Autor: Pilar Nicolás Rodríguez
24 septiembre, 2025
En esta entrevista para Planeta Joven del Centro Reina Sofía y Fad Juventud, hablamos con el Dr. Hilario Blasco Fontecilla, psiquiatra e investigador especializado en salud mental infanto-juvenil. Con una amplia trayectoria en el estudio del suicidio, las autolesiones y el bienestar emocional de los y las adolescentes, nos comparte su visión sobre los retos actuales y las claves para prevenir el suicidio en la juventud:
El retrato actual del malestar juvenil
Basándonos en tu estudio sobre el aumento de hospitalizaciones por conductas suicidas en adolescentes [1], ¿cómo ha evolucionado el perfil de los y las adolescentes con problemas de salud mental en la última década?
Las hospitalizaciones infantiles y adolescentes en España han aumentado drásticamente en los últimos veinte o veinticinco años. Porque entre 2000 y 2021, las hospitalizaciones por trastornos de salud mental crecieron del 4 al 10%. Además, las causas de ingreso también varían: en el 2000 predominaban los trastornos por uso de sustancias y psicosis, mientras que ahora las hospitalizaciones son por trastornos de ansiedad, depresivos, TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) y trastornos de la conducta alimentaria.
Siguiendo tu análisis retrospectivo 2000-2021 publicado en la Journal of Affective Disorders [2], ¿por qué crees que las cifras de conductas suicidas en adolescentes han aumentado de forma tan alarmante en los últimos años en España?
No solo aumentan las tasas de suicidio consumado, sino también de intentos de suicidio y de autolesiones no suicidas. Más o menos, un 20 ó 25% de adolescentes en países desarrollados tendrán al menos un intento de autolesión no suicida y entre un 6 y un 10% intentarán suicidarse en su vida. Aunque los suicidios consumados son relativamente infrecuentes, en España hubo 66 casos de suicidio en adolescentes de 15 a 19 años en 2023, y 5 defunciones en menores de 15 años. Dado que la genética no ha cambiado, nuestros datos sugieren que las causas del sufrimiento juvenil tiene que residir en cambios sociales. La adolescencia es una periodo difícil, de cuestionamientos como “¿quién soy?” y “¿hay algo después de la muerte?”. Para tener un intento de suicidio, primero hay que desarrollar un concepto de muerte, y esto no se forma hasta los 8 ó 10 años.
Estamos viviendo ahora la disolución del modelo tradicional de familia, con padres y madres que pasan menos tiempo de calidad con sus hijos. Muchas familias tienen un solo hijo, lo que lleva a la sobreprotección y limita la capacidad para enfrentar problemas. Antes, los hermanos eran la principal red de socialización; hoy, los valores son difusos y parece que todo vale. Además, mecanismos inmediato, como el acoso y ciberacoso, emergen como causas principales del malestar adolescente, y, por tanto, de autolesiones e intentos de suicidio.
El lado oscuro de la hiperconexión juvenil
Dado que este tipo de acoso se ha intensificado con el uso de redes sociales, según mencionas en el artículo para la Plataforma para el Estudio y la Prevención del Suicidio, ¿qué estrategias consideras más eficaces para intervenir en esos entornos digitales donde el ciberacoso permanece invisible a padres y educadores?
En primer lugar, tenemos que tener un debate como sociedad de a qué edad pueden tener acceso a las nuevas tecnologías y a las redes sociales, de igual manera que votamos o conducimos a los 18 años. Mientras tanto, hay que garantizar la monitorización por parte de los padres y hacer muchísima pedagogía. Los menores no son conscientes de que cometen delitos y de que están generando un gran daño. Lo que pasa en redes se traduce en la vida real. En nuestro proyecto Influsui-X, en la Universidad Internacional de la Rioja, realizado en una encuesta de 1900 jóvenes, vimos que quienes usan a diario las redes sociales 5 o más horas multiplican por 9 el riesgo de autolesiones no suicidas y por 5 el de intentos de suicidio.
