Hablemos de los síntomas en la infancia y adolescencia. Cuando un niño se encierra en el baño después de comer, cuando una adolescente llora antes de ir al colegio, cuando un pequeño grita hasta perder el control o cuando un joven se vuelve indiferente a todo lo que antes le interesaba… no siempre estamos ante un “problema de conducta”. Muy posiblemente estamos ante un síntoma emocional que necesita ser comprendido, no silenciado.
Este artículo está dirigido a familias, expertos en acompañamiento emocional y personas vinculadas a la educación, con el objetivo de ayudar a mirar más allá del síntoma. Desde un enfoque terapéutico y sistémico, vamos a revisar cuatro señales frecuentes de malestar: ansiedad, rabietas, tristeza persistente y bulimia, entendiendo que cada una no es un enemigo a erradicar, sino un mensajero de un conflicto emocional que necesita ser abordado con respeto y profundidad.
Pero más allá de describir cada síntoma, lo que proponemos aquí es una reflexión activa:
- ¿Qué preguntas nos hacemos en el acompañamiento terapéutico para llegar al origen del malestar?
- ¿Qué cambios han sucedido en la vida del niño o adolescente que explican ese desajuste emocional?
- ¿Qué dinámicas familiares, escolares o vinculares están implicadas en el mantenimiento del síntoma?
Cada uno de los síntomas que veremos es una puerta. Y al abrirla, nos encontramos con historias, con vínculos, con silencios, con necesidades que no han sido vistas. No buscamos soluciones rápidas, sino una comprensión que habilite el acompañamiento desde el vínculo y no desde el juicio.
Índice
Ansiedad en adolescentes
La ansiedad en la adolescencia puede presentarse como inquietud constante, miedo anticipado, insomnio, problemas digestivos o bloqueos ante evaluaciones. Pero en muchos casos, la raíz no es un peligro externo, sino un conflicto interno vinculado a la necesidad de validación.
¿Cuál puede ser el origen emocional?
En consulta vemos con frecuencia adolescentes que han asociado su valía con el rendimiento.
“Si saco malas notas, no valgo”; “Si no cumplo, decepciono”.
Detrás de estas frases hay contextos familiares donde el amor ha sido condicionado, o donde la exigencia ha sido más visible que la conexión emocional.
Entender el origen de la ansiedad requiere observar no solo el contexto actual del adolescente, sino también el desarrollo emocional desde etapas muy tempranas de la vida. Si quieres profundizar en cómo influye el desarrollo cerebral en la infancia y adolescencia, puedes leer este artículo sobre la terapia infantil y el desarrollo emocional.
El caso de Clara
Clara, 14 años, empieza a tener ansiedad anticipatoria antes de los exámenes. Se bloquea, tiene taquicardia y dificultad para dormir. Su miedo no es solo a suspender: es a decepcionar a su madre, que valora la excelencia y corrige constantemente sus errores.
En sesiones, Clara revela que ha comenzado a tener dificultades reales con matemáticas. Pero no puede pedir ayuda: teme la reacción. El sistema en el que vive no ha habilitado el error como parte del proceso, y su cuerpo lo manifiesta con pánico.
Acompañamiento terapéutico
- Validamos su temor sin juzgarlo, dándole un espacio seguro para sentir.
- Exploramos con la familia qué creencias están operando en torno al éxito y la valía.
- Se acompaña a la escuela para flexibilizar evaluaciones y ofrecer apoyo.
La ansiedad aquí es una forma de supervivencia: el cuerpo se activa para protegerse de un entorno emocional que percibe como amenazante cuando no se cumplen expectativas. Es la expresión del miedo al futuro.
Para comprender qué significan los síntomas en la infancia y la adolescencia, y cómo acompañarlos como terapeutas y como padres, puedes ver esta conferencia de Aranzazu Par y Tamara Souto.
Rabietas intensas en la infancia
Las rabietas no son “malos comportamientos”. Son expresiones de un sistema emocional en construcción que no encuentra recursos para gestionar lo que siente. Y cuando son intensas o frecuentes, nos están señalando un malestar que supera al niño.
¿Qué puede estar en el origen?
- Celos tras la llegada de un hermano o hermana.
- Separaciones recientes o tensiones en el vínculo principal.
- Ambientes muy autoritarios o incoherentes con los límites.
El caso de Emma
Emma, 4 años, tiene rabietas diarias desde el nacimiento de su hermano. Se enfada por todo, grita, rechaza el contacto con su madre. A primera vista, parece un tema de celos. Pero en terapia familiar, descubrimos que Emma no ha podido elaborar el dolor de perder su lugar exclusivo. Nadie le ha explicado que su rabia es legítima.
Acompañamiento terapéutico
- Espacios de juego libre para que Emma pueda representar simbólicamente su mundo emocional.
- Acompañamos a los padres a sostener el malestar sin intentar suprimirlo.
- Reorganizamos los tiempos familiares para incluir momentos exclusivos con cada hijo.
La rabieta, en este contexto, no es más que una súplica de conexión emocional: “mírame, escúchame, no me olvides”.
Tristeza persistente en infancia y adolescencia
Cuando la tristeza no se nombra ni se acompaña, puede volverse parte del paisaje interno de un niño o adolescente. Y cuando el niño deja de jugar, de soñar o de involucrarse, algo muy profundo está desconectado adentro.
