Sheila López Pérez, directora del Grado en Filosofía, Política y Economía de la Universidad Isabel I.
16 de septiembre de 2025. La directora del Grado en Filosofía, Política y Economía de la Universidad Isabel I, Sheila López Pérez, reivindica en su artículo “La universidad online: una oportunidad para un nuevo humanismo” el papel transformador de la educación digital. Frente a los prejuicios que la presentan como una opción de menor calidad, la profesora defiende que la universidad online no solo puede garantizar una formación íntegra y de excelencia, sino que además está llamada a convertirse en un espacio de diálogo, ciudadanía y desarrollo ético en pleno siglo XXI. Analiza esta cuestión en la siguiente entrevista.
¿Qué te llevó a escribir este artículo sobre la universidad online y su vínculo con un nuevo humanismo?
Lo que me llevó a escribir este artículo fue la desconfianza que suele haber en torno a la universidad online y el tipo de formación que ofrece. A menudo se escucha que la universidad online “no es como la presencial”, que la educación “pierde algo” si no es presencial, y yo me pregunté “¿qué es lo que se pierde exactamente?”. Si los contenidos formativos son los mismos o muy similares, ¿qué se pierde, si no se está en la presencialidad? Analizando esta desconfianza, comprobé que lo que se solía creer es que la universidad presencial ofrecía una “formación integral” de la persona, tanto por los contenidos que recibía como por las interacciones humanas que se daban entre la institución académica y los compañeros, los docentes y el propio espacio físico donde se congregaban.
Esta desconfianza hacia lo virtual y su “deshumanización” ha sido una sospecha recurrente desde que nació Internet. Y se trata de una sospecha que no tiene en cuenta una cuestión: el ser humano no es solo un ser físico, sino que es un ser técnico, científico, metafísico, religioso, lingüístico, visceral y un largo etcétera. La esencia del ser humano es crear nuevas esferas donde desarrollar su vivencia; las máquinas, que fueron creadas para aligerar los trabajos más duros y tediosos, fueron sus mejores creaciones para seguir avanzando, y la virtualidad es una de ellas. La creencia de que el ser humano estaba “más cerca de sí mismo” antes de inventar la rueda sería tomada hoy como una locura, quizá porque ya hayan pasado demasiados siglos desde este invento y lo vemos como algo completamente natural. Creer que el ser humano está “más lejos de sí mismo” tras la invención de Internet es otra creencia que solo tiene fuerza por la juventud del invento. El ser humano es el ser que hace uso de todos los recursos materiales de los que dispone para integrarlos en su vida de la manera más conveniente para sí mismo, y la virtualidad es un claro ejemplo de ello.
Retomando la pregunta, el desarrollo íntegro del estudiante universitario tiene que ver con su interés por formarse y con su voluntad de utilizar las herramientas que se le ofrecen para lograrlo, y no tanto con el formato de estas herramientas -presenciales o virtuales-. Por este motivo, la universidad online, tan diferente a la presencial en tantos aspectos, puede ser la cuna de un nuevo humanismo si logra potenciar, a través de sus novedosas herramientas, el desarrollo íntegro de sus estudiantes.
En tu opinión, ¿por qué todavía persisten prejuicios que ven a la universidad online como una universidad de “segunda categoría”?
Creo que esta visión negativa de la universidad online tiene que ver con otra creencia, que tiene una parte de verdad: la institución universitaria ha perdido el “sentido” que le caracterizaba en otras épocas. Dicho de forma breve: antes, la universidad formaba a los jóvenes de 18 años para una profesión que iban a ejercer, casi de seguro, durante el resto de tu vida. Ahora la universidad no cumple esta función, sino que se enfoca a la formación permanente. Esto quiere decir que personas que ya tienen estudios universitarios se siguen formando, pero esta formación no garantiza un nuevo puesto o un puesto en absoluto. De hecho, a veces, solo se cursan títulos para promocionar u optar a ciertos puestos y no porque la persona desee formarse.
Es en este punto donde se suele relacionar el auge de la universidad online con la expedición de títulos. Sin embargo, y analizando las encuestas a egresados de universidades presenciales y online (nombro varios estudios publicados en revistas científicas: en Tendencias pedagógicas, en la revista de la Georgetown University, en la revista de la Universidad de Illinois, en la National Association of Colleges and Employers, en la Inside Higher Education), no hay evidencias de que sus egresados sientan que han recibido una formación de mayor calidad en las presenciales, ni de que las segundas no ofrezcan, a día de hoy, una formación íntegra y de calidad. La denostación de las universidades online parte del cambio de sentido de la universidad; no obstante, la lectura de este cambio debe ser más compleja si queremos entender qué ha ocurrido y por qué un cambio, por mucho que nos cueste asimilarlo, no tiene por qué tener connotación negativa. Las sociedades evolucionan, y con ellas, sus instituciones.