¿Cómo influye la falta de límites y la hiperconectividad en la salud mental de la juventud y, más concretamente, en la ideación y tentativa de suicidio entre jóvenes?
Estamos permitiendo que chavalines inmaduros manejen herramientas para las que no tienen capacitación adecuada. El mensaje es erróneo: las familias dejan de ser padres y madres y se convierten en amistades. Hay familias que dicen: ‘Mejor le compro yo el alcohol a mi hijo de 13 ó 14 años’, y para mí han perdido los referentes éticos, en una sociedad en la que faltan líderes y proliferan anti-líderes. Estamos educando a las personas menores en que todo son derechos y no hay deberes. Pero la responsabilidad es de las personas adultas, porque estamos construyendo su mundo.
O sea, ¿se debería empezar a utilizar las redes sociales e Internet más tarde, o con una educación adecuada sí que se podrían integrar a los y las jóvenes a edades más tempranas?
Las redes sociales son lo que yo llamo “chupetes digitales” creados para captar la atención de menores. Creados para manipular lo que sienten y quieren, porque siempre hay una traducción económica: es meter a la juventud en una dinámica consumista. Las personas inmaduras son más vulnerables a Internet y, sin pensamiento crítico, muchas intentan saltarse los límites y barreras. Entonces, habría que regular y decidir a qué edad se pueden permitir las redes sociales. La prohibición de uso de redes sociales que entrará en vigor en breve en en Australia para menores de 16 años es adecuada, pero no va a la raíz del problema.
Por otra parte, hace falta educación digital. Me parece un despropósito la digitalización de la educación sin base científica; ya lo advirtió Manfred Spitzer en Demencia digital [3]. Muchos colegios se enorgullecen de ser pioneros en introducir tecnologías, pero lo que necesitamos es reflexión. Nos hemos metido en una vorágine de rapidez, inmediatez, como advertí en mi ensayo Hacia un mundo feliz [4]. Y la gente no se da cuenta de que hay que pararse, pensar despacio, practicar el slow thinking.
Y, a parte de las cifras relativas a las pantallas, ¿han variado los patrones de conducta suicida adolescente durante la postpandemia por COVID-19?
Lo que ha cambiado de manera radical ha sido la propagación. El meta análisis entre 1998 y 2018 llevado a cabo por un equipo de investigadores chino [5] concluye que el 21% de adolescentes presentan autolesiones no suicidas en el mundo. O sea, prácticamente uno de cada cuatro adolescentes se va a autolesionar. En el pasado, este tipo de autolesiones eran algo anecdótico. Ahora, muchos chavales no tiene pudor y lo dicen y lo propagan por redes. Nuestro proyecto Influsui X, con el cuál estudiamos la relación entre influencers y seguidores, pretendemos conocer mejor la inter-relación entre ambos para evitar una dinámica similar a lo sucedido en Jonestown en 1978, cuando el líder de la secta Peoples Temple, Jim Jones, provocó un suicidio masivo en el que murieron más de 900 personas.
En el artículo que está siendo evaluado para publicación, un conjunto de seis factores, entre los que se encuentran diferentes tipos de maltrato y el hecho de que los influencers sean creíbles por sus seguidores, caracterizan a los y las jóvenes con un mayor riesgo de autolesiones e intentos de suicidio. El abuso emocional es más importante que el físico y el sexual. Además, los jóvenes con bajo bienestar y baja estabilidad emocional son ingenuos respecto a los mensajes de los influencers, es decir, no perciben que son manipulados, lo que los podría hacer más vulnerables a este tipo de conductas. Esa candidez, sumada al maltrato y a la soledad emocional —porque los padres han dejado de saber ser padres—, junto al acoso en la escuela, prepara la tormenta perfecta.
Educar en emociones: la mejor prevención
Citas el programa KiVa como ejemplo de intervención eficaz contra el acoso escolar. Desde tu experiencia, ¿qué deben incluir los programas de prevención del suicidio escolar para ser efectivos?