Es un indicador de que algo no está funcionando y que no se siente seguro para poder compartirlo.
¿Qué puede haber vivido previamente?
- Duelos no elaborados (cambios de colegio, mudanzas, pérdidas familiares).
- Desvinculación emocional con figuras significativas.
- Sensación de no pertenecer o no ser importante.
El caso de David
David, 11 años, ha bajado su rendimiento escolar y ya no quiere ir a fútbol. Se muestra apagado, distante. En casa, su padre ha empezado a viajar por trabajo y ya no comparten tiempo. Nadie ha hablado del cambio. En consulta, David logra ponerle palabras: “me siento solo, ya no me lleva a ningún lado”.
Acompañamiento terapéutico
- Se valida su tristeza y se crea un espacio para hablar sin urgencia por cambiarla.
- Se invita al padre a comprender su ausencia no solo física, sino emocional.
- Se refuerzan vínculos con adultos significativos.
La tristeza prolongada no siempre es depresión. Muchas veces es una reacción sana a una pérdida no reconocida.
Bulimia en adolescentes
La bulimia es una forma extrema de autorregulación emocional. Detrás del atracón y el vómito, no hay solo un conflicto con la comida o con el cuerpo: hay una historia de dolor emocional profundo, frecuentemente ligada a un trauma relacional complejo.
¿Qué experiencias pueden desencadenar este síntoma?
Habitualmente, cuando trabajamos con adolescentes que presentan bulimia, encontramos vínculos primarios inestables, inseguros o directamente dañinos, tanto con la madre como con el padre. Relaciones donde no ha habido validación emocional, donde la expresión afectiva ha sido sancionada, o donde la cercanía ha sido confusa o amenazante.
Estas experiencias dejan a la persona sin herramientas emocionales para digerir el estrés, la soledad o el conflicto. Y en ese vacío, el cuerpo empieza a hablar. El vómito se convierte en una forma de calmar algo que internamente desborda, especialmente cuando no hay espacio para nombrarlo ni para ser acompañado.
Por eso, desde el abordaje terapéutico, es crucial:
- Explorar qué pensamiento, vivencia o circunstancia precede a la necesidad de vomitar.
- Establecer un espacio de seguridad emocional donde esa adolescente pueda por fin tener voz y sostén.
- Comprender que el vómito no es un enemigo, sino un recurso que el sistema psíquico ha encontrado para sobrevivir
El caso de Nuria
Nuria, 16 años, comienza a vomitar en secreto después de ciertas comidas. Lo que descubrimos en el proceso terapéutico no es solo un problema con su imagen corporal, sino una relación profundamente conflictiva con su madre: una figura egocéntrica, crítica, emocionalmente impredecible. Nuria ha aprendido a callar, a cumplir, a adaptarse… hasta que su cuerpo ya no puede más.
Vomita, en realidad, cuando no puede más. Cuando una conversación con su madre termina en juicio, cuando se siente humillada o invisible. El vómito se ha convertido en su forma de decir: “esto me está haciendo daño” —aunque no pueda ponerlo en palabras.
Acompañamiento terapéutico
- Creamos un círculo de seguridad donde Nuria pueda empezar a distinguir lo que siente de lo que ha aprendido a negar.
- Exploramos junto a ella las situaciones que preceden a cada episodio de vómito para darles sentido y acompañarlas de otro modo.
- Se trabaja en la reparación de la relación consigo misma y con su cuerpo, construyendo nuevos vínculos donde sí pueda sentirse válida y respetada.
- Si es posible, se trabaja con la familia para desmontar los sistemas de violencia simbólica que mantienen el malestar.
En este enfoque, el vómito no se interpreta como una conducta a eliminar, sino como una señal de alarma de un sistema que no ha encontrado otra forma de sobrevivir a lo que no puede digerir emocionalmente.
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Videoconferencia gratuita: “Cómo acompañar los síntomas en la infancia y adolescencia”
- 8 de octubre a las 15:00 (hora España)
- Imparte: Aranzazu Par y Tamara Souto
- Si no puedes conectarte en directo, al registrarte recibirás acceso a la grabación durante 15 días.
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Preguntas frecuentes sobre síntomas en la infancia y adolescencia
¿Este artículo sustituye una consulta terapéutica?
No. Este artículo tiene fines educativos y de sensibilización. Aunque describe síntomas comunes y contextos emocionales que los generan, el acompañamiento siempre debe hacerse de forma individualizada por un/a experto/a en terapia familiar o infantil.
¿Cómo saber si un síntoma es “normal” o necesita intervención?
La frecuencia, intensidad y duración del síntoma son claves. Pero sobre todo, si interfiere en el bienestar, en los vínculos o en el desarrollo del niño o adolescente, es recomendable consultar con un/a experto/a.
¿Qué papel debe tener la familia en la intervención?
Un papel central. No se trata de corregir al niño o adolescente, sino de revisar los entornos donde ese malestar ha surgido. La terapia vincular y sistémica trabaja con todo el sistema, no solo con el síntoma.
¿Y si la escuela no comprende lo que está pasando?
El entorno educativo puede ser un gran aliado si se comprende que la conducta también es un lenguaje emocional. Parte del trabajo terapéutico es coordinar acciones con los centros escolares para generar respuestas más humanas y sostenedoras.