerse del clima, de depredadores o de ambos? ¿Eran estructuras temporales o permanentes?

La ausencia de restos fósiles dentro de las galerías hace difícil responder con certeza. Muchas han sido rellenadas por sedimentos o alteradas por la erosión. Pero el patrón repetido en distintas regiones indica que no se trata de rarezas locales, sino de un hábito extendido en varias especies de la megafauna.

Lo que sí parece claro es por qué no fueron obra humana. Excavaciones de tal magnitud en roca consolidada habrían exigido herramientas de hierro y mucho tiempo, algo improbable en sociedades prehistóricas de la región. Además, las paleotocas son más antiguas que la llegada de los humanos a Sudamérica o que el desarrollo de técnicas mineras avanzadas en la zona. La evidencia geológica y estratigráfica las sitúa firmemente en el tiempo de los gigantes.

Un patrimonio en riesgo

El descubrimiento de estas estructuras abre una nueva rama en la paleontología: la icnología de grandes mamíferos. Sin embargo, no todos los paleoburrows están a salvo. La urbanización, la agricultura intensiva y las obras de infraestructura destruyen muchos de ellos sin que lleguen a documentarse. Incluso los que se conservan corren el riesgo de ser interpretados como simples cuevas y perderse sin investigación adecuada.

En este sentido, los científicos brasileños han insistido en la necesidad de políticas de protección y en la creación de inventarios nacionales de paleotocas. Al mismo tiempo, han reclamado apoyo internacional: se trata de un patrimonio único, comparable a las huellas de dinosaurios o a los yacimientos de fósiles, pero mucho menos conocido.

El enigma del comportamiento animal

Más allá de la preservación, lo que más intriga a los investigadores es lo que estos túneles nos cuentan de la vida de aquellos animales. Excavar galerías de decenas de metros implica una estrategia de supervivencia costosa en energía. Esto sugiere que los beneficios eran grandes: quizá mantenían la temperatura interior estable frente a las oscilaciones climáticas del Pleistoceno, o tal vez servían de guarida contra depredadores. También es posible que fueran lugares de cría o refugio social.

Los paralelos modernos son limitados. Pocos mamíferos actuales excavan madrigueras tan grandes. Los osos hormigueros gigantes construyen refugios modestos, y los armadillos actuales son excavadores hábiles pero a pequeña escala. Los paleoburrows muestran que, en el pasado, la conducta excavadora alcanzó niveles nunca vistos en la fauna terrestre.

Una puerta abierta a nuevas preguntas

Como suele ocurrir en la ciencia, cada hallazgo abre más interrogantes de los que resuelve. ¿Qué proporción de la población de perezosos y armadillos gigantes excavaba estas galerías? ¿Cuánto tiempo tardaban en construirlas? ¿Por qué no hay evidencias similares en otras regiones del continente? Y, quizás lo más intrigante, ¿qué papel desempeñaron estas conductas en la supervivencia —o en la extinción— de estas especies?

Responder a estas preguntas requerirá más excavaciones, más dataciones precisas y análisis comparativos. Los paleoburrows, lejos de ser simples curiosidades, se han convertido en un laboratorio natural para reconstruir un comportamiento animal perdido en el tiempo.

Una herencia subterránea

En los últimos años, las noticias sobre túneles “no humanos” en Sudamérica han captado la atención de medios de todo el mundo, a veces con titulares sensacionalistas. Sin embargo, tras la fascinación inicial, la explicación científica es aún más extraordinaria: son huellas vivas de una megafauna que modeló el paisaje de formas que apenas empezamos a comprender.

Cada paleotoca es un recordatorio de que el suelo bajo nuestros pies guarda historias invisibles. Historias que no hablan de mitos ni de civilizaciones ocultas, sino de animales reales, tan descomunales y asombrosos que podían remodelar la tierra a su antojo. Conservarlas y estudiarlas no solo amplía nuestro conocimiento del pasado: también nos recuerda que la vida, en toda su diversidad, siempre ha sido capaz de superar los límites que imaginamos posibles.

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