Hay dos elementos críticos. Primero, rebajar el dolor emocional de adolescentes, hacer que se encuentre razonablemente feliz, en un período turbulento. Por otro lado, es clave darles un sentido de propósito.
Recientemente se publicó en una revista norteamericana [6] la presencia de seis factores protectores, y dos de ellos se refieren al deporte, que mejora el ánimo, fomenta relaciones reales, “aquí y ahora” y les aleja de las redes sociales, cuyo impacto negativo está demostrado. En las escuelas, deberíamos maximizar el deporte en equipo y aumentar el tiempo estructurado de patio, ya que ambas actividades promueven la socialización. El otro factor importante es favorecer la sensación de pertenencia social. Para el adolescente es crítico tener el sentido de que pertenecen al grupo, no sentirse ni aislado ni maltratado por su grupo social. En Emootic trabajamos con un modelo interdisciplinar, y potenciamos cada vez más la psicoterapia de grupo, en el que se proponen metas para colaborar sin competir y puedan tener un reto a compartir juntos con los compañeros y las compañeras, y está dando resultados excelentes. Además, las familias deben asegurar que sus hijos e hijas duerma bien y limite el uso de pantallas, que afectan su descanso, así como deben nutrirles emocionalmente y ponerles límites.
Finalmente, es fundamental promover la socialización en las escuelas. Un niño aislado en el patio es una bomba de relojería. El ciberacoso es especialmente pernicioso; cuando se combina con el acoso tradicional, el riesgo de suicidio y autolesiones se multiplica por ocho.
¿Qué papel puede jugar la educación emocional formal dentro del currículo escolar en la prevención del suicidio adolescente?
La educación emocional formal es fundamental, ya que muchos adolescentes no reciben educación emocional en casa, lo que corresponde a padres y madres. La escuela puede cubrir esta carencia, ofreciendo referentes positivos a través del profesorado. Si un adolescente tiene un padre maltratador, pero cuenta con un profesor que actúa como una figura paterna positiva, se podría evitar que el menor se convierta en un maltratador en el futuro.
¿Cuáles son las herramientas que se pueden ofrecer al respecto dentro de las escuelas?
Un docente que muestre su vulnerabilidad y se muestre como lo que es, un ser humano que comete errores, como todo el mundo, puede ser una herramienta clave. Asimismo, la escuela debe transmitir valores y fomentar las soft skills. El sistema educativo español no está muy bien preparado para menores con trastornos del neurodesarrollo o del aprendizaje, por lo que es necesario humanizar las escuelas, promoviendo la neurodiversidad. Además, los colegios deben contar con recursos suficientes para personalizar la educación, ya que un profesor con mucho alumnado no puede hacerlo sin apoyos adecuados.
Autolesiones no suicidas como fuente de alivio
Una vez que la tormenta perfecta está servida en tus investigaciones de las campañas educativas de Emooti, hablas de autolesiones como una «adicción». Por entender un poco el proceso: ¿Cómo funciona ese mecanismo desde el punto de vista neurobiológico y emocional?
Yo estoy absolutamente convencido de que son conductas muy adictivas. El dolor psicológico es más difícil de soportar que el físico; por eso lo sustituyen con cortes, que pueden controlar. En las conductas repetitivas descubrimos el refuerzo automático positivo: los y las jóvenes que se enganchan suelen tener una sensación crónica de vacío, de falta de proyección, de sentido. Eso diferencia a quienes generan una «adicción suicida» de quienes no.
También actúan mecanismos de refuerzo: padres y amigos que, con su compasión, pueden reforzar la conducta. Y hay mecanismos biológicos: en dos estudios, uno realizado en adultos, y otro en adolescentes, demostramos que en las 24-48 horas siguientes, el nivel basal plasmático de betaendorfinas y cortisol en los pacientes que presentaban autolesiones (suicidas o no suicidas), lo que indica alto estrés.