Afirmas que “hablar de universidad no es tanto hablar de su formato como hablar de su sentido”. ¿Cómo deberíamos entender este “sentido” en el contexto digital?
Debemos pensar el sentido que tiene la universidad dentro de una sociedad. ¿La universidad sigue cumpliendo el mismo papel que antes? No, tal y como acabamos de comentar. ¿Esto significa que la universidad ha perdido su utilidad, y por tanto debe desaparecer? No, solo significa que las instituciones, a la par que la sociedad, evolucionan junto con las nuevas necesidades del contexto. Se debe entender el nuevo sentido de la universidad partiendo de la sociedad en la que vivimos, no de otra anterior, porque si seguimos leyendo la universidad desde su sentido anterior, se darán interpretaciones vacuas como las que solemos escuchar tan a menudo: que la universidad es una máquina expendedora de títulos, que la formación que ofrece es peor que la de antes, que estudiar un título universitario ya no te garantiza tener un trabajo….
¿De qué manera la universidad digital puede convertirse en un “ágora” de deliberación y construcción ciudadana?
¡Internet es el ágora con el que siempre soñaron los clásicos! Para ellos, el ágora era un espacio común al que podía acceder gente de todos los pueblos y culturas para compartir ideas y opiniones de manera respetuosa. El ágora sería así la creación más interesante y civilizada del ser humano.
En este sentido, la universidad, que siempre se ha concebido como una institución liberal en el sentido clásico de la palabra, una institución donde el librepensamiento puede circular sin miedo ni consecuencias, encuentra un empujón final en su formato online. Se trata de potenciar el ágora con el formato que le permite expandirse hasta sus mismos confines. Tenemos mucha suerte de poder insertar la virtualidad en la institución universitaria.
¿Crees que la universidad digital está mejor preparada que la presencial para adaptarse a las condiciones de vida de cada estudiante?
Cada formato tiene sus ventajas. Lo que ofrece la universidad online es una adaptabilidad concreta y muy diferente a la presencial. No creo que su manera de adaptarse a los estudiantes sea mejor o peor, sino diferente. Son estas diferencias las que se deben explotar y mejorar para que cada universidad sea aún mejor dentro de sus propias posibilidades. Y creo que, desde los primeros tiempos de las universidades online, estas han mejorado sus herramientas a una velocidad de vértigo.
Hablas de la importancia de no replicar la clase presencial en el entorno virtual. ¿A qué te refieres?
A esto quería llegar en la pregunta anterior: la presencialidad y la virtualidad no están en disputa porque no tienen las mismas características y no ofrecen lo mismo. Es un error medir lo que ofrece la universidad online con la vara de lo que ofrece la presencial, y viceversa. Si cada una se centra únicamente en las características de las que carece, unas características que no es que no haya desarrollado, sino que no son intrínsecas a su formato, entonces se chocará con un muro. En cambio, si cada universidad de enfoca en sus fortalezas, entonces estará en condiciones de mejorar.
¿Qué riesgos identificas en reducir la educación superior a procesos técnicos o competencias exclusivamente instrumentales?
Los riesgos de reducirnos a lo puramente técnico o instrumental son muchísimos y se dan en numerosos ámbitos. Hay que diferenciar entre para qué sirve lo técnico y lo instrumental, y sirve para mucho, y qué no debería ser reducido nunca a lo técnico o instrumental, que es casi todo lo importante.
Respecto a la educación, recordemos que es una institución para construir personas. Si se construyen personas a través de saberes puramente técnicos, las personas resultantes serán puramente técnicas, sin profundidad ni amplitud para apreciar todo aquello que no es técnico y mucho menos para actuar de una manera ética.
Se suele creer que las instituciones educativas deben ofrecer una formación más abstracta e instrumental, y que la educación humana se debe recibir en casa, o fuera de las aulas, en general. Esta idea comete un error fundamental, y es pensar que podemos bifurcarnos. Nosotros estamos construyéndonos de manera permanente en todos los ámbitos de nuestra vida, y es imposible separar lo que nos construye en un ámbito de lo que nos construye en otro. Tampoco los profesores pueden dejar fuera del aula su “humanidad” y convertirse en meros transmisores de un saber abstracto e instrumental dentro del aula.
La filósofa y profesora Sheila López Pérez.
¿Qué papel juega el profesorado en este modelo de universidad online transformadora y humanista?
Precisamente lo que acabamos de comentar. Los profesores son la otra parte de la formación educativa, sea online o presencial, y depende de ellos, en gran medida, el resultado de la educación. Si los profesores toman la formación como un proceso integral en el que se construye una persona, sin ver a los alumnos como recipientes vacíos en los que verter una información abstracta, la formación podrá ser asimismo integral, ya sea presencial u online.
Debemos tener en cuenta que, desde el nacimiento de las universidades, la relación alumno-profesor ha cambiado sustancialmente. Antes consistía en una relación jerárquica que desconectaba ambos estratos: el docente se veía como la fuente principal del conocimiento, mientras que el estudiante adoptaba un rol sumamente pasivo que debía memorizar lo que el docente indicaba. Sin embargo, con la digitalización, esta estructura ha evolucionado hacia un modelo más horizontal e interactivo. En este modelo, el profesor ya no se presenta como un transmisor de información, sino como un facilitador del aprendizaje que debe guiar a sus estudiantes en la interpretación crítica de los conocimientos y en el buen uso de las competencias que se le facilitan.
Debemos tener en cuenta que la eliminación de la jerarquía docente-estudiante no implica la desaparición del rol del docente, ni tampoco la independencia total del alumno. Más bien, esta desjerarquización transforma al docente en un orientador que, a través del ejercicio mayéutico, como diría Sócrates, fomenta la capacidad crítica de su estudiantado, su aptitud para comprender diferentes niveles de la realidad y su disposición para seguir formándose. Este cambio de rol del docente parte de una redefinición de la “autoridad”: esta ya no radica en el poder, sino en la capacidad de liderar un trayecto que dará a nacer la autonomía y madurez necesarias para que el alumno se convierta en un ciudadano cívico, crítico y complejo.
Desde un punto de vista ético, ¿Cuáles son los mayores desafíos que enfrenta hoy la universidad online?
Desde mi punto de vista, la universidad online tiene dos grandes apuestas de futuro:
La primera es garantizar la formación integral del estudiante, más allá de la formación instrumental o de la mera obtención del título. La universidad online debe promover que sus estudiantes desarrollen no solo las competencias instrumentales necesarias para ejercer su profesión, las cuales, por supuesto, son imprescindibles, sino también la conciencia moral que les permita utilizarlas éticamente en un mundo compartido, ya sea como profesionales o como ciudadanos.
La otra iniciativa de la universidad online es asegurarse de que la personalización que ofrece no se transforme en desigualdad, sino que la combata: la universidad debe conocer la situación particular de cada alumno para responder a sus necesidades individuales, y junto con ello ofrecerle unas herramientas que le permitan acceder al estudio de manera personalizada. Solo se podrá luchar contra los diferentes puntos de partida de los que provienen los estudiantes conociéndolos y cimentando un camino individualizado para cada uno de ellos.
Si tuvieras que resumir en una idea la misión de la universidad online en el siglo XXI, ¿Cuál sería?
En los años cuarenta del siglo pasado, Robert Maynard Hutchins, rector de la Universidad de Chicago, propuso que la universidad ofreciera un currículum compartido, al menos en las primeras etapas universitarias, a todos sus estudiantes. Un currículum común compuesto por los grandes saberes de las ciencias y las letras, al que él denominó Common Core Program. El objetivo era que la universidad garantizara una formación integral, y no meramente profesionalizante, a todos sus alumnos: la universidad debía formar ciudadanos capaces de pensar críticamente, deliberar entre ellos y comprometerse con la vida pública. De esta forma, la universidad se vería en condiciones de resistir la presión de convertirse en una escuela técnica o en un instrumento del mercado laboral. El Common Core Program permitiría que las ciencias y las letras compusieran una base conjunta para todos los estudiantes y aseguraría que los futuros ciudadanos dispusieran de las herramientas necesarias para leer y actuar en su contexto.
Del mismo modo que Hutchins defendió un Common Core Program con el objetivo de preservar la misión “humanista” de la universidad, su misión de formación integral de la persona frente a su deriva tecnocrática, hoy la universidad online, puede ofrecer un amplio abanico de saberes que asegure la formación integral, crítica y cívica de sus estudiantes. Y todo ello gracias a las innumerables herramientas virtuales de las que dispone. La educación tiene una función ética y democrática que solo puede materializarse si forma de manera integral a su alumnado, y no solo en competencias instrumentales. Considero que las herramientas virtuales de las que disponemos, con su capacidad de adaptación a las situaciones particulares, tienen todo a su favor para que esta formación sea posible.
La reflexión de Sheila López abre un horizonte optimista para la universidad online: lejos de ser una modalidad secundaria, puede convertirse en una institución clave para afrontar los retos educativos y sociales de nuestro tiempo. Su propuesta humanista sitúa la autonomía, la ética y la ciudadanía en el centro de la educación digital, subrayando que lo esencial no es el formato, sino el sentido profundo de formar personas críticas, responsables y comprometidas con el bien común. Así, la universidad online se perfila como un ágora contemporánea capaz de ofrecer respuestas inclusivas y transformadoras en un mundo en constante cambio.