En tu capítulo del Oxford Handbook of Nonsuicidal Self-Injury [7] planteas que las autolesiones no suicidas (NSSI) pueden funcionar como una adicción y que el riesgo de intento de suicidio tras una NSSI es el doble en adolescentes que en adultos. ¿Por qué son más vulnerables los y las adolescentes y cómo influyen en ello los mecanismos de alivio del dolor y de búsqueda de sensaciones en los perfiles de riesgo que se autolesionan?
La adolescencia es una etapa de rito de paso marcada por inestabilidad, búsqueda de identidad, cambios emocionales muy intensos, necesidad de aceptación y pertenencia a una tribu social (la familia deja de ser el referente principal), así como emergencia de la sexualidad, lo que aumenta la vulnerabilidad a las autolesiones. A partir de los 10 o 12 años, los trastornos internalizantes como la depresión, la ansiedad y los intentos de suicidio se vuelven más frecuentes, especialmente en chicas, mientras que los suicidios consumados predominan en varones.
El primer acto de autolesión suele aparecer como un mecanismo de reforzamiento negativo: el adolescente sufre, no se siente aceptado ni querido y busca aliviar ese dolor. Aun así, en algunos casos la conducta evoluciona hacia un reforzamiento positivo o de recompensa, especialmente en jóvenes que viven con sensación de vacío, sin aficiones ni un sentido de trascendencia en su vida: prefieren sentir dolor antes que no sentir nada. Esta doble dinámica muestra que el riesgo no depende solo del sufrimiento inicial, sino también de la ausencia de referentes, motivaciones, alternativas o nutrición emocional significativa en la familia y la escuela para encontrar un sentido por el cuál luchar.
¿Qué aportes clave destacarías de este capítulo sobre autolesiones?
Es un tema muy controvertido. Cuando en 2011 empecé a trabajar en la hipótesis de la adicción suicida, generó resistencias, pero se ha visto que los mecanismos pro-adicción existen y que nos podemos hacer adictos, no sólo a sustancias, sino a cualquier conducta, incluso a autolesiones o intentos de suicidio.
En nuestro un artículo [8] fuimos capaces de demostrar que el elemento nuclear que diferenciaba a los grandes repetidores (sujetos con cinco o más intentos de suicidio), que en el 80% cumplían criterios para ser “adictos” al suicidio, era el sentimiento crónico del vacío, y que el mismo, era más importante que el otro factor, el trastorno límite de la personalidad. Así, tuvimos que recurrir al concepto de gran repetidor, un concepto ideado en 1988 por Kreitman & Casey [9], y creamos e el concepto de gran autolesionador (sujeto con más de veinte o más autolesiones a lo largo de la vida).
El suicidio es consustancial al ser humano, lo que no lo es la frecuencia actual de autolesiones. Sabemos que este se puede prevenir, pero no predecir. Eso sí, si aumentamos el bienestar y el sentido de trascendencia, reducimos el riesgo suicida, pero la tendencia es más bien la contraria.
Del tener al ser: la transformación pendiente
¿Qué innovaciones transformarán la prevención e intervención en salud mental juvenil en los próximos años?
Yo creo que se desarrollarán sistemas de monitorización, pero lo revolucionario sería volver a lo básico: regular redes sociales, fomentar deporte y relaciones sociales cara a cara. Sin embargo, creo que la tecnología persistirá: estamos estudiando cómo algunos jóvenes se hacen más adictos a redes e influencers. En mi capítulo La telaraña social [10] defiendo que la transformación de la prevención no es biológica, sino humanizar nuestras sociedades, hoy carentes de amor y nutrición emocional.
Me marcó mucho leer en mi adolescencia Tener o ser de Erich Fromm, el psicoanalista: hoy vivimos volcados en el tener y poco en el ser. Debemos ir hacia sociedades centradas en el ser y estar, no en el narcisismo del “tanto tienes, tanto vales”.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Soriano, V… et al. (2024). Hospital admissions in adolescents with mental disorders in Spain over the last two decades: A mental health crisis? European Child & Adolesc